Transcribo aquí la entrevista que en agosto de 2014 me
hicieron Hector Cossio y Tatiana Oliveros para "El Mostrador.cl", primer diario digital de Chile, y que ha alcanzado casi
40.000 "recomendar" de facebook y 200 comentarios de los lectores.
El genocidio de indígenas en el sur de Chile que la historia
oficial intentó ocultar
Después de varios años de investigación en La Patagonia
chilena y argentina, el historiador español José Luis Alonso Marchante publicó
el libro "Menéndez. Rey de la Patagonia", el texto definitivo –según
expertos en el tema– sobre la verdad de la extinción de los selk'nam en la
Tierra del Fuego, que en rigor se trató de un exterminio ordenado por José
Menéndez, el gran latifundista del sur de Chile, sobre cuya familia existen
sendos museos en Punta Arenas, y a quien se le atribuye el desarrollo económico
de la región.
por HECTOR COSSIO
El año pasado el historiador español José Luis Alonso
Marchante encontró en la Biblioteca Nacional de España el texto original de Treinta
años en Tierra del Fuego, del misionero salesiano, gran naturalista y
expedicionario Alberto de Agostini. Con este libro en sus manos, el historiador
comprobó que en las actuales reediciones del texto, incluida la realizada el
2013, faltaban párrafos y no cualquiera. En los textos censurados, el misionero
era implacable: la extinción del pueblo selk’nam en la Patagonia chilena y
argentina no fue obra de su “ignorante glotonería”, “guerra entre tribus” o
producto de su “miserable contextura física”, como dictó durante muchos años la
historia oficial, sino que producto del exterminio y la cacería, ordenada por
un solo hombre: José Menéndez, el gran latifundista del extremo sur de
Chile. “Exploradores, estancieros y soldados no tuvieron escrúpulos
en descargar sus mauser contra los infelices indios, como si se tratase de
fieras o piezas de caza”, reza uno de los párrafos censurados (De Agostini,
1929: 244).
Este hallazgo junto a otros importantes testimonios se
encuentran contenidos en el libro Menéndez, rey de la Patagonia (Editorial
Catalonia), recientemente lanzado en Chile y que, según historiadores expertos
en La Patagonia, como Osvaldo Bayer, vendría siendo “el libro definitivo sobre
la verdad ocurrida en el sur chileno y argentino”.
“Hubo dos cosas que me impactaron en la investigación: el
genocidio de todo un pueblo (los selk’nam) en pleno Siglo XX y la trágica
suerte de los obreros (también masacrados) que trabajan en esas estancias”,
dice Alonso Marchante, casi al comienzo de la conversación conCultura + Ciudad,
en la que explica sin eufemismos la naturaleza de la responsabilidad criminal
de quien fuera también el abuelo de Enrique Campos Menéndez, el escritor favorito de Pinochet y redactor de los bandos
militares del Golpe.
LA CENSURA
La censura en el texto de De Agostini, explica Alonso
Marchante, fue más bien una autocensura que el religioso aplicó a sus libros
luego que la Congregación fuera presionada por el poder de Menéndez para
cambiar la historia y exculpar de la masacre al más grande latifundista del sur
de Chile, quien acumulara una de las más grandes fortunas de América
Latina con el comercio lanero.
“Los primeros salesianos no negaban las matanzas, los
primeros, como Faganno y De Agostini, fueron gente que estuvieron en el
terreno, que levantaron las misiones de la nada, y en sus diarios publicaban
cómo se estaban exterminando a los indígenas. Ocurre que después hubo un cambio
en la historiografía de los salesianos. Los que vienen después ya están
sometidos al poder económico de los Menéndez, entonces ahí se reescribe la
historia de la colonización, y ahí sostienen que los indios simplemente
desaparecen sin que mediaran los estancieros”, explica Alonso.
La motivación por investigar el papel de Menéndez y de sus
descendientes en Chile nació casi por casualidad. Un día –cuenta– paseando por
el Museo Asturiano en Buenos Aires, encontró un busto de José Ménendez. Nunca
había escuchado una palabra de él, pese a que el historiador también es
asturiano. En su región natal, Alonso no encontró calle que llevara su nombre,
pero sí una escuela –fundada a comienzos del siglo pasado–, que era la forma
que tenían los “indianos” (como se conoce a los colonos europeos que viajaron a
América) de retribuir a su patria la fortuna alcanzada en sus aventuras.
“Se construyeron más de 350 escuelas en Asturias, en las
primeras décadas del siglo XX, y entre ellas está la de José Menéndez en
Miranda y que lleva su nombre”, cuenta Alonso, remarcando así el punto de
partida de una historia marcada por la fortuna, la crueldad y la mentira.
EL IMPERIO MENÉNDEZ
En la Región de Magallanes, específicamente en Punta Arenas,
las mansiones de la familia Menéndez se conservan en forma de museos, dando
cuenta –a través de su fastuosidad– de la época dorada de la región
magallánica.
En el libro se explica que Menéndez, tras una breve estancia
en Cuba, llega a nuestro país en 1868. Al poco tiempo recibe miles de hectáreas
como beneficio del gobierno chileno por la colonización en el sur. La idea era
traer el desarrollo económico a la zona y establecer reservas indígenas. En
esos años Mauricio Braun, otro inmigrante, también había recibido miles de
hectáreas, lo mismo que Julius Popper en Argentina.
Alonso Marchante cuenta que, como parte de una gran
inversión, las familias Menéndez y Braun se unen a través del matrimonio de sus
hijos, y las tierras de Popper, tras una extraña muerte por presunto
envenenamiento, son cedidas a Menéndez, convirtiéndose este último en
el dueño y señor de toda la Patagonia chilena y argentina a través de la
Sociedad Explotadora Tierra del Fuego.
El imperio económico, que llegó a sumar bancos y navieras,
tuvo su origen el comercio de lana de oveja, que vendían a Inglaterra a
cambio de libras esterlinas. En la inserción de la ovejas en la zona y
consecuente desplazamiento del guanaco, animal que poblaba esas zonas, se
encuentra –según el libro– el origen de una de las matanzas más grandes de
indígenas y que contó con todo el poder editorial de esos años para tapar el
genocidio.
EL EXTERMINIO DE LOS SELK’NAM
“A medida que comenzó a avanzar la frontera ovina, porque
toda la riqueza de las dinastías económicas se sustentaba en el ganado de
lana”, cuenta el historiador, “comenzaron a requerirse cada vez más tierras
para terminar instalándose en el territorio selk’nam”.
Al instalarse en la zona, se divide el terreno mediante
alambradas, y el guanaco –principal sustento alimenticio y de abrigo de los
onas– se ve arrinconado hacia tierras más altas.
“Una vez que el guanaco desaparece los Selk’nam empiezan a
pasar hambre. Cuando se dan cuenta de la aparición de las ovejas empiezan a
alimentarse de este animal y lo entienden como algo absolutamente natural, no
saben muy bien cómo han aparecido esas ovejas ahí, ni conocían el concepto de
propiedad”, explica el historiador.
“Cuando los Selk’nam empiezan a atacar a las ovejas, José
Menéndez da la orden de acabar con ellos. Lo hacen primero
disparándoles directamente para exterminarlos, y con las mujeres y niños se
produce una cacería. Los van cazando para después ofrecerlos en plazas públicas”,
cuenta Alonso, quien precisa que todo esto es muy posterior a la
exhibición de indígenas como piezas de circo, en lo que se llamó
“zoológicos humanos”.
La familia Menéndez, especialmente José Menéndez –remarca el
historiador–, fueron los instigadores de la matanza. “José Menéndez puso como
capataz y como administrador de su estancia a un escocés de
nombre Alexander Mc Lennan (El chancho colorado), quien fue el mayor
matador de indígenas y reconocido por él mismo. Él recibía órdenes directas de
José Menéndez, era su empleado”.
En el libro se sostiene que por cada indígena muerto,
Menéndez pagaba una libra esterlina, de modo que en la fortuna que alcanzó a
tener este escocés podría incluso calcularse la cantidad de indígenas
asesinados y que, de acuerdo a las versiones de otros historiadores, podría
estimarse en varios cientos, si no miles.
“Cuando se retiró Mc Lennan, José Menéndez le regaló un
carísimo reloj en agradecimiento por todos esos servicios”, relata.
LA HISTORIA OFICIAL
“Logré contactarme con un bisnieto de Alexander Mc Lennan,
quien me decía que no se puede decir que esté bien matar indios, pero que,
gracias a lo que hizo su abuelo y José Menéndez, hoy no hay indígenas en la
Tierra del Fuego, así que no hay problemas. Y eso me lo dicen en pleno 2014″, recuerda con asombro el
historiador.
En 1971, el historiador y descendiente del clan, Armando
Braun Menéndez, portavoz de los estancieros, señala que como causa de muerte de
los indígenas estaban sus hábitos alimenticios. “Era frecuente observar al lado
de los restos de una ballena, los cadáveres de los indígenas que, llegados
tarde al festín, habían sido víctimas de su ignorante glotonería” (Braun 1971:
135). Insiste a tal punto en el tema que escribe que “era tan miserable su
contextura física que no pudieron soportar ni su propio clima”.
Esta absurda conjetura –explica Alonso en su libro– chocó
con la respuesta contundente del etnólogo suizo Jean-Christian Spahni, quien
señala: “Mis investigaciones alrededor de los habitantes me han demostrado que
los genocidios habían existido realmente y que fueron causados justamente por
los propietarios de las estancias a los que Armando Braun intenta defender”.
Otro de los herederos de los hacendados, el escritor
favorito de Pinochet, Enrique Campos Ménendez, llega incluso a exponer sus
dudas sobre un posible canibalismo de los Selk’nam, cuestión que, al momento de
sus dichos, ya nadie se atrevía siquiera a mencionar.
La historia oficial de negación del genocidio intenta a tal
punto instalarse, que otro de los herederos, Eduardo Braun Menéndez, llega a
obligar –se narra en el libro– “al científico Alexander Lipschutz (Premio
Nacional de Ciencias 1969) a la eliminación de cualquier referencia a la caza
de indígenas, como paso previo para publicar sus ensayos en la revista Ciencia
e investigación, que dirigía el nieto de José Menéndez”.
LA PATAGONIA TRÁGICA
Además del exterminio de los onas, el libro de Alonso toca
otro de los temas sensibles en La Patagonia, y que tiene que ver con las
matanzas de más de 1.400 obreros chilenos en 1921.
Estos crímenes fueron recogidos en un libro llamado La
Patagonia Trágica, publicado en Argentina en 1928 por José María Borrero. En
este libro, escrito sin rigurosidad científica, había una denuncia en cada
página y al poco tiempo se convirtió en un mito al desaparecer de las
librerías. Un segundo texto, presuntamente llamado Orgías de sangre y
que, según el mito, narraba los asesinatos de 1921, se convirtió en leyenda
tras asegurarse que el manuscrito había sido robado y quemado.
Parte de esa historia fue recogida con seriedad científica
por Osvaldo Bayer, quien publicó La Patagonia rebelde, en 1972, un
libro testimonial de no ficción que trataba sobre la lucha protagonizada
por los trabajadores anarcosindicalistas en rebelión de
la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia argentina, entre 1920 y 1921.
Esta historia comenzó como una huelga contra la explotación de los
obreros por parte de sus patrones, luego reprimida por el Ejército al
mando del teniente Héctor Benigno Varela, enviado por el entonces
presidente Hipólito Yrigoyen.
“Se fusilaron a centenares de peones de las estancias, la
mayoría de ellos chilenos, pero también asturianos, argentinos, alemanes,
italianos. Esas son las dos grandes tragedias de esta historia, creo que esta
historia no la podemos ver con una sonrisa porque es una historia trágica,
porque desaparecen de manera brutal los pueblos que habitaron por milenios esas
tierras y además hay una represión salvaje sobre los peones que trabajaron en
las estancias”, sostiene Alonso Marchante, de cuyo libro el propio Bayer
reconoce que “después de este acopio de pruebas nadie podrá señalar que las
versiones críticas que surgieron a medida que se producían los hechos eran
exageradas o de pura imaginación”.
–¿Como historiador crees que hay responsabilidad del Estado
chileno en estas masacres?
–Los peones fueron fusilados por el Ejército argentino, pero
la mayoría eran chilenos, y las autoridades chilenas no solamente no levantaron
la voz sino que colaboraron con las autoridades argentinas en el silencio. Esto
lo demostró Osvaldo Bayer hace ya mucho tiempo, cuando descubrió cómo los
propios carabineros chilenos llevaban a los peones a Argentina, en donde el
Ejército de ese país los fusiló. Es verdad que estos hechos ocurrieron hace
casi un siglo, pero los Estados deben hacer un reconocimiento. En Argentina, en
la zona en que ocurrieron los fusilamientos, en cada cuartel en donde hubo un
centro de detención hay unas placas que identifican que en ese lugar y en ese
cuartel se mató gente. Yo no se qué homenajes han hecho las autoridades
chilenas a esos peones.
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