28 de octubre de 2014

La historia de la Patagonia se escribe en España

    Este es el título del artículo que el pasado 27 de octubre de 2014 publicó el escritor Luis Mancilla Pérez en la sección "El desván de la memoria" del periódico "El Insular", de la región de Chiloé. Su opinión sobre mi libro "Menéndez, rey de la Patagonia" tiene un gran valor pues procede de un verdadero experto en la historia regional, autor en 2012 de "Los chilotes de la Patagonia rebelde". En ese libro Mancilla describe el perverso sistema de explotación de los jornaleros, trasladados en barcos desde Chiloé a las estancias para trabajar en la esquila, sometidos a agotadoras jornadas de trabajo, hacinados en barracones insalubres y a los que se les pagaba en vales y fichas de las sociedades ganaderas, en lugar de en pesos corrientes. Las justas protestas de los peones rurales terminarán en diciembre de 1921 en un verdadero baño de sangre, con miles de obreros asesinados por el ejército argentino en medio del silencio cómplice de las autoridades de Chile, tanto civiles como religiosas. Les transcribo a continuacion el artículo:


El título de este artículo no es un título elegido al azar. Por el contrario es una de las tantas deducciones que se obtienen después de leer el libro: Menéndez, Rey de la Patagonia, escrito por José Luis Alonso Marchante y publicado por Editorial Catalonia, Santiago, 2014. Son 351 páginas de verdades indiscutibles debidamente documentadas y datadas; obtenidas en una extensa y exhaustiva investigación que durante más de cuatro años realizó el autor, licenciado en economía en la Universidad de Zaragoza y titulado en Historia en la Universidad Complutense de Madrid, ciudad donde reside.

En las páginas de Menéndez, Rey de la Patagonia, su autor confirma aquellas criticas que los nuevos investigadores de la Historia de Chile hacen de la historiografía tradicional, la versión oficial de la historia creada como traje a la medida para vestir héroes, imaginar vidas ejemplares y crear personajes trascendentes y episodios épicos que nunca fueron tales. En esta crítica se incluye al menos dos premios nacionales de literatura e historia otorgados en tiempos de dictadura, quienes en sus obras más ocultan que revelan, más tergiversan que demuestran los acontecimientos que marcaron la historia de la Patagonia. En ese elogiar la vida de pioneros y pobladores esconden la masacre que llevó a la desaparición de los pueblos indígenas de Tierra del Fuego, la colonización chilota de la Patagonia, las huelgas y matanzas obreras, el laberinto de ilegalidades en la consecución de las tierras que permitieron crear los latifundios ganaderos, el saqueo de los buques que naufragaban en los canales australes.


El libro Menéndez, Rey de la Patagonia, en palabras del historiador Osvaldo Bayer “es un libro definitivo sobre la verdad de lo que ocurrió en el sur chileno y argentino”. Reitero en sus páginas el autor no escabulle cuestionar las afirmaciones de la historia tradicional aportando una gran cantidad de fuentes, testimonios, documentos, noticias de periódicos y una abundante bibliografía para entregar al lector una mirada de la historia de la Patagonia muy difícil de encontrar en los historiadores chilenos. Una mirada diferente sobre la conquista y la colonización de la Patagonia, que no se empantana en los lugares comunes de las artificiales vidas ejemplares de los comerciantes y latifundistas, los pioneros y pobladores de la historia tradicional. Aquellos que para defender sus ovejas asesinaban indios o cancelaban unos pocos pesos para fueran recluidos en las misiones salesianas, casi campos de concentración; o como en los tiempos de la esclavitud, en Punta Arenas, remataban para que fueran sirvientes las mujeres y los niños que permanecían hacinados en los establos de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego. 

En las páginas de Menéndez, Rey de la Patagonia, el autor da protagonismo a las mayorías siempre silenciadas, indígenas, obreros y emigrantes, y de la vida de Menéndez y la historia de la Patagonia hace una simbiosis que nos lleva por los caminos de las indesmentibles crueldades, los egoísmos, las componendas políticas para el acaparamiento de tierras y creación de sociedades ganaderas, el exterminio indígena, el saqueo de naufragios, las miserables condiciones de trabajo de los peones en las estancias; la mayor parte de ellos chilotes, a quienes Enrique Campos Menéndez, nieto del Menéndez, Rey de la Patagonia, y premio nacional de literatura en los años de la dictadura pinochetista; en su racismo y prepotencia y desprecio por ser los protagonistas de los movimientos obreros en la Patagonia los describía como “cuatro chilotes que en el peor de los casos lo único que querrán son unos pocos pesos más para emborracharse”, con esta clase de opiniones contribuyó a la creación de una imagen denigrante de la población chilena en la Patagonia argentina. No estaremos muy equivocados si pensamos que ese premio nacional de literatura le fue otorgado al nieto de Menéndez en agradecimiento a que hubiera cedido su fundo Los Robles para que la dictadura instalara un centro de detención y tortura.

Menéndez, Rey de la Patagonia, es un libro ameno, atrayente, de fácil lectura, construido con las verdades que nos escamotean los historiadores de esa Patagonia que Menéndez y otros despoblaron para enriquecerse. En este libro “la historia se escribe con perspectiva actual debido a que el pasado por definición, ya no existe”, dice José Luis Alonso Marchante. Pero con una profunda mirada que al lector le permite entender cómo y porque en el siglo XX se ha escrito la historia de la Patagonia con los ojos cerrados a la verdad y con el entendimiento oscurecido por el egoísmo de los reconocimientos fáciles para no ver la falta de escrúpulos y las insaciables ansias de riqueza de aquellos que como Menéndez disfrazaron sus ambiciones con los “maltrechos conceptos de progreso y bien común”.

Menéndez, Rey de la Patagonia, es un libro que debe estar en las bibliotecas públicas y universitarias y convertirse en lectura obligatoria en los liceos de la Patagonia chilena, en una asignatura de historia regional, si hoy discutiéramos una real y necesaria reforma educacional y no un cambio al sistema de subvenciones. Pero hace ya mucho tiempo nos avisó George Orwel: “Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”.



18 de octubre de 2014

La expedición francesa a Tierra del Fuego (1890-1891)

En mayo de 1890 llegaban a Punta Arenas Henri Rousson y Polydore Willems con el encargo del ministro de instrucción pública de Francia de llevar a cabo un viaje exploratorio por la Tierra del Fuego. Unos años antes, en 1882, la expedición francesa de "La Romanche", dirigida por Louis-Ferdinand Martial, había realizado interesantes estudios en las islas del canal Beagle y el cabo de Hornos, pero sin aventurarse hacia el interior de la isla.

Para esa época, los selk'nam conservaban todavía la propiedad de la mayor parte de su territorio ya que faltaban unos años para que se instalaran las grandes estancias ganaderas (las de la Sociedad Exploradora en el lado chileno y las de Menéndez y Braun en la parte argentina). Solamente existía en el norte la estancia "Gente Grande" de la Wehrhahn & Cía de Rudolf Stubenrauch, donde los indígenas pronto iban a conocer la brutalidad de los ganaderos. Una de las primeras fotografías de los franceses pertenece a tres niños y una mujer selk'nam, capturados en Tierra del Fuego y trasladados a Punta Arenas. Falta el hombre que probablemente murió aferrado a su arco, tratando inútilmente de defender a su familia.



El entonces gobernador de Magallanes, el general Samuel Valdivieso, puso a disposición de los franceses todos los medios con los que contaba la gobernación, incluyendo guías locales y un vapor, el Toro, para su viaje. Punta Arenas era entonces una ciudad de dos mil habitantes, que Willems describió así:

"la ciudad posee un muelle de embarque de 250 metros de largo en cuyo extremo hay un faro; tiene además una casa del gobernador, una escuela, un cuartel con algunos cañones, dos iglesias, cerca de 800 casas de madera y próximamente será provista de un hospital. Dos o tres veces al año, la ciudad es visitada por los patagones que vienen a intercambiar sus productos de la caza, consistentes sobre todo en pieles de guanaco y en plumas de avestruz, a cambio de harina, tabaco, alcohol y cerillas".

Punta Arenas en 1890


Antes de viajar a Tierra del Fuego, los franceses estuvieron en contacto con algunos grupos de aonikenk que visitaban Punta Arenas para sus trueques e intercambios y, sobre todo, pudieron visitar la isla Dawson, donde desde hacía dos años los salesianos habían instalado una misión. En Dawson tomaron medidas antropométricas de los kawésqar confinados allí, con la finalidad de comparar después a estos indígenas con los selk'nam. En la foto podemos ver a una familia que, en lugar de las pieles de animales a las que estaban acostumbrados, se cubren con las mantas que les proporcionaban los misioneros y que eran vehículos de transmisión de contagiosas enfermedades. A la mujer le han rapado el cabello.

Kawésqar en isla Dawson

El 20 de julio de 1890 los componentes de la expedición francesa llegaban a Porvenir, que para aquella época no era otra cosa que un puñado de casuchas frente a la bahía que servían para aprovisionar a los mineros atraídos por la "fiebre del oro" y que buscaban el preciado mineral en los arroyos vecinos. Dirigiéndose hacia el norte, hacia Bahía Felipe y Gente Grande, los expedicionarios pudieron pronto encontrar los primeros grupos de selk'nam, a los que trataron de "conquistar" con regalos como collares, brazaletes, tabaco o cerillas. Enseguida se sorprendieron de la fabulosa contextura de los selk'nam, fortalecida por sus constante actividad cazadora, siempre persiguiendo a los escurridizos guanacos.



Del mismo modo, las mujeres tenían un aspecto físico formidable, sobre todo comparada con el de los kawésqar que los franceses habían visto encerrados en la misión y que estaban afectados por terribles enfermedades. A finales de agosto, los miembros de la expedición recorrieron la Bahía San Sebastían en la costa Atlántica, donde también pudieron fotografiar a algunos selk'nam y una choza abandonada.



Tras tres meses de descanso en Punta Arenas, la expedición francesa regresó a la Tierra del Fuego a mediados de 1891 con el fin de estudiar el sur de la isla. El 19 de febrero en la zona de Cabo San Pablo, tuvieron un enfrentamiento con los indígenas, matando a un selk'nam e hiriendo de gravedad a otro. Fue Luis Fique, el subprefecto de bahía Thetis quien les acogió durante dos meses, mientras esperaban un barco que les sacara de allí. En la siguiente fotografía puede verse a un selk'nam protegiéndose junto a su familia detrás de unas ramas de árboles.




En mayo de 1891 los miembros de la expedición francesa llegan a Ushuaia, compuesta por aquel entonces por una población de un centenar de personas agrupadas entorno a la casa del gobernador argentino, además de por la misión anglicana donde sobrevivían los últimos yámanas. 
El proyecto misionero de Thomas Bridges y John Lawrence tuvo un efecto devastador sobre los canoeros yámanas que vivían en libertad en esa zona, provocando su casi total desaparición de la faz de la tierra, como testimonian dos de sus descendientes entrevistadas por la antropóloga Anne Chapman: "había que hacer lo que los misioneros ordenaban. Daban ropas y los que se vestían con esas ropas, poco después aparecían muertos" (Hermelinda Acuña) "los indios se ponían enfermos por contagio, las ropas traían enfermedades" (Cristina Calderón). En la foto que tomó Rousson, puede verse a las mujeres yámanas vestidas "a la europea".

Mujeres yámana en la misión de Ushuaia
Tras un año recorriendo el extremo más austral de América, Henri Rousson y Polydore Willems regresaron a Francia con multitud de objetos, entre los que se encontraban restos humanos de los indígenas, y una gran colección de fotografías que sirvieron para ilustrar sus conferencias por Europa. Pero, ¿cuál era la verdadera motivación del viaje de los franceses a Tierra del Fuego? Algunos autores han señalado que a fines del siglo XIX Francia buscaba un lugar donde establecer una colonia que pudiera servir de avituallamiento para los barcos que realizaban el largo viaje intraoceánico entre la metrópoli y las lejanas colonias de la Polinesia. Cinco años después Henri Rousson viajaría a Madagascar, en este caso para explorar el territorio a cuenta de las empresas francesas que querían instalarse allí.

Henri Rousson en 1897
Fuera como fuese, 125 años después de aquel viaje, las imágenes nos permiten tener una idea en conjunto de la situación que vivían a finales del siglo XIX los cuatro pueblos originarios (kawésqar, aónikenk, yámana y selk'nam). De todos ellos, solamente los selk'nam mantenían casi intacto su modo de vida, ignorantes de que en unos pocos años se iba a cernir sobre ellos una violenta persecución que acabaría con su existencia.

La descripción de este viaje puede leerse en "Voyage à la Terre de Feu", de Henri Rousson, Bulletin de la Société de Géographie Commerciale, París, 1891, donde aparece estas imágenes que han sido digitalizadas y puestas a disposición de público gracias a la página web de la Biblioteca Nacional de Francia.

9 de octubre de 2014

Patagonia: encuentran las huellas de pueblos "desaparecidos"

Artículo de Cristina L'Homme en el periódico digital francés Rue89 (el original en francés)

La antropología y la arqueología actúan como un espejo cuando nos impulsan a explorar y descubrir lo que es universal en la experiencia humana. Lo que nos une a los pueblos del pasado y que constituye hoy el fundamento de nuestra identidad.
Esta idea es la que reunirá, del 20 al 25 de octubre, en Coyhaique en la Patagonia chilena, a un centenar de investigadores venidos del mundo entero, para la novena edición de las Jornadas de arqueología de la Patagonia. Un acontecimiento único que se celebra desde hace 30 años en esta región mítica de los confines de la tierra, a caballo entre Argentina y Chile, y que hace soñar a Europa entera desde el siglo XVI, si tenemos en cuenta lo que las palabras "Patagonia", "Tierra del Fuego" y "Cabo de Hornos" producen en el inconsciente colectivo del viejo continente.


Para dar vida al mito, hace falta que los investigadores reconstruyan la historia y los modos de vida de los que vivieron allí. Los pueblos autóctonos de estas comarcas, los Selknam (u Onas), Tehuelche, Yagans (o Yámanas), Kawésqar (o Alakalufs), han prácticamente desaparecido, víctimas generalmente de enfermedades contagiosas (sífilis, sarampión, rubeola, tuberculosis) a partir de la instalación de los colonos en la región. Un grupo, el de los Selknam, fue incluso objeto de un verdadero genocidio a finales del siglo XIX. Hoy no quedan más que una mujer yámana en Puerto Williams (frente a Ushuaia), y algunos Alakalufs en Puerto Edén hablando todavía su lengua ancestral.

Es a esta tarea minuciosa y extensa a la que investigadores como Dominique Legoupil se consagran diariamente. Directora de la misión arqueológica francesa en la Patagonia, esta apasionada de las tierras australes chilenas que descubrió mediante el contacto con una pareja de antropólogos, José y Annette Emperaire, conoce mejor que nadie esta tierra plagada de canales, este mar repleto de islotes, que excava y examina desde hace 35 años.

Especialista en los "canoeros", los nómadas marinos de la Patagonia y la Tierra del Fuego, presenta en Coyhaique un documental etnográfico que data de 1925: "Viaje a la Tierra del Fuego" de Paul Castelnau y Joseph Mandement, sin duda el más antiguo testimonio animado sobre los Alakalufs. Entrevista.

Rue89: Háblenos de este documental etnográfico, de 1925, que ha encontrado...


Dominique Legoupil: Castelnau, que era doctor en geografía, fotógrafo y cineasta, había sido enviado por la Sociedad de Geografía francesa a la Tierra del Fuego, con el objetivo de traer documentación cinematográfica sobre los habitantes de esa región. Fletó un barco en Punta Arenas - el Júpiter - y contrató a un piloto, Albert Pagels, famoso por haber ayudado, durante la guerra del 14-18, a un crucero alemán, el Dresden, a escapar de la flota angloamericana lanzada en su persecución en los archipiélagos de la Patagonia.


La navegación debía llevar a la expedición cinematográfica, en condiciones muy precarias, hasta el Cabo de Hornos pasando por el estrecho de Magallanes, el canal Beagle y Ushuaia.

La película es muda y dura alrededor de media hora. He encontrado el diario del operador, que narra como los Alakalufs no querían al principio ser filmados. Se les ve sin embargo, en un lugar impreciso, probablemente cerca del puerto de carbón de Puerto Ramírez sobre la península Muñoz Gamero, construir una cabaña sobre la playa y dedicarse a diversas actividades. Se puede apreciar su manera de comer, de simular sus ritos. Más tarde, en el canal Beagle, el cineasta ha filmado a los Yámanas fabricando cestas de mimbre, pintándose la cara o cazando delfines con sus arpones.

Los comentarios insertados en la película transmiten a menudo los prejuicios de la época. Son generalmente peyorativos para los Alakalufs considerados como menos civilizados que los Yámanas. Se llega a la conclusión también que ciertos pasajes son el resultado de una puesta en escena pedida por el cineasta como era también frecuente en la época. Eso no le quita emotividad a la película; es el único documento filmado donde se puede ver vivir a los pueblos originarios hoy desaparecidos. Hasta el momento no habíamos visto más que fotografías, imágenes fijas, grabadas en placas de cristal.

Has centrado tus investigaciones sobre los canoeros, los Alakalufs, ¿puedes contarnos cómo vivían?

Se desplazaban en familia en sus canoas hechas con corteza. Mientras que la mujer remaba en la parte trasera de la embarcación, el hombre acechaba delante - con su arpón - a peces y mamíferos marinos. En medio de la canoa, sobre una cama de tierra y piedras, un pequeño fuego estaba permanentemente encendido bajo la vigilancia de los niños que tenían igualmente el encargo de achicar el agua que se infiltraba por las costuras de la corteza. En cada parada, el fuego que servía tanto de calefacción como para cocer los alimentos, era reavivado dentro de la choza que los indios canoeros construían en la playa.



La duración de su estadía en una playa dependía mucho de los recursos disponibles pero nunca era muy larga, a menudo del orden de unos días, con el fin de no agotar los recursos (peces, pinnípedos, pájaros, huevos). En caso de problemas, siempre era posible encontrar una bahía rica en moluscos (sobre todo mejillones) que representaban una fuente de recursos alimentarios muy segura y predecible.


¿Qué sabemos sobre su origen?


Todavía no conocemos su origen. La hipótesis de que se trata de cazadores terrestres llegados a través de las grandes pampas atlánticas, y que se adaptaron voluntaria o forzosamente al territorio marítimo, parece difícilmente verificable a primera vista, ya que las diferencias entre cazadores terrestres y marítimos eran demasiadas en la última época, en el plano físico, lingüístico, económico y cultural. Sin embargo, la hipótesis no puede ser totalmente descartada puesto que desde hace 6 o 7.000 años los cambios pueden haber sido drásticos.

La otra teoría, que preconiza que se trata de poblaciones marítimas que habrían bordeado la costa del Pacífico, para luego navegar hasta el extremo sur del continente americano, parece más lógica. Pero no tenemos ninguna certeza al respecto.
Encontrar la respuesta en los fiordos y los canales que constituyen el territorio que yo examino (un verdadero laberinto), no es fácil puesto que es necesario tener en cuenta los cambios debidos a las variaciones del nivel del mar y a la tectónica.

¿En qué momento su existencia es puesta en peligro y por qué?

Los cazadores-recolectores canoeros vivían en la vertiente marítima de la Patagonia desde al menos 6.000 años. Sobrevivieron hasta el siglo XX y jamás evolucionaron ni hacia la ganadería ni hacia la agricultura.
A partir del siglo XVI tuvieron conctacto con los navegantes europeos. Particularmente, este año, hemos descubierto, entre el montón de desperdicios de un campamento alakaluf, monedas de plata procedentes de las minas del Potosí, a la salida del estrecho de Magallanes, en una bahía frecuentada por filibusteros franceses. Esto demuestra que allí tuvieron contacto con los indígenas. Los filibusteros utilizaban sin duda estas monedas como monedas de cambio, sabiendo que los indígenas estaban muy interesados en el metal, el vidrio y otras baratijas (recordemos el espejo que Bougainville había regalado a los canoeros y que un muchacho había masticado, debido a lo cual falleció).


Encontramos igualmente en este yacimiento clavos de carpintero que los Alakalufs utilizaban para fabricar sus puntas de flecha en piedra (¡un clavo de metal era más letal que un hueso!). El encuentro con los filibusteros terminó mal; los Alakalufs masacraron a dos marineros y los piratas asesinaron a diecisiete indígenas como represalia.

Después de los filibusteros, es el turno de los corsarios de Luis XIV que se instalaron en la región con el objetivo de establecer una factoría que debía favorecer el comercio de Francia con Chile y Perú. El proyecto no pudo llevarse a buen fin pero nos ha permitido recoger datos valiosos sobre los indios del estrecho, e incluso magníficas acuarelas que los representaban.
Pero estos encuentros han sido ocasionales; es sobre todo hacia finales del siglo XIX que se producen los contactos con los europeos, que les han transmitido enfermedades contagiosas que han devastado a los grupos indígenas de la región...

En este sur del sur del Mundo, una de las regiones más lluviosas del globo y de las más ventosas, las temperaturas pueden descender por debajo de los 0 grados, sobre todo en Tierra del Fuego. ¿Cómo se protegían del frío los canoeros?


Generalmente, iban desnudos o llevaban simples capas de piel de otarios, ya sea de leones de mar, con el pelo más corto, ya sea de lobos marinos, con una buena piel. Estas capas se llevaban con el pelo hacia afuera (al contrario que los cazadores terrestres continentales). Pero siempre les era necesario tener cerca un fuego para calentarse.



Los europeos les proporcionarán ropas usadas, de tela, completamente inadaptadas ya que no eran impermeables y no se secaban. Además, estas ropas húmedas eran frecuentemente transmisoras de enfermedades...

Sus últimas excavaciones se han llevado a cabo en el yacimiento de Offing en mitad del estrecho de Magallanes, en un pequeño islote vecino a la gran isla Dawson...

Es un sitio clave porque se encuentra exactamente en el centro de todo; intermediario entre los cazadores terrestres de la Tierra del Fuego y los cazadores marinos de los archipiélagos, y a mitad de camino entre los dos focos de poblamiento marítimo, la península Brunswick/mar de Otway y el canal Beagle. Este yacimiento está formado por una sucesión de campamentos de cazadores-recolectores llegados, a veces de manera estacional, entre hace 4.000 años y hasta el año mil después de cristo.

Allí hemos encontrado restos de albatros, de peces de las profundidades marinas y de otarios. Sabemos igualmente que comían ballenas, aunque la caza de los grandes cetáceos debía ser excepcional y los testimonios son poco frecuentes. La mayor parte del tiempo se contentaban con aprovechar el varamiento de los animales enfermos o moribundos. Por el contrario, cazaban habitualmente grandes leones de mar y delfines con sus arpones de punta de hueso de los que hemos encontrado algunos en el yacimiento.

Hemos encontrado también "momias" en las grutas, en realidad, se trata de cuerpos desecados debido al efecto de corrientes de aire a pesar de la humedad de los archipiélagos. En ocasiones, estos yacimientos ya habían sido visitados...
Según una vieja leyenda, el corsario Drake habría enterrado su tesoro en las cuevas de los archipiélagos de la Patagonia. Esto explica que desde hace décadas, y sin duda desde hace siglos, los pescadores y navegantes que recorren la zona no pueden ver una gruta sin resistirse a ver lo que esconde en su interior. Las grutas más visibles han sido frecuentemente saqueadas.

PARA SABER MÁS

HYADES, P., DENIKER, J., 1891. « Anthropologie et ethnographie ». In : Mission Scientifique du Cap Horn (1882-1883), vol. VII. Paris, Gauthier-Villars et Fils.
LEGOUPIL Dominique 1995 - « Des indigènes au Cap Horn : conquête d’un terrain et modèle de peuplement aux confins du continent sud-américain ». Journal de la Société des américanistes. Tome 81 : 9-45.
LEGOUPIL Dominique et SELLIER Pascal. 2004 - « La Sepultura de la cueva Ayayema (isla Madre de Dios, archipiélagos occidentales de Patagonia) ». Magallania. Universidad de Magallanes. Punta Arenas – Chile. Volumen 32.
LEGOUPIL Dominique – « Le Peuplement maritime de Patagonie et Terre de feu : Finis terrae ou Finis mare ? Peuplement et préhistoire en Amériques ». Ed. CTHS, doc préhistoriques, 2011, n° 27 : 287-299.
ORQUERA Luis Abel. LEGOUPIL Dominique. PIANA Ernesto L., 2




7 de octubre de 2014

Entrevista con Christian Pino en TVN Chile

En mi visita a Santiago de Chile para la presentación de "Menéndez, rey de la Patagonia" (Editorial Catalonia) fui invitado por Christian Pino a su programa 24 horas del canal TVN. 

Pino es un periodista todoterreno, un 4x4 de la información, siempre al pie del micrófono, que demostró su sangre fría cuando se produjo un terremoto mientras emitía sus noticias en riguroso directo.     



Casi al mismo tiempo que entrevista a su invitado, tuitea la información a sus seguidores.



Y aquí la fotografía que me tomaron con Christian Pino después de la entrevista, madrugada del 7 de agosto de 2014, Santiago de Chile.



1 de octubre de 2014

Artículo de EL Mostrador.cl sobre el libro "Menéndez, rey de la Patagonia"

Transcribo aquí la entrevista que en agosto de 2014 me hicieron Hector Cossio y Tatiana Oliveros para "El Mostrador.cl", primer diario digital de Chile, y que ha alcanzado casi 40.000 "recomendar" de facebook y 200 comentarios de los lectores.

El genocidio de indígenas en el sur de Chile que la historia oficial intentó ocultar

Después de varios años de investigación en La Patagonia chilena y argentina, el historiador español José Luis Alonso Marchante publicó el libro "Menéndez. Rey de la Patagonia", el texto definitivo –según expertos en el tema– sobre la verdad de la extinción de los selk'nam en la Tierra del Fuego, que en rigor se trató de un exterminio ordenado por José Menéndez, el gran latifundista del sur de Chile, sobre cuya familia existen sendos museos en Punta Arenas, y a quien se le atribuye el desarrollo económico de la región.
por HECTOR COSSIO

El año pasado el historiador español José Luis Alonso Marchante encontró en la Biblioteca Nacional de España el texto original de Treinta años en Tierra del Fuego, del misionero salesiano, gran naturalista y expedicionario Alberto de Agostini. Con este libro en sus manos, el historiador comprobó que en las actuales reediciones del texto, incluida la realizada el 2013, faltaban párrafos y no cualquiera. En los textos censurados, el misionero era implacable: la extinción del pueblo selk’nam en la Patagonia chilena y argentina no fue obra de su “ignorante glotonería”, “guerra entre tribus” o producto de su “miserable contextura física”, como dictó durante muchos años la historia oficial, sino que producto del exterminio y la cacería, ordenada por un solo hombre: José Menéndez, el gran latifundista del extremo sur de Chile. “Exploradores, estancieros y soldados no tuvieron escrúpulos en descargar sus mauser contra los infelices indios, como si se tratase de fieras o piezas de caza”, reza uno de los párrafos censurados (De Agostini, 1929: 244).



Este hallazgo junto a otros importantes testimonios se encuentran contenidos en el libro Menéndez, rey de la Patagonia (Editorial Catalonia), recientemente lanzado en Chile y que, según historiadores expertos en La Patagonia, como Osvaldo Bayer, vendría siendo “el libro definitivo sobre la verdad ocurrida en el sur chileno y argentino”.

“Hubo dos cosas que me impactaron en la investigación: el genocidio de todo un pueblo (los selk’nam) en pleno Siglo XX y la trágica suerte de los obreros (también masacrados) que trabajan en esas estancias”, dice Alonso Marchante, casi al comienzo de la conversación conCultura + Ciudad, en la que explica sin eufemismos la naturaleza de la responsabilidad criminal de quien fuera también el abuelo de Enrique Campos Menéndez, el escritor favorito de Pinochet y redactor de los bandos militares del Golpe.




LA CENSURA

La censura en el texto de De Agostini, explica Alonso Marchante, fue más bien una autocensura que el religioso aplicó a sus libros luego que la Congregación fuera presionada por el poder de Menéndez para cambiar la historia y exculpar de la masacre al más grande latifundista del sur de Chile, quien acumulara una de las más grandes fortunas de América Latina con el comercio lanero.

“Los primeros salesianos no negaban las matanzas, los primeros, como Faganno y De Agostini, fueron gente que estuvieron en el terreno, que levantaron las misiones de la nada, y en sus diarios publicaban cómo se estaban exterminando a los indígenas. Ocurre que después hubo un cambio en la historiografía de los salesianos. Los que vienen después ya están sometidos al poder económico de los Menéndez, entonces ahí se reescribe la historia de la colonización, y ahí sostienen que los indios simplemente desaparecen sin que mediaran los estancieros”, explica Alonso.



La motivación por investigar el papel de Menéndez y de sus descendientes en Chile nació casi por casualidad. Un día –cuenta– paseando por el Museo Asturiano en Buenos Aires, encontró un busto de José Ménendez. Nunca había escuchado una palabra de él, pese a que el historiador también es asturiano. En su región natal, Alonso no encontró calle que llevara su nombre, pero sí una escuela –fundada a comienzos del siglo pasado–, que era la forma que tenían los “indianos” (como se conoce a los colonos europeos que viajaron a América) de retribuir a su patria la fortuna alcanzada en sus aventuras.
“Se construyeron más de 350 escuelas en Asturias, en las primeras décadas del siglo XX, y entre ellas está la de José Menéndez en Miranda y que lleva su nombre”,  cuenta Alonso, remarcando así el punto de partida de una historia marcada por la fortuna, la crueldad y la mentira.

EL IMPERIO MENÉNDEZ

En la Región de Magallanes, específicamente en Punta Arenas, las mansiones de la familia Menéndez se conservan en forma de museos, dando cuenta –a través de su fastuosidad– de la época dorada de la región magallánica.
En el libro se explica que Menéndez, tras una breve estancia en Cuba, llega a nuestro país en 1868. Al poco tiempo recibe miles de hectáreas como beneficio del gobierno chileno por la colonización en el sur. La idea era traer el desarrollo económico a la zona y establecer reservas indígenas. En esos años Mauricio Braun, otro inmigrante, también había recibido miles de hectáreas, lo mismo que Julius Popper en Argentina.
Alonso Marchante cuenta que, como parte de una gran inversión, las familias Menéndez y Braun se unen a través del matrimonio de sus hijos, y las tierras de Popper, tras una extraña muerte por presunto envenenamiento, son cedidas a Menéndez, convirtiéndose este último en el dueño y señor de toda la Patagonia chilena y argentina a través de la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego.



El imperio económico, que llegó a sumar bancos y navieras, tuvo su origen el comercio de lana de oveja, que vendían a Inglaterra a cambio de libras esterlinas. En la inserción de la ovejas  en la zona y consecuente desplazamiento del guanaco, animal que poblaba esas zonas, se encuentra –según el libro– el origen de una de las matanzas más grandes de indígenas y que contó con todo el poder editorial de esos años para tapar el genocidio.

EL EXTERMINIO DE LOS SELK’NAM

“A medida que comenzó a avanzar la frontera ovina, porque toda la riqueza de las dinastías económicas se sustentaba en el ganado de lana”, cuenta el historiador, “comenzaron a requerirse cada vez más tierras para terminar instalándose en el territorio selk’nam”.
Al instalarse en la zona, se divide el terreno mediante alambradas, y el guanaco –principal sustento alimenticio y de abrigo de los onas– se ve arrinconado hacia tierras más altas.

“Una vez que el guanaco desaparece los Selk’nam empiezan a pasar hambre. Cuando se dan cuenta de la aparición de las ovejas empiezan a alimentarse de este animal y lo entienden como algo absolutamente natural, no saben muy bien cómo han aparecido esas ovejas ahí, ni conocían el concepto de propiedad”, explica el historiador.



“Cuando los Selk’nam empiezan a atacar a las ovejas, José Menéndez da la orden de acabar con ellos. Lo hacen primero disparándoles directamente para exterminarlos, y con las mujeres y niños se produce una cacería. Los van cazando para después ofrecerlos en plazas públicas”, cuenta Alonso, quien precisa que todo esto es muy posterior a la exhibición de indígenas como piezas de circo, en lo que se llamó “zoológicos humanos”.

La familia Menéndez, especialmente José Menéndez –remarca el historiador–, fueron los instigadores de la matanza. “José Menéndez puso como capataz y como administrador de su estancia a un escocés de nombre Alexander Mc Lennan (El chancho colorado), quien fue el mayor matador de indígenas y reconocido por él mismo. Él recibía órdenes directas de José Menéndez, era su empleado”.
En el libro se sostiene que por cada indígena muerto, Menéndez pagaba una libra esterlina, de modo que en la fortuna que alcanzó a tener este escocés podría incluso calcularse la cantidad de indígenas asesinados y que, de acuerdo a las versiones de otros historiadores, podría estimarse en varios cientos, si no miles.
“Cuando se retiró Mc Lennan, José Menéndez le regaló un carísimo reloj en agradecimiento por todos esos servicios”, relata.

LA HISTORIA OFICIAL

“Logré contactarme con un bisnieto de Alexander Mc Lennan, quien me decía que no se puede decir que esté bien matar indios, pero que, gracias a lo que hizo su abuelo y José Menéndez, hoy no hay indígenas en la Tierra del Fuego, así que no hay problemas. Y eso me lo dicen en pleno 2014″, recuerda con asombro el historiador.
Durante muchos años, la historia oficial que se contó tuvo como propósito ocultar los crímenes, que fueron incluso celebrados como deporte.



En 1971, el historiador y descendiente del clan, Armando Braun Menéndez, portavoz de los estancieros, señala que como causa de muerte de los indígenas estaban sus hábitos alimenticios. “Era frecuente observar al lado de los restos de una ballena, los cadáveres de los indígenas que, llegados tarde al festín, habían sido víctimas de su ignorante glotonería” (Braun 1971: 135). Insiste a tal punto en el tema que escribe que “era tan miserable su contextura física que no pudieron soportar ni su propio clima”.

Esta absurda conjetura –explica Alonso en su libro– chocó con la respuesta contundente del etnólogo suizo Jean-Christian Spahni, quien señala: “Mis investigaciones alrededor de los habitantes me han demostrado que los genocidios habían existido realmente y que fueron causados justamente por los propietarios de las estancias a los que Armando Braun intenta defender”.

Otro de los herederos de los hacendados, el escritor favorito de Pinochet, Enrique Campos Ménendez, llega incluso a exponer sus dudas sobre un posible canibalismo de los Selk’nam, cuestión que, al momento de sus dichos, ya nadie se atrevía siquiera a mencionar.
La historia oficial de negación del genocidio intenta a tal punto instalarse, que otro de los herederos, Eduardo Braun Menéndez, llega a obligar –se narra en el libro– “al científico Alexander Lipschutz (Premio Nacional de Ciencias 1969) a la eliminación de cualquier referencia a la caza de indígenas, como paso previo para publicar sus ensayos en la revista Ciencia e investigación, que dirigía el nieto de José Menéndez”.

LA PATAGONIA TRÁGICA

Además del exterminio de los onas, el libro de Alonso toca otro de los temas sensibles en La Patagonia, y que tiene que ver con las matanzas de más de 1.400 obreros chilenos en 1921.
Estos crímenes fueron recogidos en un libro llamado La Patagonia Trágica, publicado en Argentina en 1928 por José María Borrero. En este libro, escrito sin rigurosidad científica, había una denuncia en cada página y al poco tiempo se convirtió en un mito al desaparecer de las librerías. Un segundo texto, presuntamente llamado Orgías de sangre y que, según el mito, narraba los asesinatos de 1921, se convirtió en leyenda tras asegurarse que el manuscrito había sido robado y quemado.



Parte de esa historia fue recogida con seriedad científica por Osvaldo Bayer, quien publicó La Patagonia rebelde, en 1972, un libro testimonial de no ficción que trataba sobre la lucha protagonizada por los trabajadores  anarcosindicalistas en rebelión de la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia argentina, entre 1920 y 1921. Esta historia comenzó como una huelga contra la explotación de los obreros por parte de sus patrones, luego reprimida por el Ejército al mando del teniente Héctor Benigno Varela, enviado por el entonces presidente Hipólito Yrigoyen.

“Se fusilaron a centenares de peones de las estancias, la mayoría de ellos chilenos, pero también asturianos, argentinos, alemanes, italianos. Esas son las dos grandes tragedias de esta historia, creo que esta historia no la podemos ver con una sonrisa porque es una historia trágica, porque desaparecen de manera brutal los pueblos que habitaron por milenios esas tierras y además hay una represión salvaje sobre los peones que trabajaron en las estancias”, sostiene Alonso Marchante, de cuyo libro el propio Bayer reconoce que “después de este acopio de pruebas nadie podrá señalar que las versiones críticas que surgieron a medida que se producían los hechos eran exageradas o de pura imaginación”.

–¿Como historiador crees que hay responsabilidad del Estado chileno en estas masacres? 

–Los peones fueron fusilados por el Ejército argentino, pero la mayoría eran chilenos, y las autoridades chilenas no solamente no levantaron la voz sino que colaboraron con las autoridades argentinas en el silencio. Esto lo demostró Osvaldo Bayer hace ya mucho tiempo, cuando descubrió cómo los propios carabineros chilenos llevaban a los peones a Argentina, en donde el Ejército de ese país los fusiló. Es verdad que estos hechos ocurrieron hace casi un siglo, pero los Estados deben hacer un reconocimiento. En Argentina, en la zona en que ocurrieron los fusilamientos, en cada cuartel en donde hubo un centro de detención hay unas placas que identifican que en ese lugar y en ese cuartel se mató gente. Yo no se qué homenajes han hecho las autoridades chilenas a esos peones.