Este es el título del artículo que el pasado 27 de octubre de 2014 publicó el escritor Luis Mancilla Pérez en la sección "El desván de la memoria" del periódico "El Insular", de la región de Chiloé. Su opinión sobre mi libro "Menéndez, rey de la Patagonia" tiene un gran valor pues procede de un verdadero experto en la historia regional, autor en 2012 de "Los chilotes de la Patagonia rebelde". En ese libro Mancilla describe el perverso sistema de explotación de los jornaleros, trasladados en barcos desde Chiloé a las estancias para trabajar en la esquila, sometidos a agotadoras jornadas de trabajo, hacinados en barracones insalubres y a los que se les pagaba en vales y fichas de las sociedades ganaderas, en lugar de en pesos corrientes. Las justas protestas de los peones rurales terminarán en diciembre de 1921 en un verdadero baño de sangre, con miles de obreros asesinados por el ejército argentino en medio del silencio cómplice de las autoridades de Chile, tanto civiles como religiosas. Les transcribo a continuacion el artículo:
El título de este
artículo no es un título elegido al azar. Por el contrario es una de las tantas
deducciones que se obtienen después de leer el libro: Menéndez, Rey de la Patagonia, escrito por José Luis Alonso
Marchante y publicado por Editorial Catalonia, Santiago, 2014. Son 351 páginas de verdades
indiscutibles debidamente documentadas y datadas; obtenidas en una extensa y
exhaustiva investigación que durante más de cuatro años realizó el autor,
licenciado en economía en la Universidad de Zaragoza y titulado en Historia en
la Universidad Complutense de Madrid, ciudad donde reside.
En las páginas de Menéndez, Rey de la Patagonia, su autor
confirma aquellas criticas que los nuevos investigadores de la Historia de
Chile hacen de la historiografía tradicional, la versión oficial de la historia
creada como traje a la medida para vestir héroes, imaginar vidas ejemplares y
crear personajes trascendentes y episodios épicos que nunca fueron tales. En
esta crítica se incluye al menos dos premios nacionales de literatura e
historia otorgados en tiempos de dictadura, quienes en sus obras más ocultan
que revelan, más tergiversan que demuestran los acontecimientos que marcaron la
historia de la Patagonia. En ese elogiar la vida de pioneros y pobladores
esconden la masacre que llevó a la desaparición de los pueblos indígenas de
Tierra del Fuego, la colonización chilota de la Patagonia, las huelgas y
matanzas obreras, el laberinto de ilegalidades en la consecución de las tierras
que permitieron crear los latifundios ganaderos, el saqueo de los buques que
naufragaban en los canales australes.
El libro Menéndez, Rey de la Patagonia, en palabras del historiador Osvaldo
Bayer “es un libro definitivo sobre la verdad de lo que ocurrió en el sur
chileno y argentino”. Reitero en sus páginas el autor no escabulle cuestionar
las afirmaciones de la historia tradicional aportando una gran cantidad de
fuentes, testimonios, documentos, noticias de periódicos y una abundante
bibliografía para entregar al lector una mirada de la historia de la Patagonia
muy difícil de encontrar en los historiadores chilenos. Una mirada diferente
sobre la conquista y la colonización de la Patagonia, que no se empantana en
los lugares comunes de las artificiales vidas ejemplares de los comerciantes y
latifundistas, los pioneros y pobladores de la historia tradicional. Aquellos
que para defender sus ovejas asesinaban indios o cancelaban unos pocos pesos
para fueran recluidos en las misiones salesianas, casi campos de concentración;
o como en los tiempos de la esclavitud, en Punta Arenas, remataban para que fueran
sirvientes las mujeres y los niños que permanecían hacinados en los establos de
la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego.
En las páginas de Menéndez, Rey de la Patagonia, el autor
da protagonismo a las mayorías siempre silenciadas, indígenas, obreros y
emigrantes, y de la vida de Menéndez y la historia de la Patagonia hace una
simbiosis que nos lleva por los caminos de las indesmentibles crueldades, los
egoísmos, las componendas políticas para el acaparamiento de tierras y creación
de sociedades ganaderas, el exterminio indígena, el saqueo de naufragios, las
miserables condiciones de trabajo de los peones en las estancias; la mayor
parte de ellos chilotes, a quienes Enrique Campos Menéndez, nieto del Menéndez, Rey de la Patagonia, y premio
nacional de literatura en los años de la dictadura pinochetista; en su racismo
y prepotencia y desprecio por ser los protagonistas de los movimientos obreros
en la Patagonia los describía como “cuatro chilotes que en el peor de los casos
lo único que querrán son unos pocos pesos más para emborracharse”, con esta
clase de opiniones contribuyó a la creación de una imagen denigrante de la
población chilena en la Patagonia argentina. No estaremos muy equivocados si
pensamos que ese premio nacional de literatura le fue otorgado al nieto de
Menéndez en agradecimiento a que hubiera cedido su fundo Los Robles para que la
dictadura instalara un centro de detención y tortura.
Menéndez,
Rey de la Patagonia, es un libro ameno, atrayente, de fácil lectura,
construido con las verdades que nos escamotean los historiadores de esa
Patagonia que Menéndez y otros despoblaron para enriquecerse. En este libro “la
historia se escribe con perspectiva actual debido a que el pasado por
definición, ya no existe”, dice José Luis Alonso Marchante. Pero con una
profunda mirada que al lector le permite entender cómo y porque en el siglo XX
se ha escrito la historia de la Patagonia con los ojos cerrados a la verdad y
con el entendimiento oscurecido por el egoísmo de los reconocimientos fáciles
para no ver la falta de escrúpulos y las insaciables ansias de riqueza de
aquellos que como Menéndez disfrazaron sus ambiciones con los “maltrechos
conceptos de progreso y bien común”.
Menéndez,
Rey de la Patagonia, es un libro que debe estar en las bibliotecas públicas
y universitarias y convertirse en lectura obligatoria en los liceos de la
Patagonia chilena, en una asignatura de historia regional, si hoy discutiéramos
una real y necesaria reforma educacional y no un cambio al sistema de
subvenciones. Pero hace ya mucho tiempo nos avisó George Orwel: “Quien controla
el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”.