El 25 de noviembre de 1886 el ejército argentino provocó la mayor matanza de selk’nam de la que se tiene oficialmente registro. El responsable fue Ramón Lista, oficial mayor de Marina, que comandaba una expedición militar de exploración de la isla Grande de Tierra del Fuego, compuesta por veinticinco soldados al mando del capitán de caballería José Marzano y en la que también participaban como personal auxiliar el sacerdote italiano Giuseppe Fagnano y el cirujano belga Polidoro Segers.
Se embarcaron en el cúter Santa Cruz y llegaron a bahía San Sebastián, al norte de la isla, en la costa atlántica. No había transcurrido más que un día desde el desembarco de los animales, suministros, armas y municiones, cuando el grupo de exploradores se enfrentó violentamente con los selk’nam. Tras recibir los soldados una lluvia de flechas, Lista ordenó una mortífera descarga de fusilería. A partir de entonces se desata una guerra sin cuartel, una carnicería que provocó entre los selk’nam veintiocho muertos y un elevado número de heridos y prisioneros, la mayoría mujeres y niñas. Los militares no sufrieron ninguna baja.
Contamos con tres testigos directos de la matanza, el propio Ramón Lista, el cura Giuseppe Fagnano y el médico Polidoro Segers.
Selk'nam prisioneros en Ushuaia, 1896 |
Ramón Lista en el libro "Viaje al país de los Ona"
“Por lo que respecta a los indios onas que habitan la isla, tengo el sentimiento de comunicarle que me he visto en el caso de tener que librar un combate con diez hombres contra cuarenta salvajes, que ocultos en un espeso matorral, antes de entregarse y a pesar de nuestras demostraciones pacíficas, pretendieron rechazarnos lanzándonos enjambres de flechas. Los hice cargar a sable, el capitán a la cabeza, y cuando ya daba por terminada la lucha, este intrépido oficial cayó herido de un flechazo en la cabeza con lo cual el ataque se detuvo un instante; pero enseguida mandé cargar nuevamente y después de un ligero tiroteo el matorral fue desalojado quedando en nuestro poder algunos prisioneros, mujeres en su mayor parte, y sobre las zarzas veintiséis indios muertos, todos ellos de estatura gigantesca y de una corpulencia solo comparable a la de los patagones o tehuelches”.
Giuseppe Fagnano en "Il Bollettino Salesiano"
“El oficial trató de hacerse entender por los pobres salvajes a través de gestos, invitándoles a rendirse, ofreciéndoles carne y galleta. Parece, sin embargo, que nada comprendieron de su mímica amistosa ya que, en lugar de responder, lanzaron sus flechas contra los militares sin, no obstante, producir daño de ningún tipo. Luego de más de media hora de vanas tentativas y después de haberles inútilmente ordenado la rendición, el jefe ordenó desalojarlos de sus escondites, y a tal efecto se comenzó a abrir fuego donde quiera que apareciera una piel de guanaco. Cada detonación era seguida de un grito de los indios, entre cuyas voces se distinguía una que, dominando al resto, animaba a los demás a mantener la resistencia. Eso indujo al comandante a ordenar una carga con sables, con la esperanza de poder, de esta manera, cogerlos a todos con el menor derramamiento de sangre. El intrépido capitán Marzano se movió adelante y se lanzó hacia la mata negra desde donde continuaba saliendo aquella voz provocadora. Sin embargo, al llegar a una brevísima distancia del enemigo invisible fue herido en la sien izquierda por una flecha de madera, y cayó al suelo sin sentido, perdiendo sangre de la herida. En este punto ya no fue posible contener la animosidad de los soldados, anhelantes de vengar la herida de su valeroso capitán; se lanzaron rabiosamente contra los indios y mataron a todos cuantos osaron aún oponer resistencia. Hicieron trece prisioneros, incluidos dos niños”.
En este testimonio Fagnano simplemente lamenta las muertes, lo que no le impedirá continuar acompañando a la expedición militar. La realidad dista mucho de cómo la historiografía salesiana narró tiempo después este violento encuentro, y donde el sacerdote poco menos que expone su pecho desnudo a las balas de los soldados para evitar la matanza de indígenas.
Arqueros selk'nam en Tierra del Fuego 1902 |
Polidoro Segers en el libro "Hábitos y costumbres de los indios onas"
“A nuestros pies y sobre la orilla del mar entre manchones negros, que revelaban las crestas de las restingas que emergían de las aguas unos veinte individuos se entregaban tranquilamente a la pesca de mariscos sin habernos apercibido cuando los ladridos de los perros llamando su atención les descubrió nuestra presencia en el vértice del cabo Peñas, al lado de sus viviendas. La alarma que esto les produjo fue espantosa y los pobres indios que se encontraban a una larga distancia en la playa que la marea al bajar había dejado al descubierto, no sabían de qué lado escapar. La confusión aumentó más cuando vieron que los soldados de la expedición bajaban a toda prisa en su persecución la cuesta de la barranca en la cual estábamos.
Triste espectáculo era para mí ver a estos pobres indios inofensivos correr de un lado a otro perseguidos como fieras por los que representaban la civilización. Como los indios huían en varias direcciones y los soldados temían que escapase su presa, empezaron a hacer fuego sobre ellos hiriendo a algunos, pero logrando sustraerse todos a sus perseguidores, menos uno que, rodeado por cinco soldados armados de Remington no pudo adelantar. El infeliz se había atrincherado detrás de una enorme peña y se defendía valerosamente del fuego que le hacían aquellos. A cada descarga salía de su fortaleza improvisada y lanzaba una flecha en dirección de sus verdugos.
La huida le era imposible: a retaguardia tenía el mar que subía ya y delante cinco bocas que vomitaban fuego. En fin, acribillado por las balas cayó el valiente y por conmiseración fue ultimado con un tiro de revólver en el oído derecho. El reverendo padre Fagnano, capellán de la expedición, y yo nos habíamos hecho cargo de las criaturas abandonadas y mientras seguía el tiroteo no podíamos menos que protestar indignados contra este acto de crueldad que pasaba a nuestra vista, sin que pudiéramos impedirlo. Como avanzara la noche y deseosos de dar sepultura al cadáver, conseguimos del jefe de la expedición que lo arrastraran hasta el lugar donde nos encontrábamos.
Era un lindo joven, a lo más dieciocho años de edad, robusto y bien formado. Una melena tupida y negra cubría con sus enmarañados mechones su cuero cabelludo diferenciándose de los demás indios en que no usaba tonsura y su cabeza estaba cubierta de pelo. Veinte y ocho balas Remington habían acribillado el cuerpo de este valiente, más la bala de gracia (…) Al poco rato volvía una expedición de soldados que fue en persecución de los fugitivos, trayendo catorce individuos de chusma, pues los hombres aunque heridos se habían escapado: se aseguraron mujeres y niños en el cepo de campaña atándolos unos a otros por los pies con una larga cuerda, se pusieron centinelas a la vista y tratamos de conciliar el sueño. Era en vano, toda la noche las pobres chinas no cesaron en sus lamentaciones...”
La aparente indignación de Segers por los asesinatos no le impidió, sin embargo, quedarse con la piel del joven selk’nam como un bonito recuerdo etnográfico: “Disequé todas estas partes así como la cabellera que, preparadas para conservación, excitaron mucho la curiosidad a mi regreso a Buenos Aires”. Además, en un claro ejemplo de adopción forzada de servidumbre, el cirujano belga secuestrará poco después a un matrimonio haush que se llevó de regreso a Buenos Aires para emplearlos en el servicio doméstico.
Leiwecen y su hija, 1923 |
Lamentablemente no tenemos ningún relato de los selk’nam sobre el trágico acontecimiento, aunque la memoria de ese pueblo registró la matanza gracias a los supervivientes y a la transmisión de la historia oral. El balance de víctimas provocadas por los soldados del ejército argentino en esta expedición fue aterrador, ascendiendo a treinta muertos entre hombres, mujeres y niños, asesinados a balazos, ensartados con las bayonetas, ultimados a golpe de sable. Los quince prisioneros, la mayoría mujeres y niños, fueron colocados en el cepo de campaña, atándolos unos a otros por los pies con una larga cuerda y, como hemos visto, llevados a Buenos Aires, desconociéndose su destino final. Ninguna baja entre los militares atacantes, que hicieron valer su potencia de fuego.
El día que ocurrió la matanza, el 25 de noviembre, ha sido declarado desde 1992 “Día del Indígena Fueguino”, aunque se estudia actualmente una propuesta para cambiar el nombre a “Día del Genocidio Selk’nam”, para recordar la terrible masacre provocada por los militares argentinos contra este pueblo legendario.
Cazadores Selk'nam en marcha, óleo de Furlong |