El ensayista e historiador español José Luis Alonso Marchante realizó durante cinco años una profunda investigación de fuentes bibliográficas y recopilación de referencias orales que se vuelca en las páginas de su libro “Selk’nam, genocidio y resistencia”, editado en Chile, España y Argentina.
Desde el título Alonso Marchante propone una nueva mirada en torno al tema: porque llama a este pueblo de la Patagonia austral por el nombre que sus propios miembros se asignaban –el de “selk’nam”- en lugar de la palabra “onas” que impusieron los primeros exploradores europeos y quedó consagrada en los manuales de historia y antropología durante más de dos siglos.
El prólogo de esta edición argentina –la primera fue en Chile- lo escribió Marcelo Valko, psicólogo egresado de la UBA, que se dedica a la investigación sobre genocidio indígena. Allí advierte sobre la gravedad de las revelaciones y denuncias que realiza el autor acerca de todo tipo de violaciones, vejaciones y sometimientos sufridos por los selk’nam.
Pone de relieve que Alonso Marchante “recorrió y estuvo in situ en los principales puntos donde se centra la trama, tanto de Chile como de Argentina. De ahí su asombro y su genuino espanto ante el genocidio perpetrado en ambos lados de la lábil frontera fueguina, que secciona en dos jurisdicciones políticas a sus habitantes originarios.”
“Los datos y testimonios que facilita el texto acerca del arrinconamiento que padecen los originarios, por la disputa de la costa y el avance del alambrado sobre los pastizales en favor de la inversión de los gentelman farmer, eliminando individuos y desplazando guanacos, dieta básica de los selk’nam, son tan abrumadores que el lector no puede menos que estremecerse ante el progresivo cerco de hambre y muerte que se le impone a los dueños de la tierra”, comenta Valko, con doloroso acierto.
En otro párrafo del contundente prólogo señala que esta obra “ya desde el título anticipa que se encuentra en las antípodas de una historia servil o complaciente. Con datos inobjetables, el libro explica el incremento de la violencia de los primeros encuentros con militares o aventureros hasta convertirse en algo sistemático, ya que los hacendados consiguen una absoluta subordinación policial a sus intereses dictados por la libra esterlina.”
Dice también que Alonso Marchante “con paciencia admirable expone las pruebas del caso para que cada quien juzgue lo ocurrido. La descripción prolijamente descarnada, la minuciosa pesquisa bibliográfica, las imágenes que nos instalan en la zona y las acertadas referencias lo tornan en un libro imprescindible para estudiosos y al mismo tiempo, su narración fluida lo convierte en un texto de divulgación para el gran público, que verá desfilar las intrigas palaciegas de anglicanos, salesianos y latifundistas que convergen en un atroz genocidio del que pocos hablan, ya que el silencio de unos y otros fue muy lucrativo.”
Poco queda para agregar después de este sustancioso exordio de Valko. El libro “Selk’nam, genocidio y resistencia” confirma y amplifica todo lo que este cronista tenía en su haber acerca de los atropellos y masacre cometidos en la Tierra del Fuego, pero desmenuza en detalle algunas circunstancias que reiteradamente se pasaron por alto y prácticamente desaparecieron del relato oficial.
Por otro lado Alonso Marchante demuestra, a cada paso de su bien estructurada narración, sus excelentes condiciones de recopilador de citas, textuales o parafraseadas, recurriendo a distintos autores ubicados en épocas diferentes. Nos sorprende, por caso, citando a un viajero del siglo 16, pero algunas líneas más adelante referencia a un antropólogo de la última centuria. En la diversidad de esas fuentes en las que abreva radica, posiblemente, una de las riquezas sobresalientes de esta obra.
Contiene afirmaciones contundentes, que jalonan el camino hacia la revisión de todos los prejuicios y estigmatizaciones que durante varios siglos la cultura europea y colonialista estampó sobre la historia de los selk’nam en particular, y todos los pueblos originarios en general.
Como ejemplo de lo anterior, en el marco del interesante capítulo dedicado a la vida social y familiar de este pueblo fueguino Alonso Marchante sostiene que “la guerra era prácticamente desconocida entre los selk’nam; así lo prueba el desarrollo de sus armas, ideadas exclusivamente para las actividades de caza, y los múltiples relatos de viajeros, que siempre ponderaron el carácter apacible de los habitantes de la Tierra del Fuego, bien dispuestos a socorrer a los náufragos, o entablar relaciones cordiales con los recién llegados”.
En contraposición el autor español nos exhibe las conductas asesinas y sanguinarias del hombre blanco, descriptas con crudeza como en el caso de la incursión del rumano buscador de oro Jules Popper, que se hace retratar junto al cadáver de un hombre selk’nam fusilado con un temible Winchester; y la espantosa masacre de San Sebastián comandada por Ramón Lista, oficial de Marina argentina, acompañado por el sacerdote salesiano José Fagnano.
En el libro que comentamos se reproduce un fragmento de la crónica del propio marino, donde relata que cuando sus hombres avanzaban en “demostración pacífica” fueron recibidos por los onas (sic) “con un enjambre de flechas”, y que en respuesta se produjo un largo tiroteo desde las armas de los invasores y finalmente “sobre las zarzas (quedaron) veintiséis indios muertos”. Este triste episodio, certificado por el propio Fagnano -que repudia lo sucedido pero sigue participando en la campaña de “limpieza”- ocurrió el 25 de noviembre de 1886, fecha que recientemente ha sido instituida por la Legislatura de Tierra del Fuego como “Día del genocidio selk’nam”.
Otro capítulo doloroso y revelador de la obra de Alonso Marchante está destinado a ilustrar sobre las verdades ocultas de lo que fue la misión salesiana en Dawson, a la que denomina “la isla de la muerte”. La orden religiosa fundada y dirigida por Don Bosco obtuvo en 1888 la cesión gratuita por 20 años de la isla Dawson, sobre el extremo occidental del estrecho de Magallanes, con la finalidad de instalar una casa para residencia de los indios de los pueblos kawesqar (alacalufes) y selk’nam (onas) que los blancos invasores aprisionaban (y muchas veces, también, mataban) con la finalidad de expulsarlos de sus tierras de posesión ancestral y convertirlas en campos de pastoreo para el ganado lanar. El objetivo predicado era el de “evangelizarlos y alejarlos de sus hábitos salvaje”.
Pero los salesianos les cobraban a los ganaderos una libra esterlina por cada “salvaje” alojado en la misión San Rafael, en concepto de vestimenta y manutención; lo que dio lugar a las quejas de los terratenientes , quienes en algunos casos optaron asesinar a los indios prisioneros: porque una bala les salía más barata que la pensión de los curas y, además, se ahorraban el costo del barco para el traslado hasta la isla.
Una vez encerrados en esa especie de cárcel sin barrotes, que no eran necesarios ya que todo el sitio estaba rodeado por las aguas del Pacífico, los kawesqar y selk’nam, tanto varones como mujeres, desde los diez años promedio en adelante, eran obligados a trabajar en la tala de árboles del bosque natural y su posterior aserrado para fabricar tablas, en la esquila y acondicionado de lanas (los salesianos llegaron a criar siete mil ovejas) y en talleres de hilado y tejido.
Todos los productos logrados con mano de obra gratuita (porque a los “salvajes” sólo se les daba comida y alojamiento miserables) eran comercializados por los salesianos con precios muy competitivos en el mercado. En la abundante información recopilada por el autor se menciona que la mayor parte de las tablas de madera fueguina laboreada por los indios se embarcaba, en Dawson, para las Islas Malvinas, donde no había (ni hay tampoco, ahora) bosques maderables que suministren material para la construcción de viviendas.
Pero la explotación laboral estaba tristemente acompañada por la pésima alimentación y falta de higiene general, donde salta como dato llamativo que los religiosos obligaban a los indios a dejar sus vestimentas tradicionales con cueros de guanacos o lobos marinos, y los cubrían con ropajes europeos usados y sucios. Esta situación ocasionaba infecciones y enfermedades de distinto tipo, como pulmonías y tisis, que llevaron a la muerte a muchos de los supuestos “beneficiarios” de la “misión evangelizadora”. Cuando los salesianos abandonaron la isla, sin lograr venderla a un grupo de empresarios europeos, el cementerio del lugar había acumulado 800 tumbas indígenas en poco más de 20 años.
Esta reseña apretada de algunos de los 44 tramos y ocho capítulos en los que está organizada la obra tiene por finalidad interesar a probables lectores, sobre todo quienes consideran necesaria y oportuna una nueva mirada sobre el proceso de la denominada “expansión de la civilización sobre territorios australes” que, a balazo limpio, con crueldad inusitada, corrió a los pobladores originarios con la finalidad de liberar espacios naturales para una monumental operación inmobiliaria que beneficiaba a capitalistas extranjeros y sus lacayos vernáculos.
Se trata de un libro de historia, que a pesar de la crueldad de muchas de las situaciones relatadas contiene pasajes amenos y hasta curiosidades poco conocidas como el caso de “El perro fueguino, un misterio sin resolver”, y estampas de fuerte contenido humano en “Selk’nam, jornaleros, baqueanos y policías”.
Es una obra destinada a sobresalir en los estantes de temas patagónicos de toda biblioteca privada o pública que decida incorporarla.
Alonso Marchante, José Luis , Selk’nam, genocidio y resistencia, Editorial Continente, 2024. Prólogo de Marcelo Valko: Negaciones y memorias del confín de la tierra.