Ricardo Rojas, escritor y poeta argentino, fue quizá el intelectual que con más perspicacia analizó la situación de Tierra del Fuego desde una perspectiva contemporánea. En 1934, de enero a mayo, estuvo recluido en el penal de Ushuaia como preso político, tiempo que aprovechó para escribir sobre la realidad de la Tierra del Fuego argentina. Rojas denunció con energía el genocidio de los selk'nam, protestó contra la entrega ilimitada de tierras a un puñado de terratenientes, se quejó de las lamentables condiciones de vida de los penados y se lamentó de la inutilidad de las misiones, tanto anglicanas como salesianas. Su libro "Archipiélago" (Editorial Südpol, 2012) es quizá la obra más lúcida sobre la historia de Tierra del Fuego y constituye un testimonio contemporáneo de los hechos de insustituible valor. Les extractamos aquí algunos de los párrafos más interesantes:
Sobre el genocidio indígena:
“Hay un gran dolor en aquella comarca argentina: el exterminio del indio, el régimen del presidio, el despilfarro de las tierras fiscales, el aislamiento geográfico, la esterilidad económica, la incuria oficial, la falta de estímulos de cultura y, como consecuencia de todo ello, la despoblación, la pobreza, la injusticia, la explotación internacional, la ausencia de la ciudadanía” (pág. 11).
“El exterminio del nativo es el punto doloroso de la historia fueguina, y de él arranca toda la iniquidad que ha sido, desde la llegada de la “civilización”, la obra del hombre blanco en esta isla trágica. Los despojaron de su tierra; los lanzaron a nuevas condiciones de vida sin ayuda alguna; los esclavizaron y enviciaron; les contagiaron inmundas pestes, y además los cazaron como si fueran animales” (pág. 87).
Sobre las misiones:
Dos Selk'nam prisioneros en Ushuaia, fotografía de Fernand Lahille de 1896 |
“La empresa evangélica de Bridges y de sus colaboradores en las Misiones del Beagle ha resultado estéril, porque no logró evitar la desaparición de las razas indígenas, y aun se dijera que la conversión civilizadora solo ha servido para extinguirlas. Bridges y Lawrence, en cambio, introdujeron aquí las primeras ovejas, traídas de Malvinas. La misión evangélica, en lo que tuvo de empresa espiritual y reducción salvadora para el indio fueguino, pereció sin lograr mayores frutos” (pág. 64).
“[los salesianos] hoy poseen allí varias leguas de tierra cedidas por el gobierno argentino, con miles de ovejas que esquilan los indios y que se faenan en el frigorífico anglochileno de Río Grande, del que dependen. La obra social en favor de los onas parece, en cambio, haber sido allí muy escasa” (pág. 73).
Niñas y monjas en la misión salesiana de Río Grande, fotografía de Lehmann-Nitsche, 1902 |
Sobre la toponimia fueguina
“En el caso de nuestra Tierra del Fuego debemos protestar nuevamente de que al indio no solo le hayan quitado su tierra los presuntos pobladores, sino de que, tras haberlo exterminado con verdadera crueldad, vayan borrando en el solar nativo los nombres de su idioma, descriptivos y eufónicos. En cuanto a designaciones más recientes, muchas obedecen a caprichos de exploradores europeos o a adulaciones palaciegas. El conjunto de la toponimia fueguina documenta los cataclismos de su historia, peores que los de su geografías” (pág. 34).
Sobre la Tierra del Fuego
“Lo que ha hecho y dejado de hacer la Argentina en cincuenta años sobre Tierra del Fuego se reduce, pues, a lo siguiente: el exterminio de una raza fuerte; el escándalo de la tierra que se le quitó al nativo; el Presidio, la rutina, el aislamiento, la despoblación, la falta de toda previsión civilizadora” (pág. 125).
“Hoy debemos desvanecer la leyenda negra, enseñando que la Isla del Fuego es rica, y una de las más hermosas del mundo, bien que contrasta con ello la obra de iniquidad que los hombres han realizado aquí desde que empezaron a gobernarla. Maldita es para los indios a quienes despojó y exterminó el invasor. Maldita es para los presidiarios que agonizan bajo un régimen anticuado y estéril. Maldita es para los peones sometidos a explotaciones sin entrañas”. (pág. 185).
“En la desventura de Tierra del Fuego han tenido más parte los hombres que la naturaleza. La leyenda negra que comenzó con Darwin subsistió por rutina o por ignorancia. Pero no todo fue ignorancia en esa perduración. Hubo también malicia. Acaso por los intereses creados de los latifundistas y explotadores de ovejas se prefirió que no viniera aquí mucha gente. Para eso convenía mantener la leyenda del clima funesto “ (pág. 204).
Prisioneros en el Penal de Ushuaia, óleo de Charles W. Furlong |
Sobre el acaparamiento de tierras
“Los gobiernos han malbaratado la tierra pública para entregarla a latifundistas ausentes, verdaderos barones del Sur, con marina y moneda propias” (pág. 95).
“El vellocino está hoy en las pampas de Río Grande, donde pacen un millón de ovejas, de fina lana y carne gorda; pero a esas las faena un frigorífico local, con exclusivo provecho de sus accionistas extranjeros y de unos cuantos latifundistas felices, también ausentes. Los demás que aquí viven se resignan a ser peones, empleados del presidio o vagabundos soñadores” (pág. 145).
"Casi toda la llanura aprovechable ha sido entregada por precios irrisorios a unas pocas personas o sociedades anónimas cuyos adjudicatarios no residen en estas tierras. De los restantes lotes, muchos se atribuyen a personeros (llamados "palos blancos" en la jerga local), puestos por aquellos capitalistas. La "compañía" de tal o cual denominación encubre también a los mismos poderosos señores. La tierra aún retenida por el estado argentino es de insignificante extensión o se la considera inhabitable. Es inimaginable a qué sutilezas ha llegado la falsía en leyes, administraciones y peritajes, para el favoritismo de las tierras" (pág. 188).
Tierra del Fueo en 1917, con todas las tierras aptas para la ganadería en manos de 4 familias |
Sobre la condiciones de los penados de Ushuaia:
“Salen aquellos leñadores todos los días a la madrugada para ser conducidos hasta el monte, distante tres leguas del establecimiento; viaje y trabajo que se realiza pese a la lluvia, el viento y la nieve (…) Los “leñadores” parten del presidio después de haber tomado un jarro de café negro sin pan; y sin más alimento, deben cortar leña en el monte hasta el mediodía. Al volver de la tarea matinal se les suministra el rancho y otra ración se les entrega en el presidio a las 18, al regresar de sus trabajos por la tarde” (pág. 111).