En el último número del semanario "THE CLINIC", publicado el jueves 22 de enero de 2015, se incluye una entrevista al respecto de la publicación en Chile y Argentina del libro "Menéndez, rey de la Patagonia" (Editoriales Catalonia y Losada). La transcribo en las páginas de este blog.
Menéndez, el estanciero que barrió con los selk’nam
Al asturiano José Menéndez (1846-1918) le bastaron su codicia y sus contactos para hacerse dueño de casi toda la Patagonia y propiciar el exterminio de los selk’nam. Cacerías y remates de indios, matanzas de jornaleros, complicidad de las autoridades chilenas y argentinas, urden la trama de uno de los libros de historia más exitosos de 2014. Aquí su autor, José Luis Alonso Marchante, explica cómo fue posible la tragedia y se sorprende por la lentitud con la que la memoria oficial de Magallanes ha asumido el verdadero talante de algunos de sus prohombres.
POR
DANIEL HOPENHAYN
“Otra
estrategia para sacar a los selk’nam del medio fue llevarlos a las misiones
salesianas, la primera de las cuales se estableció en isla Dawson. ‘Es el modo
más barato de deshacernos de ellos, más corto que dispararles’, decía en una
carta Mauricio Braun, yerno de Menéndez”.
A los 14 años y solo, José Menéndez se subió a un barco para probar suerte en América. Había nacido en un hogar pobre en un remoto pueblo de Asturias, al norte de España, condenado a ser un don nadie. Tras desembarcar, vivió dignamente en La Habana y Buenos Aires durante unos quince años, pero quería más. Así llegó, en 1875, a Punta Arenas. Unas décadas después, la Patagonia era prácticamente suya y su fortura era, literalmente, incalculable.
Hace
unos pocos años, otro asturiano, el historiador José Luis Alonso Marchante,
llegó a la Patagonia siguiendo sus pasos. Le intrigaba que un coterráneo suyo,
de escasa educación, hubiese convertido aquella tierra de leyenda en su imperio
familiar. No sabía que iba a encontrarse con una historia trágica cuyo saldo
había sido, entre otras cosas, la desaparición de los selk’nam, habitantes
milenarios de una isla cuyas señales de humo -para alertar de la presencia de
extraños– vio Hernando de Magallanes en 1520, por lo que llamó a esa isla
Tierra del Fuego.
“Los
selk’nam fueron los últimos en tener contacto con la civilización, porque
estaban más retirados de las costas. Hasta que llega precisamente José
Menéndez”, dice Alonso, quien revolvió archivos durante años entre Chile,
Argentina y España para contar, basándose en los propios testimonios de la
época, quieén fue y qué hizo Menéndez, rey de la Patagonia, como se titula el
libro que ya va por la tercera edición. “Un testimonio de gran valor es el de
los salesianos, que tenían una misión al lado de las estancias de Menéndez
–explica Alonso–. Ellos hacían recorridos y encontraban a los selk’nam muertos
con un tiro en la frente. A partir de esos registros me di cuenta de que era un
tema realmente trágico”.
CAZADOS COMO GUANACOS
Desde la experiencia
de los propios selk’nam, ¿cómo crees que vivieron la llegada de Menéndez?
Con
una absoluta perplejidad. Los selk’nam sabían lo que les había pasado a los
otros pueblos y no se exponían, mucho menos las mujeres, porque te puedes
imaginar lo que los marineros hacían con ellas. Pero cuando Menéndez instala
sus primeras haciendas en Tierra del Fuego, el territorio de los selk’nam de
repente se ve surcado por alambradas, lo que provoca el inmediato éxodo del
guanaco, su alimento clave. En cambio, aparecen de la nada miles y miles de
ovejas, un animal que nunca habían conocido y cuyas pezuñas además destruyeron
las madrigueras del cururo, un roedor del que también se alimentaban. Entonces
su hábitat cambia completamente. Es como si mañana empezara a desaparecer el
Metro, los edificios, los semáforos, los autos y se nos sustituyen por otras
cosas. Y era solo el comienzo, porque una vez que empiezan a alimentarse de
ovejas, los colonos empiezan a cazarlos directamente.
¿Para que no se coman
las ovejas?
Claro,
eran una molestia. Tenían hambre y nunca entendieron que esas ovejas no eran
suyas, porque estaban en sus tierras. Los propios policías argentinos de Tierra
del Fuego, cuando les mandaban perseguir a los indígenas, decían “es que no
están robando, simplemente usan ese animal para sobrevivir”. ¿Pero qué hacen
los estancieros con José Menéndez a la cabeza? Instruyen a sus capataces para
que alejen a tiros a los selk’nam y ahí empiezan las primeras bajas, que luego
ya se complementan con cacerías organizadas para que desaparezcan de una vez.
Tal como cazaban a los guanacos para alejarlos de las estancias, porque se
alimentaban del pasto para las ovejas, se hizo con los indios.
Dices que los selk’nam
no tenían la noción económica de la propiedad privada.
Para
nada, esas culturas compartían los recursos que había. Un ejemplo que pasaba
con los selk’nam, pero sobre todo con los yámanas: cuando alguna ballena
quedaba varada en los canales y moría en la playa, se hacían inmediatamente
hogueras para avisar a todas las familias que había alrededor, para que
acudieran al festín. No era "que esta es mi ballena y ha caído en mi
territorio”. Entonces no entendían ese concepto de propiedad que habían traído
los colonizadores, por lo demás distorsionado porque si algún dueño debían
tener esas tierras eran los propios selk’nam.
Cazadores Selk'nam, Alberto María de Agostini |
¿Los selk’nam conocían
la guerra entre ellos?
Bueno,
la historia oficial tenía que dar una explicación a la desaparición de los
selk’nam y se dieron dos: una, defendida sobre todo por un nieto de Menéndez,
decía que sucumbieron por su “miserable contextura física”, así textual, por
causas fisiológicos. Se olvida el historiador que llevaban 10 mil años viviendo
ahí con absoluta normalidad. Y otra causa muy citada es que se exterminaron
entre ellos. Pero la violencia entre los selk’nam aparece cuando los recursos
desaparecen. Ellos se distribuían en los haruwen, que eran territorios
familiares, y solo entraban al haruwen vecino para temas rituales y de
convivencia. Pero claro, fueron siguiendo a los guanacos cada vez más escasos,
se empezaron a encontrar y hubo roces entre ellos, que no justifican para nada
su desaparición.
En tu libro hay muchas
escenas que reflejan el nivel de brutalidad que llegó a existir.
Sí,
muchísimas. Un caso especialmente trágico fue cuando el gobernador de
Magallanes, Manuel Señoret, medio espoleado por los terratenientes Menéndez y
Braun, organizó una “cacería de indios” de varias semanas y capturaron a casi
200 selk’nam, casi todos mujeres y niños porque los hombres se resistían y los
mataban. ¿Qué hizo Señoret con esos 200 selk’nam? Los llevó a Punta Arenas y
organizó un remate de indígenas, donde se repartió indiecitos a las familias
que los quisieran. Los relatos son realmente sobrecogedores: todas esas
familias en un galpón, los niños llorando, cómo se los arrancaban a sus
padres….No podemos ver algo que sucedió
hace 125 años con ojos de ahora, pero todo esto fue criticado en ese momento y
no solo por los salesianos, sino también por policías, militares, periodistas…
Familia selk'nam marchando por la playa, Charles W. Furlong, 1908 |
¿Los selk’nam
intentaron dar la pelea?
Muy
poco, tenían arcos y flechas y los otros tenían rifles de repetición. Además,
otra estrategia para sacarlos del medio fue llevarlos a las misiones
salesianas, la primera de las cuales se estableció en Isla Dawson. “Es el modo
más barato de deshacernos de ellos, más corto que dispararles”, decía en una
carta Mauricio Braun, yerno y socio de José Menéndez. Como tenían hambre, los
atraían a esas “reducciones” dándoles alimento. Pero eso fue también su final,
porque vivían hacinados y ahí se propagaron, o les propagaron los propios
misioneros de manera involuntaria, infecciones: tuberculosis, tisis y
desaparecieron rápidamente. Luego los últimos grupos ya se van hacia el interior
–porque acercarse a las tierras ganaderas implica la muerte– y terminan en el
centro de Tierra del Fuego, en la zona del lago Khami, donde desaparecen los
últimos. De los entre 3 mil y 4 mil que había cuando llegan los colonizadores,
hacia 1920 quedaban 100.
Sobre eso, hablas de
un registro muy triste que encontraste en el archivo de los salesianos de
Buenos Aires.
Me
impresionó muchísimo. Era una hoja en la que ellos iban anotando, a medida que
iban muriendo los indígenas en sus misiones, una línea por cada fallecido. Y en
los arcos de edad de 0 a 5 años y de 5 a 10 años, hay más de 380 rayitas, niños
que morían allí. Es estremecedor porque en esa hojita del 1900 realmente se
estaba documentando el final de un pueblo entero.
En el libro desmitificas la figura del pionero visionario, dices que era un tipo más bien mediocre.
DUEÑOS DE TODO
¿Cómo podríamos dimensionar el imperio económico que levantó Menéndez?
Si quisiéramos traducirlo a dólares actuales, es imposible, no puedes calcularlo. Llegó a tener más de un millón de ovejas, que necesitan casi dos millones de hectáreas para pastar; todas las tierras de la Patagonia y Tierra del Fuego aptas para la ganadería, eran suyas o de sus grupos familiares, que se cruzaron entre ellos económica y familiarmente y eran los propietarios de todo, pero de todo.
¿Cuánto se demoró Menéndez en construir su imperio?
Casi una vida. Él llegó en 1875 a Punta Arenas, que todavía era una colonia penal de dudosa prosperidad. Empieza ahí con un pequeño comercio y antes de terminar el siglo ya era el gran terrateniente. Y cuando se muere en 1918, ya ni siquiera vive ahí, sino en palacios de Buenos Aires, tenía su propia línea de navegación, compañías de seguros, bancos, edificios, viajaba a Europa normalmente…
Entierro de María Behety, Punta Arenas, 1908 |
En el libro desmitificas la figura del pionero visionario, dices que era un tipo más bien mediocre.
Claro, no es una idea mía, el escritor argentino Ernesto Maggiori dice que no fueron hombres excepcionales: lo excepcional fueron las circunstancias, el lugar y el momento. Si Menéndez hubiera ido a Nueva York iba a tener un par de cafeterías, pero ese imperio solo es posible ahí y en ese momento, ni 50 años antes ni 50 años después. Fueron gente normal que supo mover muy hábilmente sus contactos. Cada vez que nombraban un gobernador nuevo en Magallanes, iba a Punta Arenas y decía “cómo es posible que tres o cuatro personas tengan todas las tierras en su poder”, pero inmediatamente los hacían cambiar de opinión. Piensa que un momento cumbre en la historia de Punta Arenas es el Abrazo del Estrecho de 1899, cuando los presidentes Roca y Errázuriz llegan a firmar el tratado de límites entre Argentina y Chile. Bueno, esa noche Roca durmió en casa de Menéndez y Errázuriz en casa de Braun, el yerno de Menéndez. Así lograban las tierras saltándose toda la legislación que existía.
¿Alguna vez encontraste algo de Menéndez, quizás entre sus cartas, donde él se cuestionara lo que había hecho?
Arreo de ovejas en Tierra del Fuego |
¿Alguna vez encontraste algo de Menéndez, quizás entre sus cartas, donde él se cuestionara lo que había hecho?
No, todo lo contrario, siempre tuvo un desprecio por los demás. Y con “los demás” no me refiero a los indígenas, que para él no eran ni personas, sino a los chilotes por ejemplo, que eran los jornaleros de sus estancias en condiciones laborales terribles. Y eso no lo digo yo en el año 2015, lo dicen los que visitaron las estancias de Menéndez en 1890 o 1900. Años más tarde los jornaleros se rebelaron pidiendo condiciones básicas y sencillamente los mataron.
Pero el imperio Menéndez también tuvo su final trágico.
Sí. Cuando murió su esposa, sus hijos le pidieron la parte de la herencia que les correspondía y él se negó. En el libro cito sus propias cartas donde se niega a repartir ni un céntimo con sus hijos. Pero sus ocho hijos amenazaron –los cinco varones más los tres yernos, porque las hijas mujeres no tenían ni voz ni voto– con litigar con él, y las leyes los favorecían. Así que lo obligaron a partir el imperio y una vez que hicieron una sociedad familiar, lo apartaron de la dirección de sus negocios. Él, que en Punta Arenas construyó su palacio con una torre para ver cómo llegaban sus barcos, es relegado en vida por sus propios hijos. Eso le dolió especialmente.
EL LAVADO DE IMAGEN
Estancia San Gregorio, frente al estrecho de Magallanes |
EL LAVADO DE IMAGEN
Cuando estuviste en Punta Arenas, ¿cómo había permanecido Menéndez en la memoria histórica de la gente?
Es un tema muy interesante, porque una vez que él murió, los mismos hijos que le disputaron su fortuna organizaron todo un apuntalamiento de su memoria, y ahí es donde aparece el mito del pionero. Toda la historia oficial de Magallanes parece girar en torno a esos pioneros clarividentes que repartieron la riqueza a manos llenas. Uno camina por las calles de Punta Arenas y se encuentra con ese mito.
El apuntalamiento funcionó.
Pero a nivel oficinal, porque luego hablas con la gente común y es más ajena a esta historia. Y en el lado argentino directamente son militantes en contra de esos mitos. A nadie en Río Gallegos se le ocurriría ponerle “José Menéndez” a una calle, mientras que Punta Arenas la tiene y es de las más importantes. La puso en la época de Pinochet un nieto suyo, Enrique Campos Menéndez, que estaba al frente de la DIBAM y fue Premio Nacional de Literatura. En el centro de Punta Arenas solo hay una calle muy pequeñita a nombre de una mujer, se llama Julia Garay, una maestra, y todo lo demás son los grandes prohombres, próceres. Esa memoria me sorprende mucho.
El daño a los selk’nam es irreparable, pero pensando en otros pueblos originarios, ¿le das un contexto de actualidad a esta historia?
Por supuesto, y cada vez más gente se da cuenta de que esa herencia originaria es un valor positivo para una nación y no una incomodidad. Los australianos, por ejemplo, hoy nacen sabiendo que una parte muy importante de su país vienes de ahí, que se mezcla entre los aborígenes, los ingleses, los que vinieron de Singapur y que todo eso los hace un pueblo grande, diverso. Menéndez tuvo un empleado que se llamaba Alexander McLennan, allá lo conoce todo el mundo porque era el mayor asesino de indios y él mismo se jactaba de ello. Yo contacté a un bisnieto suyo que me decía que, aunque es duro decirlo, lo que hicieron Menéndez y McLennan permite que hoy en Tierra del Fuego no haya los problemas que hay en otros lugares: ya no hay indígenas, ya no hay reclamos. Es bastante sorprendente. El descendiente de los cazadores de indios se congratula de que hicieron muy bien su trabajo.
Publicado en "The Clinic", nº. 580, 22 de enero de 2015
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