18 de diciembre de 2015

"La tragedia obrera de Bajo Pisagua. Río Baker, 1906", de Mauricio Osorio

En 1906 casi doscientos trabajadores procedentes de Chiloé contratados por la Compañía Explotadora del Baker fueron abandonados a su suerte durante los meses más crudos del invierno por sus irresponsables empleadores en la región de Aysén, muriendo más de sesenta de ellos a causa del hambre y la enfermedad. El abandono culpable de la empresa, detrás de la cual se encontraban poderosos accionistas chilenos de rimbombantes apellidos, no tuvo castigo alguno y las víctimas sufrieron doblemente; su muerte física y el ominoso silencio de la historia.


Portada del libro de Mauricio Osorio


Mauricio Osorio Pefaur es un antropólogo social que vive en Coyhaique, en plena Patagonia chilena. Allí lleva a cabo un encomiable trabajo de recuperación de la memoria de su tierra, ocupándose de arrojar luz y documentar acontecimientos que muchas veces no aparecen en los libros de la historia oficial. Con ese afán investigador y provisto de una infatigable energía, en julio de 2013 se trasladó a Santiago de Chile y se encerró en la Biblioteca Nacional a hurgar en viejos periódicos y diarios publicados en Chiloé cien años antes. Buscaba información que permitiera descubrir qué había detrás del medio centenar de cruces de madera que se agolpaban en la llamada "Isla de los Muertos", en Caleta Tortel, un lugar tenebroso a orillas del río Baker. 

Ficha de la Cía Explotadora del Baker con la que se pagaba a los obreros

Las crónicas aseguraban que allí estaban enterrados los obreros chilotes abandonados a su suerte por sus empleadores, pero ningún nombre aparecía inscrito en las cruces. Mauricio, con paciencia propia de artesano, continuó trabajando hasta que, casi cuando ya había perdido la esperanza, encontró la primera noticia de la tragedia en la prensa local. Era una breve nota, apenas unas líneas, que confirmaban sin embargo que aquellos hechos habían sido objeto de atención por los periódicos de la época. Unos días después, se produjo el hallazgo: el diario "La Alianza Liberal" del 11 de octubre de 1906 publicaba en primera página los nombres y apellidos de los muertos de Río Baker. Y además, pedía justicia por la muerte de tanto trabajador inocente cuyo único error fue confiar en la empresa que les contrató para una campaña que se reveló mortífera.




De Santiago Mauricio se fue para Chiloé, donde recogió valiosísimos testimonios orales de los descendientes de los fallecidos que habían mantenido vivo de generación en generación el relato de un trágico suceso. Con las fuentes bibliográficas, escudriñando los trabajos de cualquiera -aventurero, explorador, estanciero- que hubiera visitado la zona desde 1906, Mauricio Osorio reunió el material suficiente para publicar un libro que acaba de ver la luz. 

Hacheros de Chiloé en una explotación forestal

"La tragedia obrera de Bajo Pisagua. Río Baker, 1906" (Ediciones Ñire Negro, 2015) es un libro contundente, tremendamente documentado, muy bien estructurado, que devuelve todo el protagonismo a los trabajadores chilotes protagonistas de esta terrible historia, que aparecen aquí por vez primera con nombre y apellidos.

Las cruces del cementerio de la isla de los muertos en Caleta Tortel
Un libro que deja en evidencia a los inescrupulosos empresarios cuyo único objetivo era "incrementar sus arcas de manera fácil antes que honesta y esforzada", tal y como señala acertadamente el profesor Enrique Martínez en el prólogo. Y aquí aparecen los grandes capitales de Santiago, en este caso el Banco Mobiliario del "respetable" Francisco Subercaseaux que animó a su vástago a emprender su propio negocio ganadero. Un negocio que se reveló ruinoso por la incapacidad empresarial de sus promotores y que terminó con un reguero de tumbas, hasta ahora anónimas, al final del río. Unas víctimas que emergen, ya para siempre, de la larga sombra del olvido.


13 de noviembre de 2015

Ouchpoukatekanensis y la trágica historia del pueblo Yaganes

Los yaganes, también conocidos como yámanas, habitan desde hace miles de años las islas y canales del extremo más austral de América, en un amplio territorio comprendido entre el sur de Tierra del Fuego y el cabo de Hornos. Tradicionalmente, eran un pueblo nómada canoero dedicado a la pesca, la caza de otáridos y aves marinas y la recogida de moluscos, especialmente mejillones, que se desplazaban de un lado a otro en sus embarcaciones fabricadas con corteza de guindo y en cuyo interior mantenían permanentemente encendido un fuego.

Ouchpoukatekanensis junto a su familia pocas semanas antes de su muerte

Perfectamente adaptados a las duras condiciones climáticas y geográficas del territorio, se vestían con pieles de lobo marino o nutria echadas sobre la espalda, dejando la mayor parte de su cuerpo a la intemperie. Los hombres cortaban la madera necesaria para sus canoas, construían la choza y se ocupaban de la caza y pesca, manejando arpones, hondas y lanzas. Las mujeres se encargaban del cuidado de los ninos, la recolección de bayas y frutas silvestres y la confección de ornamentos como collares, pulseras y brazaletes.

Recorrían los canales e islas en pequeños grupos, reuniéndose en gran número cuando se producía la varadura de una ballena, que era aprovechada por todos los miembros de la comunidad, alimentándose de la carne y conservando la grasa del animal. Frecuentaban las caletas y bahías mejor protegidas de los embates del mar, donde abundaban los mariscos y moluscos. Vivían en libertad absoluta y practicaban una igualdad perfecta, con una gran disposición a compartir lo que tenían con todos los que les rodeaban. Poseían una religiosidad múltiple, inspirada por Watauineiwa, el creador, en la que la ceremonia secreta del Chiajóus, o iniciación de los jóvenes, ocupaba un lugar principal. Los yaganes, en fin, hablaban un idioma compuesto de más de treinta mil palabras.

Yámanas a bordo de "La Romanche" en 1882

         Sin embargo, este pueblo verá truncada abruptamente su normal existencia cuando, durante el siglo XIX, su territorio se vea invadido por los primeros colonizadores europeos, ávidos de nuevos territorios que explotar y nuevas almas para civilizar. En efecto, si los primeros sucesos violentos que padecieron los yáganes se debieron a desagradables encuentros con marineros y cazadores de focas, muchos de los cuales se divertían disparando sobre sus canoas, el comienzo del final de la vida nómada de este pueblo se producirá con la llegada de los misioneros ingleses de la Patagonian Missionary Society. A pesar de los desastrosos ensayos civilizadores llevamos a cabo con anterioridad, como el caso de Jemmy Button y su traslado a Inglaterra en 1833, los religiosos protestantes instalarán una misión permanente en 1869 en Ushuaia, sobre el canal Beagle, con la finalidad de evangelizar al pueblo yámana. Ahora bien, la persistencia de los misioneros en su supuesta labor civilizadora provocó un efecto letal que abocó a la casi extinción a este pueblo. El cambio de la vida nómada a la vida sedentaria fue fatal para los yaganes. El hacinamiento en el que vivían y al aire viciado que respiraban provocó violentas epidemias de tuberculosis y sarampión, que diezmarán a la población indígena residente en Ushuaia sin que ninguno de los misioneros resultara afectado.

Marineros franceses de "La Romanche", 1882 (Jean-Louis Doze)

         Un episodio más del trágico destino de este pueblo es la historia desgraciada de Ouchpoukatekanensis, un hombre de 35 años que vivía en Bahía Orange junto a su familia. Conocemos todos los detalles gracias a los expedicionarios franceses de la Mission Scientifique du Cap Horn, que estuvieron un año en 1882/83 en territorio yagán, realizando estudios geográficos y antropológicos. Debido a un accidente fortuito, a Ouchpoukatekanensis se le gangrenó el pie y, a pesar de que los médicos franceses trataron de salvar su vida, murió el 26 de abril de 1883 en Bahía Orange.

         Hay que decir que, aunque los expedicionarios franceses de la misión al Cabo de Hornos siempre mostraron una gran sensibilidad hacia los yaganes con los que convivieron durante casi un año, también  se emplearon a fondo para recoger osamentas humanas para las colecciones de los museos de París, tal y como se acostumbraba en la época. La mayoría de los huesos los obtuvieron del propio pastor Thomas Bridges, debido a la gran mortandad de los yaganes alojados en la misión. El religioso aseguraba que eran los mismos indígenas los que le entregaban los restos humanos de sus familiares, lo que parece un tanto extraño teniendo en cuenta que los yaganes, como la mayor parte de los pueblos del planeta, tenían por costumbre enterrar a sus muertos.


Cráneo de Ouchpoukatekanensis según una lámina publicada por el doctor Hyades

       Sin embargo, la ocasión de hacerse con un cuerpo completo, recientemente fallecido, se les presentó con la trágica pero oportuna muerte de Ouchpoukatekanensis. Los franceses trasladaron el cadáver a bordo de su barco, La Romanche, y, convenientemente sumergido en alcohol, se lo llevaron a Francia. En el Museo de Historia Natural de París, en el gabinete del profesor Armand de Quatrefages, los restos de Ouchpoukatekanensis fueron diseccionados y descarnados. Una vez limpios los huesos, su esqueleto y su cráneo ingresaron en las colecciones del museo. Hoy forman parte de los más de 10.000 restos humanos que se agolpan en los sótanos del recientemente reabierto al público Musée de l’Homme.
        En la actualidad, la mayoría de los países tienen leyes que establecen que los restos mortales que forman parte de museos o colecciones privadas y que están perfectamente identificados, como el caso que nos ocupa, deben ser devueltos a sus comunidades. Un acto de justicia sería la restitución de los huesos de Ouchpoukatekanensis, de tal modo que descansaran para siempre entre las ensenadas y bahías de su tierra legendaria, rodeados de un mar embravecido y un viento vigoroso, al otro extremo del mundo.


Esqueleto de Ouchpoukatekanensis


22 de octubre de 2015

Territorio Kawésqar: viaje en kayak por los canales de la Patagonia

Estamos en territorio kawésqar, el legendario pueblo de nómadas canoeros de la Patagonia. Una lluvia fina cae ininterrumpidamente desde hace horas y el viento helado sopla con fuerza por el laberinto de canales e islas. Entre la niebla, a lo lejos, aparecen unas figuras que poco a poco se van perfilando. Dos hombres avanzan resueltos deslizándose por el agua con sus ligeros kayak. Su fabuloso viaje será el material para "Una odisea en la Patagonia" (“Une odyssée en Patagonie”), uno de los más recomendables libros sobre la Patagonia que he leído últimamente, escrito por Inti Salas Rossenbach, y publicado en Francia en septiembre de 2013 (Éditions La Découvrance).


Bellísima fotografía en las cercanías de Puerto Natales, Patagonia occidental (fotografía: www.patagonia2009.com )

Inti Salas y Alexandre Chenet emprendieron en el invierno austral de 2009 un viaje en kayak a través de los canales, fiordos e islotes de la Patagonia chilena, en un recorrido que les llevaría en aproximadamente cien días desde Punta Arenas hasta el Golfo de Penas, pasando por Puerto Natales, Puerto Edén y Tortel. Todas los días, en su tienda de campaña, resguardado del frío y de la lluvia propios de una meteorología inclemente, Salas llena pacientemente las páginas de su diario que luego transformará en libro y que también tendrá su versión en su página web: www.patagonia2009.com. Para privilegio de sus lectores, que podemos disfrutar tranquilamente de una verdadera aventura y de los recuerdos que el autor colectiviza en forma de relato muy bien escrito.

Una travesía prodigiosa, emprendida como un gran desafío puesto que Inti y Alexandre la hicieron en sentido sur a norte, la dirección más difícil. Al final del camino, el temible Golfo de Penas, que supone el acceso al inmenso mar abierto del océano Pacífico que, en ese lugar, revela su cara mas violenta y tempestuosa. Un lugar donde las playas no son otra cosas que guijarros de piedra y roca esculpidas a golpe del violento oleaje y donde el viento frío del oeste azota bajo un cielo casi permanentemente gris. Precisamente de ahí viene el nombre original, "Peñas", que los cartógrafos ingleses convirtieron en "Penas" al carecer en su abecedario de la letra "ñ", error que se ha ido reproduciendo hasta el punto de que el Instituto Geográfico chileno lo ha terminado aceptando como nombre oficial.



Portada del libro "Une odyssée en Patagonie"
En el largo viaje a esforzado golpe de remo, Inti Salas evoca a todos los que, antes que ellos, atravesaron los mismos canales, ensenadas, istmos y archipiélagos. En primer lugar, los legendarios kawésqar, fabulosos navegantes que hicieron de este territorio tortuoso su particular paraíso. Recoge algunas de las leyendas de este gran pueblo de marinos, como aquella que establece que los kawésqar creían que los muertos residían en alta mar, en el Océano Pacífico, regresando en algunas ocasiones al mundo de los vivos. Lo hacían siempre en forma de animales, como las focas que nadaban juguetonas alrededor de sus embarcaciones y cuya caza traía mala suerte.

También habla sobre los exploradores que por aquí pasaron antes que ellos, como John Byron y su accidentado viaje por el Golfo de Penas en 1741, del que solo tres marinos regresaron a Inglaterra. Los marineros ingleses sobrevivieron gracias a los habitantes autóctonos, que oficiaron de guías y sin cuya ayuda hubieran muerto irremediablemente. O Joseph Emperaire, al arqueólogo francés que convivió varios años con los kawésqar de Puerto Edén (Jetarkte, en lengua kawésqar), legándonos valiosos testimonios sobre su cultura y costumbres.

Kawésqar en su embarcación. Fotografía tomada en 1945 por Joseph Lemperaire (Musée du Quai Branly, París)
Lugar protagonista en el libro ocupan los pescadores chilenos, prácticamente los únicos seres humanos que encontraron en su larga travesía por los canales. A día de hoy, llevan a cabo una peligrosa y dura profesión que merece el máximo reconocimiento. Marineros de excepción que, ofreciéndoles hospitalidad, invitaron a los dos jóvenes franceses a subir a bordo de sus pequeños barcos, para resguardarse de los rigores del mar, y tomar una bebida caliente. Salas escribirá sobre ellos: "Conocen cada bahía, cada brazo de mar, cada canal, cada bajofondo, cada cadena montañosa de memoria. Conocen los sistemas meteorológicos locales de cada esquina que frecuentan, qué significa la llegada de tal viento, o lo que presagia la mar según la forma en la que se agitan las olas. Conocen tan bien su inmenso hábitat que ellos mismos ya son parte de él" (P. 127).

Inti pasa con su kayak por entre los barcos de pescadores, canal Sarmiento, junio de 2009

Desde un punto de vista de la historia social, como corresponde a alguien que bautiza a su kayak con el nombre “Francisco Ascaso”, legendario luchador anarquista de la Guerra Civil española, Salas evoca la lucha de Antonio Soto y los peones rurales, en las trágicas huelgas de Santa Cruz de 1921:

"Mientras esperábamos nuestros kayaks en Punta Arenas, visitamos el cementerio. Buscábamos una placa funeraria, la de Antonio Soto. En 1921 y 1922 tuvo lugar en Patagonia una gran y larga huelga de los peones, empleados temporales de las estancias ganaderas. Los dueños de las estancias amasaban fortunas inmensas y se hacían edificar en Punta Arenas fastuosas mansiones que reinan todavía en el centro de la ciudad. Los trabajadores, chilenos en su mayoría, se sublevaron contra sus condiciones de trabajo que los confinaban al estatus de casi esclavos. Reclamaban colchones en lugar de paja amontonada, salarios mínimos, el reconocimiento de su dignidad, cosas simple y esenciales. Pero también se habían rebelado para luchar a favor de los ideales de transformación social, de solidaridad, de las utopías libertarias. Durante esta segunda huelga -la primera se había acabado con promesas no cumplidas por el estado argentino- el ejercito intervendrá y fusila a cientos de hombres. El proceso era siempre el mismo en todo los lugares: cuando el 10º regimiento de caballería, comandado por el teniente coronel Varela, llegaba donde estaban los gauchos en huelga, estos, queriendo evitar un enfrentamiento demasiado desigual con los soldados, aceptaban unas veces parlamentar y otras rendirse. Entonces los militares, traicionando su palabra, fusilaban sin ningún miramiento a los jefes enviados para parlamentar. Sin embargo, Argentina acababa de abolir la pena de muerte. A continuación llegaban los propietarios de las estancias (de los que solo un puñado se opondrá a esta salvaje manera de poner fin a la revuelta) que señalaban a los buenos obreros. Los que no habían sido reclamados por nadie, eran igualmente fusilados y enterrados apresuradamente, siendo pasto de los armadillos y los buitres" (P.105).

Tumba de Antonio Soto Canalejos en el cementerio de Punta Arenas (fotografía: www.patagonia2009.com )

Y nos narra también la historia de los pueblos autóctonos de la Patagonia y Tierra del Fuego, que vieron desaparecer violentamente su modo ancestral de vida tras la llegada de los primeros colonizadores:

"En Tierra del Fuego, una región transformada en tierras para ganadería y para la explotación minera en el siglo XIX, los Selk'nams y los Haush fueron ejecutados por los terratenientes. Los que no murieron por el plomo fueron deportados a la isla Dawson o bien sucumbieron a las nuevas enfermedades europeas (rubéola, tuberculosis, neumonía, sífilis...): de varios miles a fines del siglo XIX, solamente unos cincuenta sobrevivían en 1920. Los misioneros salesianos los remataron, con esa insoportable buena voluntad de los evangelizadores, sedentarizándolos, aculturándolos y vistiéndolos a la manera occidental (lo que invariablemente los hacía morir de enfermedad" (P. 159).

Remando en kayak por los fiordos y canales de la Patagonia (fotografía: www.patagonia2009.com )

Salas subraya la costumbre de los europeos de cubrir rápidamente la desnudez de los indígenas, proporcionándoles ropas mugrientas y rotosas, con las que son fotografiados de manera humillante. "Fotos que lamento haber visto" (P. 180), confiesa el autor refiriéndose a las planchas fotográficas de la Mission Scientifique du Cap Horn de 1882/83.

Hace también una interesante reflexión sobre las gentes que viven hoy en la parte más austral de América: "La Patagonia convierte a la mayor parte de los hombres y mujeres que allí habitan, vengan de donde vengan, en descendientes de los primeros habitantes" (P. 161).

El autor, Inti Salas Rossenbanch, en uno de los tramos, especialmente agotadores, en los que tuvieron que portear el kayak

"Una odisea en la Patagonia" es el resultado de un viaje emprendido con la voluntad de dejar atrás la civilización y en la que el autor se da cuenta, casi al final de la epopeya, que la civilización viaja con uno, profundamente anclada en nuestro interior. Ya lo dijo el poeta Constantin Cavafis: “No existen para ti otras tierras, otros mares. La ciudad irá dónde tu vayas”. En conclusión, un libro totalmente recomendable, que espera su traducción al español y su distribución por Chile, Argentina o España, y que el autor dedica valientemente

 “A LOS EXILIADOS Y DESAPARECIDOS DE LA DICTADURA DE PINOCHET Y A LOS SIN PAPELES DEL MUNDO ENTERO”




26 de septiembre de 2015

Molina contra Entraigas, las discusiones de los salesianos sobre el exterminio de los selk'nam de Tierra del Fuego

   No todos los salesianos aceptaron colaborar de buen grado en la ocultación de las matanzas de los selk’nam llevadas a cabo por los estancieros de Tierra del Fuego desde finales del siglo XIX. El sacerdote Manuel Jesús Molina protestó airadamente en 1963 al ver como el padre Raúl Augustín Entraigas, en su obra “Don Bosco en América”, escribía que la desaparición de los onas se había producido “no por el plomo del blanco sino por la incapacidad de su organismo virgen”. El objetivo del sacerdote Entraigas, uno de los historiadores salesianos más complacientes con los acaudalados terratenientes, no era otra que proteger el “buen nombre” de las familias Menéndez y Braun. Molina, indignado, calificó la frase de Entraigas de “aserción antihistórica” y le conminó a que la corrigiera en una errata o nota al pie, asegurando que los antiguos misioneros que fueron testigos presenciales (Borgatello, Fagnando, Beauvoir, etc) certificaron que la extinción de los pueblos originarios se debió a las matanzas de los ganaderos. 
   Merece la pena hacer pública esta carta de Molina, que conoció incluso a varios “matadores de indios”, y la respuesta de Entraigas, donde privadamente reconoce “que hubo matanzas de indios” aunque públicamente jamás se retractó.

Grupo de Selk'nam fotografiados por Charles W. Furlong en 1907 (Darmouth Library)


Carta del padre Molina a Entraigas:



Río Gallegos 3 de septiembre de 1963
Rvdo. Pbro.
Dr. Raúl Entraigas
Apreciado Hno. en D. B.:

                  Con estupor escuché leer en el comedor un concepto suyo sobre la desaparición de los Onas en Tierra del Fuego, en su reciente libro, muy interesante por cierto, “Don Bosco en América”: “y la forma vertiginosa en que los infelices iban desapareciendo…no por el plomo del blanco, como con harta ligereza y mal conocimiento de la verdad se suele afirmar también en letras de molde, sino por la incapacidad de su organismo virgen de defenderse contra los virus que necesariamente acarrea la civilización”.
                  Nosotros que estamos en el medio y vivimos con los hombres que han sido actores de los hechos o son sus descendientes directos; han sido testigos presenciales o han recogido los datos directamente de sus autores, no podemos estar de acuerdo con una aserción antihistórica de ese calibre. No desconocemos ciertamente el otro motivo y las otras causas, pero no podemos cerras los ojos a la evidencia de los hechos.
                  Los Onas del Norte del Río Grande, los “Chonkólluka”, desaparecieron de tal forma, que de ellos no quedó sino el recuerdo de unos pocos vocabularios. Y cuando al P. Beauvoir se le desestima por su obra “Los Shelknam” en los círculos científicos, es porque se desconoce la existencia de esta fracción norteña de los Onas y se cree que todo es Shelknam y con ese cartabón se juzga la obra. Su crítico, Lucas Bridges, no conoció a los Chonkólluka, desconocía, de consiguiente su idioma y de allí las fallas de su crítica, que ha sido tomada como artículo de fe por los científicios argentinos. Y esta fracción norteña desapareció tan vertiginosamente, precisamente, arrasada por el plomo de los blancos.
                  Para su archivo, si es que no lo tiene, le envío unos pasajes de El Jimmy de Herbert Childs. Habla solamente de un rincón habitado por los Chonkólluka y de cómo fueron exterminados en esa zona. Jimmy Radburne, falleció el año 1958[1]. En mis viajes por la Provincia de Santa Cruz me encontré con varios matadores de indios.
                  Espero que en una Nota o en una Errata corrija esa opinión, que no puede compartir un santacruceño o un fueguino. Algo semejante ha ocurrido con su otro libro “Monseñor Fagnano” sumamente interesante por otros conceptos pero deficiente en lo histórico, por cuya causa fue dejado de lado por los antiguos misioneros que habían vivido los hechos o habían recibido los datos de primera agua.
                  Salúdale con aprecio de siempre.
         Affmo. in D.

Contestación del sacerdote Entraigas al padre Molina:


Buenos Aires, 13 de set./63

Muy estimado P. Molina:

                  En mi poder la tuya del 3 corr.- Ella me dio pie para rever mi carpeta titulada MALOS TRATOS… CAUSAS DE EXTINCIÓN DE ABORÍGENES…
         Me dispongo a contestarte, no obstante mis múltiples ocupaciones aquí, porque valoro tu labor científica que más de una vez he puesto en evidencia en privado y en público.
Como ves tengo una carpeta que trata de eso, donde constan 24 testimonios muy encumbrados.- No he escrito, pues, ligeramente.- Comencé a estudiar ese tema en 1936, como verás, si te tomas la molestia de revisar este encuadernador cuando andes por acá.- Escribí esos renglones en la vida del P. Pedemonte luego a haber comprado en el centro un libro de una pobre mujer que tituló su libro UNA OREJA DE INDIO POR UNA LIBRA ESTERLINA y luego en el cuerpo sólo trata de una placentera excursión, en avión, por la Patagonia; pero deja el veneno en el alma… Y así se hace la historia…
         “Estamos en el medio y vivimos con los…actores…o descendientes”. Yo también, antes de escribir he tratado con los verdaderos colonizadores de aquellas tierras, va a hacer treinta años. Uds. ya no podrán alternar con el P. Crema, ni con el P. Carnino, ni con aquel pobre ebrio consuetudinario que debió volver a Turín con su vicio (que debía mantener el Cap.Sup.), ni con Giuspin, ni con Vigne, testigo de primer orden, ni con el P. Sallaberry, ni con el P. Borgatello (cuya veracidad hay que ver cómo la juzga el P. Massa), ni con Dalmasso, ni con Ferrando, testimonio de alto coturno en estas cosas, ni con Contardi, ni con Roux (porque siempre hay que escuchar las dos campanas…) y yo he podido alternar con ellos y escribir luego de escuchar a tirios y troyanos[2].
         A través de tanto y tanto testimonio fehaciente, comprenderás que no se me oculta la verdad verdadera: que hubo matanzas de indios. Y ahí está la vida de Mons. Fagnano, cuya LIMEN (pág. 17) dice eso muy bien para quien sabe leer entre renglones, pero no armar escándalo.
         No seamos nosotros los salesianos los que encendamos la tea del escándalo. No sabes la pena que me dio cuando, luego de haberle conseguido un pasaje de 1ª ida y vuelta a Tierra del Fuego a un Dominico Francés, él fue fugazmente y habiendo hallado ese brulote de Borrero LA PAT.TRÁGICA, escribió un libro de escándalo PATAGONIE ET TERRE DU FEU, en que habla de las matanzas[3], pone en ridículo a Mons. Esandi, dice perrerías de los salesianos de Comodoro Rivadavia, de los de Tierra del Fuego y de los de Punta Arenas. Nosotros no debemos imitar esos malos ejemplos. Hay temas más limpios para hacer literatura, siempre dentro del respeto que nos merece la verdad histórica.
         Mi libro Pinceles de Fuego trae un episodio EL DIMAS DE LA PATAGONIA donde se habla de esto, pero sin armar escándalo[4]. Y creo que un sacerdote que es respetable no puede bajar a la arena a recoger esas cosas… La película que yo asesoré, TIERRA DEL FUEGO, menciona el famoso episodio de la ballena envenenada. Pero ello no significa generalizar. En mi carpeta figura el opúsculo de Segers sobre las causas que influyeron en la extinción de los onas. Es raro, como comprenderás. Y está a tu disposición, si lo deseas.- Puede ser bien que una tribu, como los Chonkólluka, haya sido exterminada. Pero no todos los indios de la Patagonia… Me dices que los antiguos misioneros “dejaron de lado mi libro” sobre Fagnano. Puede ser. Lo lamento precisamente ahora que Don Ziggiotti me dice (última carta) que mis libros ocupan en n/Sociedad el lugar que ocupan los MEM.STOGR. de Don Ceria![5] Espero ir este verano. Debo documentarme mejor sobre Piedra Buena. Saludos para todos los amigos. Tu afmo. 

El libro "Don Bosco en América" de Raul A. Entraigas

   Como hemos visto, la revisión de la correspondencia personal de Entraigas nos permite constatar que el sacerdote salesiano era perfecto conocedor de las matanzas de selk'nam de Tierra del Fuego pero que, para proteger a los grandes latifundistas, estaba dispuesto a ocultarlo a la opinión pública. "Por más que sean ciertos los cargos que le hace el Padre Borgatello y otros muchos, nosotros no los podemos citar", escribía Entraigas sobre la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, la empresa formada por Braun, Menéndez y otros latifundistas que explotaba más de un millón de hectáreas en la parte chilena de Tierra del Fuego.


Declaración del sacerdote salesiano Raúl A. Entraigas sobre la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego

    Para comprender cabalmente el “respeto” que a Entraigas le merecía la verdad histórica, recordemos que fue este religioso quien en 1945 ofició las bodas de oro de Josefina Menéndez Behety, la hija mayor de José Menéndez "el rey de la Patagonia", y Mauricio Braun Hamburguer, el acaudalado terrateniente. Pero es que además, tras la ceremonia, Entraigas recibió alborozado el anuncio que le hacía Josefina; su mansión de la calle Ayacucho 1072 de Buenos Aires sería derruida para construir en su lugar una iglesia que estaría dedicada a su padre, José Menéndez, la "Parroquia del Patrocinio de San José". 
   Basta dar hoy un simple paseo por ese lugar para comprobar como se ha impuesto forzosamente la memoria de los latifundistas, con suntuosas iglesias, mientras que en Tierra del Fuego el viento recorre los silenciosos páramos por donde, durante miles de años, transitaron los legendarios selk'nam.


 
Parroquia del Patrocinio de San José, Ayacucho 1072, Buenos Aires





[1] James Radbourne más conocido como “El Jimmy de la Patagonia”, un escocés que trabajó en la estancia Springhill como ovejero, nos dejó estremecedores relatos de las cacerías humanas lideradas por otro escocés, un hombre extremadamente cruel llamado Mac Donald que “no gastaba balas en los viejos ni en las mujeres que eran dejados atrás sin defensa por los otros indios, pero saltaba de su caballo y acuchillaba a todos los que podía atrapar, viejos o jóvenes, hombres o mujeres”.
[2] Entraigas nombra en este párrafo a la mayoría de los sacerdotes salesianos que estuvieron en la Patagonia: José Crema, Luis Carnino, Javier Vigne, Luis Héctor Sallaberry, Maggiorino Borgatello, Lorenzo Massa, Santiago Dalmasso o Juan Ferrando. El “pobre ebrio consuetudinario” no era otro que el sacerdote Giovanni Zenone, encargado de las misiones volantes en Tierra del Fuego y que volvió a Italia completamente alcoholizado.
[3] Se refiere al libro de Maurice-Hyacinthe Lelong (1900-1981), religioso dominico autor de “En Patagonie et Terre de Feu”, libro publicado en 1950 en París por Editions Julliard. El etnólogo suizo Jean-Christian Spahni (1923-1992) dirá sobre él: “denunció con mucho coraje y sinceridad las atrocidades cometidas a ambos lados del estrecho de Magallanes. Este autor es considerado por muchos estancieros, al igual que sucede con José María Borrero, como un peligroso anarquista”.
[4] Se refiere al capítulo X de su libro “Pinceles de Fuego” (Sociedad Editora Internacional, Buenos Aires, 1947), titulado “El Dimas de la Patagonia”. Allí se habla de un supuesto anciano inglés que va a morir a la misión de La Candelaria, arrepentido de sus acciones violentas contra los selk’nam en sus tiempos jóvenes, cuando era capataz de estancia. Entraigas, como ya hizo el terrateniente inglés Esteban Lucas Bridges, no lo olvidemos, vuelve a proteger el “buen nombre” de los estancieros al no dar el nombre de los asesinos: Alexander MacLennan, Samuel Hyslop, Alexander Allan Cameron, James C. Robbins, José Pezzoli y otros.
[5] Eugenio Ceria (1870-1957) fue autor oficial de los salesianos, con libros como los  Annali della Società Salesiana o la Memoria Biografiche.