Los que justifican el violento
proceso de colonización de la Patagonia, tanto en Chile como en Argentina, lo
hacen muchas veces utilizando como argumento la consabida frase de que “no se
pueden juzgar los hechos del pasado desde la perspectiva actual”.
Sin embargo, parecen no tener en
cuenta que ya en la época, finales del siglo XIX y principios del XX, multitud
de testimonios censuraron y condenaron el exterminio de los pueblos
originarios, la explotación de los trabajadores rurales o el acaparamiento de
millones de hectáreas en unas pocas manos. Lo que sucede es que la historia
oficial, escrita interesadamente por los grandes grupos del poder económico,
político y religioso, ha silenciado vergonzosamente esos testimonios.
En el libro “Menéndez, rey de la Patagonia” hacemos un esfuerzo por rescatar del olvido documentos, cartas e
informes, algunos de ellos inéditos, que permiten demostrar que los abusos y
barbaridades cometidas no contaron con el unánime beneplácito de la sociedad de
la época.
Seleccionamos aquí cinco de estos
testimonios:
1879, sobre las
matanzas cometidas durante la “Campaña del Desierto”
“Hecho
bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a
los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes
de humanidad ni las leyes que rigen el acto de la guerra”.
“Se
les quitaba a las madres sus hijos, para en su presencia y sin piedad,
regalarlos, a pesar de sus gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y
con los brazos al cielo dirigían. Toda la indiada se amontonaba pretendiendo
defenderse los unos a los otros. Unos se tapaban la cara, otros miraban
resignadamente al suelo, la madre apretaba contra su seno al hijo de sus entrañas,
el padre se cruzaba por delante para defender a su familia de los avances de la
civilización”.
Diarios de Buenos Aires “La Nación” y “El Nacional”
1885, sobre el
acaparamiento de tierras de José Menéndez en Punta Arenas
“En
su febril empeño llegó a suponer que podría burlar los efectos de la subasta
pública, y aún llegó a hacer pretender a un dependiente irresponsable y a un
hermano insolvente, fueran aceptados como arrendatarios de grandes extensiones
de terrenos. Es un elemento pernicioso a los intereses de un pueblo donde no
debe perturbarse la concordia y armonía con infundadas quejas que, si algún
resultado producen, no sería otra que poner en relieve la sinrazón con que se
ofende a las autoridades del país donde han encontrado holgura y comodidades
que no les eran peculiares”.
1896, sobre la
detención y confinamiento en misiones de los indígenas
“Horror
y pesar que experimenté al ver el abandono, el desaseo repugnante, la hiriente
desnudez y miseria en que yacen ciento y tantas mujeres adultas y veinte y más hombres.
Los indígenas vigorosos que importan a allá de la Tierra del Fuego, se enferman
porque se les recibe en sitios inmundos y nadie desde el principio de su
llegada se preocupa de compensar de algún modo la rica alimentación de que
disfrutaban esos hombres, ni de combatir con presteza los contagios de
diferentes enfermedades que los invaden desde el primer momento de su contacto
con las razas civilizadas y por el cambio de vida a que se les somete
violentamente. Una vez enfermos en Dawson no reciben atención alguna ni se los
aísla siquiera, ni aun en este caso se les da cama y por horrorosa que sea la
enfermedad que los ataque, esta sigue su proceso al lado de los sanos o medio
sanos agrupados en sitios miserables que son contagiados a su vez, o mueren al
lado de sus compañeros como los seres más infelices que hayan habitado la
tierra.
¡En
cerca de ocho anos los señores misioneros no han podido aún establecer una
enfermería a que, de paso sea dicho, están obligados por su contrato con el
gobierno de Chile! El único régimen o sistema interno de la misión se reduce a
cuidar de una manera altamente deficiente de los niños de cinco años en
adelante de ambos sexos y de los mocetones cuyas fuerzas pueden aprovechar
fácilmente en la explotación de los negocios establecidos en la isla y a no
tener ningún cuidado para las infelices mujeres y hombres adultos que los
misioneros, con la notable sagacidad de la que se hayan dotados, se imaginan no
poder aprovechar con facilidad. Es así como han muerto abandonados centenares
de esos desgraciados que han caído en las manos de la misión”.
Domingo Canales, informe al Gobernador, Archivo del Ministerio
de Relaciones Exteriores
1897, sobre las
persecuciones de los selk’nam de Tierra del Fuego
“Los
empleados de las estancias se ocupan pura y exclusivamente en la caza de
indios, ya sea en territorio chileno o argentino. Los indios tomados son
enviados mediante una libra esterlina por cada individuo macho y cinco chelines
por cada muchacho o mujer. Esto es un abuso que no se debe dejar pasar”.
“¿Pueden
ser castigados por las autoridades y ser sometidos a la justicia ordinaria
estos indios que, desesperados por el hambre y la miseria, cometen en comunidad
robos de haciendas?” Mucho me temo señor ministro que a pesar del celo y
actividad que desplieguen estas autoridades no se puedan evitar las raterías de
estos indígenas pues, como ya he manifestado, estando acosados por la más
espantosa miseria, no desperdiciarán ocasión de procurarse por medio del robo
el alimento que les falta”.
Ramón Lucio Cortés, policía, carta dirigida al ministro del interior,
Archivo Central Salesiano
1915, sobre las
miserables condiciones de trabajo de los peones
“Las
habitaciones que esta estancia destina a sus trabajadores son los establos en
que guardan sus caballos durante el invierno; son ellas sucias, malolientes,
llenas de estiércol, sin forro por dentro y llenas de aberturas por donde se
cuela el viento portador de bronquitis, pulmonías, constipados y otras
enfermedades derivadas del cambio brusco de aire; el patio que rodea estas
habitaciones, si es que pueda dárseles tal nombre, está lleno de lodo, estiércol
y desperdicios de comida, que fermentan con los calores del verano haciendo, en
los días de calma, una atmósfera asfixiante difícil de respirar.
Los
comedores son, como los de todas las estancias, de forma cuadrangular, con dos
hileras de mesas; éstas hechas de cuatro tablas mal unidas, la superficie
cubierta de una gruesa capa de mugre; en los ángulos, cajones tan sucios como
las mesas, destinados a soportar los cacharros del té; el servicio de mesa es
de lata estampada y los platos apenas pueden contener algunas cucharadas de
sopa, los jarros para el té son también de lata, pero en tan escaso número, al
menos cuando nosotros visitamos la estancia, que la mayor parte de los trabajadores
se servían de tarros vacíos de leche o duraznos, como tazas. El trato que dan a
los trabajadores los capataces y demás empleados superiores es autoritario,
humillante, sobre todo para los chilenos a quienes creen afrentar llamándoles chilotes”.
Gregorio Iriarte, periodista, La organización obrera en
Magallanes
Gracias por estas publicaciones nos muestran la verdadera historia, la crueldad.
ResponderEliminar