Estamos en territorio
kawésqar, el legendario pueblo de nómadas canoeros de la Patagonia. Una lluvia
fina cae ininterrumpidamente desde hace horas y el viento helado sopla con
fuerza por el laberinto de canales e islas. Entre la niebla, a lo lejos, aparecen
unas figuras que poco a poco se van perfilando. Dos hombres avanzan resueltos
deslizándose por el agua con sus ligeros kayak. Su fabuloso viaje será el
material para "Una odisea en la Patagonia" (“Une odyssée en
Patagonie”), uno de los más recomendables libros sobre la Patagonia que he
leído últimamente, escrito por Inti Salas Rossenbach, y publicado en Francia en
septiembre de 2013 (Éditions La Découvrance).
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Inti Salas y Alexandre
Chenet emprendieron en el invierno austral de 2009 un viaje en kayak a través
de los canales, fiordos e islotes de la Patagonia chilena, en un recorrido que
les llevaría en aproximadamente cien días desde Punta Arenas hasta el Golfo de Penas,
pasando por Puerto Natales, Puerto Edén y Tortel. Todas los días, en su tienda
de campaña, resguardado del frío y de la lluvia propios de una meteorología
inclemente, Salas llena pacientemente las páginas de su diario que luego
transformará en libro y que también tendrá su versión en su página web: www.patagonia2009.com. Para privilegio de sus lectores, que podemos disfrutar
tranquilamente de una verdadera aventura y de los recuerdos que el autor
colectiviza en forma de relato muy bien escrito.
Una travesía prodigiosa,
emprendida como un gran desafío puesto que Inti y Alexandre la hicieron en
sentido sur a norte, la dirección más difícil. Al final del camino, el temible
Golfo de Penas, que supone el acceso al inmenso mar abierto del océano Pacífico
que, en ese lugar, revela su cara mas violenta y tempestuosa. Un lugar donde
las playas no son otra cosas que guijarros de piedra y roca esculpidas a golpe
del violento oleaje y donde el viento frío del oeste azota bajo un cielo casi
permanentemente gris. Precisamente de ahí viene el nombre original,
"Peñas", que los cartógrafos ingleses convirtieron en
"Penas" al carecer en su abecedario de la letra "ñ", error
que se ha ido reproduciendo hasta el punto de que el Instituto Geográfico
chileno lo ha terminado aceptando como nombre oficial.
En el largo viaje a
esforzado golpe de remo, Inti Salas evoca a todos los que, antes que ellos,
atravesaron los mismos canales, ensenadas, istmos y archipiélagos. En primer
lugar, los legendarios kawésqar, fabulosos navegantes que hicieron de este
territorio tortuoso su particular paraíso. Recoge algunas de las leyendas de
este gran pueblo de marinos, como aquella que establece que los kawésqar creían
que los muertos residían en alta mar, en el Océano Pacífico, regresando en
algunas ocasiones al mundo de los vivos. Lo hacían siempre en forma de
animales, como las focas que nadaban juguetonas alrededor de sus embarcaciones
y cuya caza traía mala suerte.
También habla sobre los
exploradores que por aquí pasaron antes que ellos, como John Byron y su
accidentado viaje por el Golfo de Penas en 1741, del que solo tres marinos
regresaron a Inglaterra. Los marineros ingleses sobrevivieron gracias a los habitantes
autóctonos, que oficiaron de guías y sin cuya ayuda hubieran muerto
irremediablemente. O Joseph Emperaire, al arqueólogo francés que convivió
varios años con los kawésqar de Puerto Edén (Jetarkte, en lengua
kawésqar), legándonos valiosos testimonios sobre su cultura y costumbres.
Kawésqar en su embarcación. Fotografía tomada en 1945 por Joseph Lemperaire (Musée du Quai Branly, París) |
Lugar protagonista en el
libro ocupan los pescadores chilenos, prácticamente los únicos
seres humanos que encontraron en su larga travesía por los canales. A día de
hoy, llevan a cabo una peligrosa y dura profesión que merece el máximo
reconocimiento. Marineros de excepción que, ofreciéndoles hospitalidad, invitaron
a los dos jóvenes franceses a subir a bordo de sus pequeños barcos, para resguardarse
de los rigores del mar, y tomar una bebida caliente. Salas escribirá sobre
ellos: "Conocen cada bahía, cada brazo de mar, cada canal, cada bajofondo,
cada cadena montañosa de memoria. Conocen los sistemas meteorológicos locales
de cada esquina que frecuentan, qué significa la llegada de tal viento, o lo
que presagia la mar según la forma en la que se agitan las olas. Conocen tan
bien su inmenso hábitat que ellos mismos ya son parte de él" (P. 127).
Inti pasa con su kayak por entre los barcos de pescadores, canal Sarmiento, junio de 2009 |
Desde un punto de vista de la historia social, como corresponde a alguien que bautiza a su kayak con el nombre
“Francisco Ascaso”, legendario luchador anarquista de la Guerra Civil española,
Salas evoca la lucha de Antonio Soto y los peones rurales, en las trágicas huelgas de Santa Cruz de 1921:
"Mientras esperábamos nuestros kayaks en Punta Arenas, visitamos el cementerio. Buscábamos una placa funeraria, la de Antonio Soto. En 1921 y 1922 tuvo lugar en Patagonia una gran y larga huelga de los peones, empleados temporales de las estancias ganaderas. Los dueños de las estancias amasaban fortunas inmensas y se hacían edificar en Punta Arenas fastuosas mansiones que reinan todavía en el centro de la ciudad. Los trabajadores, chilenos en su mayoría, se sublevaron contra sus condiciones de trabajo que los confinaban al estatus de casi esclavos. Reclamaban colchones en lugar de paja amontonada, salarios mínimos, el reconocimiento de su dignidad, cosas simple y esenciales. Pero también se habían rebelado para luchar a favor de los ideales de transformación social, de solidaridad, de las utopías libertarias. Durante esta segunda huelga -la primera se había acabado con promesas no cumplidas por el estado argentino- el ejercito intervendrá y fusila a cientos de hombres. El proceso era siempre el mismo en todo los lugares: cuando el 10º regimiento de caballería, comandado por el teniente coronel Varela, llegaba donde estaban los gauchos en huelga, estos, queriendo evitar un enfrentamiento demasiado desigual con los soldados, aceptaban unas veces parlamentar y otras rendirse. Entonces los militares, traicionando su palabra, fusilaban sin ningún miramiento a los jefes enviados para parlamentar. Sin embargo, Argentina acababa de abolir la pena de muerte. A continuación llegaban los propietarios de las estancias (de los que solo un puñado se opondrá a esta salvaje manera de poner fin a la revuelta) que señalaban a los buenos obreros. Los que no habían sido reclamados por nadie, eran igualmente fusilados y enterrados apresuradamente, siendo pasto de los armadillos y los buitres" (P.105).
Y nos narra también la historia de los pueblos autóctonos de la Patagonia y Tierra del Fuego, que vieron desaparecer violentamente su modo ancestral de vida tras la llegada de los primeros colonizadores:
"Mientras esperábamos nuestros kayaks en Punta Arenas, visitamos el cementerio. Buscábamos una placa funeraria, la de Antonio Soto. En 1921 y 1922 tuvo lugar en Patagonia una gran y larga huelga de los peones, empleados temporales de las estancias ganaderas. Los dueños de las estancias amasaban fortunas inmensas y se hacían edificar en Punta Arenas fastuosas mansiones que reinan todavía en el centro de la ciudad. Los trabajadores, chilenos en su mayoría, se sublevaron contra sus condiciones de trabajo que los confinaban al estatus de casi esclavos. Reclamaban colchones en lugar de paja amontonada, salarios mínimos, el reconocimiento de su dignidad, cosas simple y esenciales. Pero también se habían rebelado para luchar a favor de los ideales de transformación social, de solidaridad, de las utopías libertarias. Durante esta segunda huelga -la primera se había acabado con promesas no cumplidas por el estado argentino- el ejercito intervendrá y fusila a cientos de hombres. El proceso era siempre el mismo en todo los lugares: cuando el 10º regimiento de caballería, comandado por el teniente coronel Varela, llegaba donde estaban los gauchos en huelga, estos, queriendo evitar un enfrentamiento demasiado desigual con los soldados, aceptaban unas veces parlamentar y otras rendirse. Entonces los militares, traicionando su palabra, fusilaban sin ningún miramiento a los jefes enviados para parlamentar. Sin embargo, Argentina acababa de abolir la pena de muerte. A continuación llegaban los propietarios de las estancias (de los que solo un puñado se opondrá a esta salvaje manera de poner fin a la revuelta) que señalaban a los buenos obreros. Los que no habían sido reclamados por nadie, eran igualmente fusilados y enterrados apresuradamente, siendo pasto de los armadillos y los buitres" (P.105).
Tumba de Antonio Soto Canalejos en el cementerio de Punta Arenas (fotografía: www.patagonia2009.com ) |
Y nos narra también la historia de los pueblos autóctonos de la Patagonia y Tierra del Fuego, que vieron desaparecer violentamente su modo ancestral de vida tras la llegada de los primeros colonizadores:
"En Tierra del
Fuego, una región transformada en tierras para ganadería y para la explotación
minera en el siglo XIX, los Selk'nams y los Haush fueron ejecutados por los
terratenientes. Los que no murieron por el plomo fueron deportados a la isla
Dawson o bien sucumbieron a las nuevas enfermedades europeas (rubéola,
tuberculosis, neumonía, sífilis...): de varios miles a fines del siglo XIX,
solamente unos cincuenta sobrevivían en 1920. Los misioneros salesianos los
remataron, con esa insoportable buena voluntad de los evangelizadores,
sedentarizándolos, aculturándolos y vistiéndolos a la manera occidental (lo que
invariablemente los hacía morir de enfermedad" (P. 159).
Salas subraya la
costumbre de los europeos de cubrir rápidamente la desnudez de los indígenas,
proporcionándoles ropas mugrientas y rotosas, con las que son fotografiados de
manera humillante. "Fotos que lamento haber visto" (P. 180), confiesa
el autor refiriéndose a las planchas fotográficas de la Mission Scientifique du
Cap Horn de 1882/83.
Hace también una
interesante reflexión sobre las gentes que viven hoy en la parte más austral de
América: "La Patagonia convierte a la mayor parte de los hombres y mujeres
que allí habitan, vengan de donde vengan, en descendientes de los primeros habitantes"
(P. 161).
El autor, Inti Salas Rossenbanch, en uno de los tramos, especialmente agotadores, en los que tuvieron que portear el kayak |
"Una odisea en la Patagonia" es el resultado de un viaje emprendido con la voluntad de dejar atrás la civilización y en la que el autor se da cuenta, casi al final de la epopeya, que la civilización viaja con uno, profundamente anclada en nuestro interior. Ya lo dijo el poeta Constantin Cavafis: “No existen para ti otras tierras, otros mares. La ciudad irá dónde tu vayas”. En conclusión, un libro totalmente
recomendable, que espera su traducción al español y su distribución por Chile,
Argentina o España, y que el autor dedica valientemente
“A LOS EXILIADOS Y
DESAPARECIDOS DE LA DICTADURA DE PINOCHET Y A LOS SIN PAPELES DEL
MUNDO ENTERO”