21 de noviembre de 2020

25 de noviembre, Día del Genocidio del pueblo Selk'nam

El 25 de noviembre de 1886 el ejército argentino provocó la mayor matanza de selk’nam de la que se tiene oficialmente registro. El responsable fue Ramón Lista, oficial mayor de Marina, que comandaba una expedición militar de exploración de la isla Grande de Tierra del Fuego, compuesta por veinticinco soldados al mando del capitán de caballería José Marzano y en la que también participaban como personal auxiliar el sacerdote italiano Giuseppe Fagnano y el cirujano belga Polidoro Segers. 

Se embarcaron en el cúter Santa Cruz y llegaron a bahía San Sebastián, al norte de la isla, en la costa atlántica. No había transcurrido más que un día desde el desembarco de los animales, suministros, armas y municiones, cuando el grupo de exploradores se enfrentó violentamente con los selk’nam. Tras recibir los soldados una lluvia de flechas, Lista ordenó una mortífera descarga de fusilería. A partir de entonces se desata una guerra sin cuartel, una carnicería que provocó entre los selk’nam veintiocho muertos y un elevado número de heridos y prisioneros, la mayoría mujeres y niñas. Los militares no sufrieron ninguna baja.

Contamos con tres testigos directos de la matanza, el propio Ramón Lista, el cura Giuseppe Fagnano y el médico Polidoro Segers.



Selk'nam prisioneros en Ushuaia, 1896

Ramón Lista en el libro "Viaje al país de los Ona"

“Por lo que respecta a los indios onas que habitan la isla, tengo el sentimiento de comunicarle que me he visto en el caso de tener que librar un combate con diez hombres contra cuarenta salvajes, que ocultos en un espeso matorral, antes de entregarse y a pesar de nuestras demostraciones pacíficas, pretendieron rechazarnos lanzándonos enjambres de flechas. Los hice cargar a sable, el capitán a la cabeza, y cuando ya daba por terminada la lucha, este intrépido oficial cayó herido de un flechazo en la cabeza con lo cual el ataque se detuvo un instante; pero enseguida mandé cargar nuevamente y después de un ligero tiroteo el matorral fue desalojado quedando en nuestro poder algunos prisioneros, mujeres en su mayor parte, y sobre las zarzas veintiséis indios muertos, todos ellos de estatura gigantesca y de una corpulencia solo comparable a la de los patagones o tehuelches”.

Giuseppe Fagnano en "Il Bollettino Salesiano"

“El oficial trató de hacerse entender por los pobres salvajes a través de gestos, invitándoles a rendirse, ofreciéndoles carne y galleta. Parece, sin embargo, que nada comprendieron de su mímica amistosa ya que, en lugar de responder, lanzaron sus flechas contra los militares sin, no obstante, producir daño de ningún tipo. Luego de más de media hora de vanas tentativas y después de haberles inútilmente ordenado la rendición, el jefe ordenó desalojarlos de sus escondites, y a tal efecto se comenzó a abrir fuego donde quiera que apareciera una piel de guanaco. Cada detonación era seguida de un grito de los indios, entre cuyas voces se distinguía una que, dominando al resto, animaba a los demás a mantener la resistencia. Eso indujo al comandante a ordenar una carga con sables, con la esperanza de poder, de esta manera, cogerlos a todos con el menor derramamiento de sangre. El intrépido capitán Marzano se movió adelante y se lanzó hacia la mata negra desde donde continuaba saliendo aquella voz provocadora. Sin embargo, al llegar a una brevísima distancia del enemigo invisible fue herido en la sien izquierda por una flecha de madera, y cayó al suelo sin sentido, perdiendo sangre de la herida. En este punto ya no fue posible contener la animosidad de los soldados, anhelantes de vengar la herida de su valeroso capitán; se lanzaron rabiosamente contra los indios y mataron a todos cuantos osaron aún oponer resistencia. Hicieron trece prisioneros, incluidos dos niños”.

En este testimonio Fagnano simplemente lamenta las muertes, lo que no le impedirá continuar acompañando a la expedición militar. La realidad dista mucho de cómo la historiografía salesiana narró tiempo después este violento encuentro, y donde el sacerdote poco menos que expone su pecho desnudo a las balas de los soldados para evitar la matanza de indígenas.


Arqueros selk'nam en Tierra del Fuego 1902


Polidoro Segers en el libro "Hábitos y costumbres de los indios onas"

“A nuestros pies y sobre la orilla del mar entre manchones negros, que revelaban las crestas de las restingas que emergían de las aguas unos veinte individuos se entregaban tranquilamente a la pesca de mariscos sin habernos apercibido cuando los ladridos de los perros llamando su atención les descubrió nuestra presencia en el vértice del cabo Peñas, al lado de sus viviendas. La alarma que esto les produjo fue espantosa y los pobres indios que se encontraban a una larga distancia en la playa que la marea al bajar había dejado al descubierto, no sabían de qué lado escapar. La confusión aumentó más cuando vieron que los soldados de la expedición bajaban a toda prisa en su persecución la cuesta de la barranca en la cual estábamos.

Triste espectáculo era para mí ver a estos pobres indios inofensivos correr de un lado a otro perseguidos como fieras por los que representaban la civilización. Como los indios huían en varias direcciones y los soldados temían que escapase su presa, empezaron a hacer fuego sobre ellos hiriendo a algunos, pero logrando sustraerse todos a sus perseguidores, menos uno que, rodeado por cinco soldados armados de Remington no pudo adelantar. El infeliz se había atrincherado detrás de una enorme peña y se defendía valerosamente del fuego que le hacían aquellos. A cada descarga salía de su fortaleza improvisada y lanzaba una flecha en dirección de sus verdugos.

La huida le era imposible: a retaguardia tenía el mar que subía ya y delante cinco bocas que vomitaban fuego. En fin, acribillado por las balas cayó el valiente y por conmiseración fue ultimado con un tiro de revólver en el oído derecho. El reverendo padre Fagnano, capellán de la expedición, y yo nos habíamos hecho cargo de las criaturas abandonadas y mientras seguía el tiroteo no podíamos menos que protestar indignados contra este acto de crueldad que pasaba a nuestra vista, sin que pudiéramos impedirlo. Como avanzara la noche y deseosos de dar sepultura al cadáver, conseguimos del jefe de la expedición que lo arrastraran hasta el lugar donde nos encontrábamos.

Era un lindo joven, a lo más dieciocho años de edad, robusto y bien formado. Una melena tupida y negra cubría con sus enmarañados mechones su cuero cabelludo diferenciándose de los demás indios en que no usaba tonsura y su cabeza estaba cubierta de pelo. Veinte y ocho balas Remington habían acribillado el cuerpo de este valiente, más la bala de gracia (…) Al poco rato volvía una expedición de soldados que fue en persecución de los fugitivos, trayendo catorce individuos de chusma, pues los hombres aunque heridos se habían escapado: se aseguraron mujeres y niños en el cepo de campaña atándolos unos a otros por los pies con una larga cuerda, se pusieron centinelas a la vista y tratamos de conciliar el sueño. Era en vano, toda la noche las pobres chinas no cesaron en sus lamentaciones...”

La aparente indignación de Segers por los asesinatos no le impidió, sin embargo, quedarse con la piel del joven selk’nam como un bonito recuerdo etnográfico: “Disequé todas estas partes así como la cabellera que, preparadas para conservación, excitaron mucho la curiosidad a mi regreso a Buenos Aires”. Además, en un claro ejemplo de adopción forzada de servidumbre, el cirujano belga secuestrará poco después a un matrimonio haush que se llevó de regreso a Buenos Aires para emplearlos en el servicio doméstico.

Leiwecen y su hija, 1923


Lamentablemente no tenemos ningún relato de los selk’nam sobre el trágico acontecimiento, aunque la memoria de ese pueblo registró la matanza gracias a los supervivientes y a la transmisión de la historia oral. El balance de víctimas provocadas por los soldados del ejército argentino en esta expedición fue aterrador, ascendiendo a treinta muertos entre hombres, mujeres y niños, asesinados a balazos, ensartados con las bayonetas, ultimados a golpe de sable. Los quince prisioneros, la mayoría mujeres y niños, fueron colocados en el cepo de campaña, atándolos unos a otros por los pies con una larga cuerda y, como hemos visto, llevados a Buenos Aires, desconociéndose su destino final. Ninguna baja entre los militares atacantes, que hicieron valer su potencia de fuego.

El día que ocurrió la matanza, el 25 de noviembre, ha sido declarado desde 1992 “Día del Indígena Fueguino”, aunque se estudia actualmente una propuesta para cambiar el nombre a “Día del Genocidio Selk’nam”, para recordar la terrible masacre provocada por los militares argentinos contra este pueblo legendario.


Cazadores Selk'nam en marcha, óleo de Furlong



 



22 de octubre de 2020

Rechazo de los pueblos originarios a las celebraciones de los 500 años del paso de Magallanes

Compartimos aquí el comunicado público de las comunidades Kawésqar y Yagán, realizado el 21 de octubre de 2020, al respecto de las celebraciones de los "500 años" del paso del navegante portugués Hernando de Magallanes por el estrecho que hoy lleva su nombre:

"Rechazamos la conmemoración de los 500 años del paso de Magallanes por nuestros territorios ancestrales, estos lugares ya eran recorridos miles de años antes por nuestros antiguos, Koshpij Yagan y Kawésqar taiwasèlok hojok.

Ellos tenían nombres para cada sector y cada espacio tiene una narración y cada lugar un nombre, muchos de esos nombres fueron borrados por la acción colonizadora y así mismo ya no están en la memoria.

1520, año que marca a fuego, como la de nuestras fogatas costeras fueguinas, el contacto e impacto con los denominados descubridores, el comienzo rudo y basto de este contacto con los dueños y verdaderos navegantes de estos mares patagónicos, nuestros pueblos naciones preexistentes.


La rudeza, pero a la vez bella forma de navegar a través de canales, fiordos y costas, empleadas por nuestros ancestros ha sido un continuo hace aproximadamente 6.000 a 7.000 años de navegación, eso sí, nosotros hoy empleando de otras maneras y desde otras actividades esta tradición milenaria, está demás decir y afirmar que es la única tradición marítima ancestral en estos puntos extremos del planeta, de gran significado e identidad de cada uno de nuestros pueblos.

Quienes debieran estar en lo más alto de las esculturas son los navegantes de las primeras naciones, los cazadores recolectores que recorrieron estas pampas, este territorio pisado por nuestros antepasados nos fue dejado en herencia, así como su gran conocimiento territorial y de navegación el que traspasaremos a nuestros hijos y nietos, así como los antiguos lo hicieran con nosotros y con nuestros padres, desde allí forjamos nuestra identidad cargando con un genocidio y etnocidio que aún no termina.

Los campamentos antiguos persisten en el territorio, allí están los rastros que dejaron, es así que resulta un insulto grave a nuestra memoria y a la de los que habitaron estos espacios, siendo desplazados de las maneras más viles y en los que en sus habitáculos antiguos osaron celebrar misas que nada tenían que ver con las creencias de los primeros navegantes canoeros.



Es así que hace muy poco tiempo se instaló una cruz señal de colonización, sin pensar en el daño que le provoco la Iglesia y las misiones salesianas a tantos miembros de los pueblos que fueron desplazados y desarraigados de sus territorios, de manera violenta e inhumana.

El pensamiento Euro centrista está presente en cada hito de la historia de la que hoy se llama Región de Magallanes, sin provocarles la mayor reflexión que debiera ser en cada espacio y en cada rincón identitario.

El día 20 de octubre sin más ni más, se dirigen hacia la bahía de Fortescue, el buque Escuela Esmeralda, barco que además fue transporte de tortura en tiempos de dictadura, junto al buque escuela de España Sebastián el Cano a celebrar una misa en un lugar que fue sitio ceremonial indígena y campamento antiguo, sitio de interacción entre Kawésqar y Yagan.

Existen más que las memorias de los antiguos de la habitabilidad de este territorio ancestral algunos se encuentran en escritos y estos son ignorados frecuentemente, a modo de ejemplo ya en 1579 se ordenó la captura de antiguos Selk’nam para que sirvieran de intérpretes, en 1829 aun persistían en sus campamentos antiguos al menos 80 indígenas, toldos y canoas que interactuaban en la hoy llamada Bahía de Fortescue.

El paso de Magallanes no es, si no, una hazaña europea, que no fue un descubrimiento, tampoco un encuentro de dos mundos, menos el descubrimiento de Chile, fue un barco perdido que además pasó presuroso, con el que comenzó el tiempo del fin de las culturas originarias que habitaron y que aun habitamos este territorio, pero que además no se debe olvidar que el Propio Magallanes fue muerto por un indígena en Filipinas.

Este año partieron ancianos sabios al encuentro de sus ancestros, ellos se fueron sin poder volver a navegar libres por sus canales y fiordos, como lo dijera un anciano alguna vez, “esperamos poder llegar un día donde están nuestros antiguos y poder llevarles buenas noticias, que nos devolvieron nuestras playas y bahías” allí terminara la oscuridad de nuestros pueblos.



La historia nos dice cuál es la importancia que este país le da a las primeras naciones, esperamos que en el futuro la reflexión sea 15.000 años atrás, cuando nuestros hermanos Selk'nam y Haush recorrían los espacios de la pampa de Tierra del fuego, cuando Tehuelches eran los herederos de esta tierra que los vio nacer y cuando Kawésqar y Yagan surcaban los mares para subsistencia e intercambio y eran todos capaces de interactuar, porque así lo hicieron por miles de años".

FIRMAN

Comunidad Yagan de Bahía Mejillones

Comunidad kawesqar Ata’p

Comunidad kawésqar residentes en rio Primero

Comunidad Kawésqar Grupos Familiares Nómades del Mar












7 de febrero de 2020

"Selk'nam, genocidio y resistencia", el prólogo escrito por Alberto Harambour

En diciembre salió publicado en Chile mi último libro “Selk’nam, genocidio y resistencia” (Editorial Catalonia). Se trata de una aproximación a la historia de este pueblo de Tierra del Fuego, que padeció un terrible genocidio a finales del siglo XIX a manos de los grandes terratenientes ganaderos. El libro habla también de la resistencia de los selk’nam frente a los invasores, de las estrategias que llevaron a cabo para tratar de frenar el avance de las explotaciones ovinas y, cuando todo su territorio fue usurpado, para sobrevivir en un entorno hostil. Y es que, a pesar de que fueron diezmados, hubo supervivientes y hoy los selk’nam contemporáneos, mujeres y hombres orgullosos de su sangre y su linaje, luchan para que se reconozca su pasado y sus legítimos derechos. 
Debo el prólogo de la edición chilena del libro a un autor imprescindible, el académico Alberto Harambour Ross. Historiador magallánico y profesor en la Universidad Austral, en sus libros y artículos ha analizado en profundidad la expansión británica del negocio ovino a la Patagonia y la Tierra del Fuego y las tácticas de resistencia que los selk’nam implementaron contra esta invasión. Le agradezco inmensamente que se haya tomado el tiempo de prologar esta obra, toda vez que él es toda una autoridad en la materia. Les comparto el texto completo.




“Un espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro,
que el hipo de cien perros botados a morir”
Pablo De Rokha,


El genocidio es el espanto bárbaro, más bárbaro. Un grupo humano es arrastrado a través de un acabo de mundo por otro grupo humano que se sitúa desde la pretensión de barrer con una existencia despreciada, reemplazándola por la presencia propia, exclusiva, superior, ocupando las tierras de los hombres y las mujeres de quienes se eliminan nombres, se borran huellas, se destruyen vidas. El exterminio planificado, ejecutado a veces por fuerzas estatales y otras por privados, y generalmente en una alianza de poder público, empresarial, religioso y popular, corroe en su despliegue la experiencia histórica de los perseguidos, quebrando la transmisión de la memoria intergeneracional e instalando en los sobrevivientes el miedo y la negación, la subordinación, la impotencia. Sobre los sobrevivientes cae la duda y el desdén, y caen las ruinas de vidas que fueron plenas. El brutal rito de paso por el apocalipsis impone a los hijos e hijas de los sobrevivientes un secreto calladamente orgulloso, muchas veces vergonzante, siempre peligroso por derrotado, y resistente, de alguna manera, entre los pliegues de la memoria. Esperando la ocasión de ser nombrada.

Arqueros selk'nam, fotografía Carlos Gallardo 1902
Genocidios tenemos muchos, demasiados, diversos. Ninguno cierra su círculo de espanto sin la Historia. El espanto está satisfecho cuando deja de causar espanto. Cuando se naturaliza. Y para la naturalización se necesitan hombres armados y periodistas lo mismo que historiadores y abogados. Sobre las carnes sin tumba se levantan sociedades nuevas, que construyen para sí mismas épicas de progreso y bienestar imposible sin la matanza y las deportaciones, las reducciones o los campos de concentración. Historias coloniales, construidas gracias a la erradicación de un pueblo y al despojo de la tierra de toda memoria socialmente significativa anterior. Ciertos pasados son convertidos en insignificantes, o prehistoria, y lo significante nace del poder creador de los exterminadores, del poder conmemorador que da actualidad a una particular selección del pasado como Historia Nacional. Esa invención de un tiempo homogéneo y continuo sella una lápida historiográfica sobre la heterogeneidad de experiencias en las tierras ocupadas. Pocos ejemplos más actuales que la celebración de los 500 años del viaje de Hernando de Magallanes como “descubridor” de Chile y Argentina, creaciones bastante más recientes. Para los pueblos originarios sobrevivientes es la reiteración de la negación de su existencia independiente y de la puesta en valor del hecho colonial.
Desde la década de 1880 los pueblos de la isla Grande de Tierra del Fuego debieron esconder el estigma que era su pelo y sus ojos, su caminar y comer distinto, su palabra y sus recuerdos de las historias que vivían sus pares que estaban siendo asesinados y deportados. Para los sobrevivientes: no ser más lo que fueron colectivamente, y deber ser, en la soledad, lo más parecidos posible a los que estaban fundando el nuevo mundo. Adaptarse adoptando otro idioma y una religión de subordinación. En este mundo nuevo surgido de la aniquilación del mundo de siempre, llamado Tierra del Fuego argentina y chilena, los sobrevivientes, mujeres y niñas las más, tuvieron que sufrir lo imposible para dejar de ser lo que eran. Y convertirse entre otras cosas, en chilenas y argentinas.
El historiador Alberto Harambour Ross
El deseo de exterminar a un grupo social sólo es plenamente comprensible para perpetradores y cómplices. Para los que hemos sido educados en las tradiciones nacional-colonialistas, confinar su memoria a la prehistoria fue natural. La tarea de explicarse la voluntad genocida es interminable, siempre inconclusa, y tiene como necesidad la recuperación de la humanidad, es decir, de la historicidad de las y los deshumanizados. Rompiendo las naturalizaciones y las continuidades impuestas. Reconociendo los derechos plenos de los sobrevivientes y sus descendientes a su tierra y sus mares, y sobre todo a su historia. A ese combate por la historia se vuelve como se vuelve siempre al amor, como se vuelve siempre al trauma, a lo que pudo y puede ser, que es tan distinto de lo que estuvo siendo y lo que ha sido. Hay allí algo inconmensurable, como el afán de lucro, que juega de motor de la industria de erradicarle la tierra, la historia y la vida a otros pueblos. Así es en el caso del genocidio selk’nam al que vuelve José Luis Alonso Marchante en éste, su segundo libro sobre el sur extremo, para profundizar con la indignación y la ternura en la trayectoria de las muertes y en los baldíos de la sobrevida. Porque en éstos reaparecen también otras tramas: solidaridades calladas, lazos murmurados, gestos de complicidad, o alguna piedad.
No la misericordia, tan proclamada por adoctrinadores y guardas del mal morir, por historiadores-ventrílocuos del progreso y las autoridades que lamentan la “extinción” de “nuestros” pueblos originarios. Hay, en éste libro como en “Menéndez, rey de la Patagonia” otra indignación y otra ternura: la del escritor que se aproxima a una geografía distinta y a pueblos otros sabiendo que la derrota, aunque catastrófica, es siempre breve, como dice la canción. Que las posibilidades de ser otros se construyen. “Me pasé media vida tratando de disimular mi condición de indio, para en esta última convencer a los demás que lo soy ciento por ciento”, le permite decir el autor a Luis Garibaldi Honte, en una cita que recoge. Esa idea cruza el libro como un fantasma que inspira a recuperar, desde dentro de la historia siempre contada, las historias que en ella quedaron escondidas o erradicadas. Historias de gente que perdió, luchando, y que ha debido luchar para que su historia presente no sea pasado remoto, extinción, o daño colateral.
Este libro-ensayo está planteado en una perspectiva lo suficientemente amplia como para reconocer los tiempos de las rupturas vitales y las toscas continuidades en este siglo XXI preapocalíptico. Alonso Marchante se ha dado un trabajo interpretativo mayor, revisando una gran base documental de narraciones segmentadas temporal, disciplinar e institucionalmente. De esta tremenda revisión de bibliografía y documentos, la mayor parte de ella conocida pero nunca antes puesta en diálogo, surge una interpretación de conjunto con valor propio, que permite desmontar juicios y prejuicios convertidos a fuerza de repetición en una suerte de sentido común al pensar la historia de la colonización de la Tierra del Fuego. Es un libro que le pasa el cepillo a contrapelo a la historia colonialista, nacionalista, regionalista, supremacista, para contribuir a una interpretación humanista.

Mujeres selk'nam, fotografía Alberto María De Agostini
Las nociones de pueblos barridos por el viento feroz de un progreso abstracto, Alonso Marchante las discute dándoles nombre: donde se dice progreso puede leerse capitalismo avalado por el estado, desplegado para beneficio de pocos y en perjuicio de los más. La idea interesada y extendida de las misiones salesianas como espacios bienintencionados de protección a las y los perseguidos se desmorona también, al considerar la acelerada mortandad de los deportados, y la radical negación de la plena humanidad de los hombres, mujeres y niños confinados a una isla en medio del Estrecho o arrinconada sobre la fueguina costa atlántica. El prejuicio de la incapacidad de comprensión de la moderna propiedad, el de la adaptación imposible; el juicio sobre el daño colateral en la formación de la soberanía chilena o argentina, el juicio sobre el genocidio sin planificación, o del genocidio como “extinción”… todos estos dispositivos tradicionales de la historiografía más conservadora, heredera conceptual de los empresarios o uniformados prohombres de la colonización, se desarman a través de este libro generoso al citar y al convidar a la lectura.
José Luis Alonso Marchante presenta nuevamente un ejercicio innovador en su magnitud y en la acertada combinación de aquellos fragmentos, dispersos, que reúne con buena pluma y mejores intenciones: ampliar el campo de lo dicho y decirlo con voz clara. Quienes se aventuren a través de estas páginas encontrarán una propuesta interpretativa y, junto con ella, una cantidad importante de huellas que seguir para profundizar tantos temas que quedan abiertos. Creo que en las historias del extremo sur americano, como en las de tantos otros territorios que son objeto del colonialismo más reciente, se encuentran claves que podrían permitir frenar aunque sea en parte la cuesta abajo en la rodada del género humano. El autor es generoso, también, al dejar muchas puertas entreabiertas para la entrada de nuevos y nuevas autoras a descorrer sus velos. Porque no hay historia definitiva, porque es posible, aún, que la historia continúe.

Busto Menéndez arrojado a los pies del monumento a Magallanes, Punta Arenas, noviembre 2019