Como nómadas que eran, los
selk'nam de Tierra del Fuego se desplazaban de un lugar a otro en función de la
existencia de comida y de los itinerarios de los animales que cazaban. Del
guanaco, su sustento principal, no desperdiciaban nada; comían su carne, usaban
su piel para vestirse y otras partes del animal para confeccionar sus útiles
domésticos. En sus desplazamientos, los selk'nam examinaban con atención las
señales de la naturaleza y, sobre todo, estudiaban la dirección del viento
que les permitía, por ejemplo, situarse en posición ventajosa antes de lanzar
sus flechas. Fue precisamente su relación con la naturaleza lo que les
permitió, durante miles de años, vivir armoniosamente en un entorno de clima
riguroso que, para los colonizadores recién llegados, era desolado y hostil. A
finales del siglo XIX, fueron perseguidos y expulsados de sus
"haruwen" por los terratenientes ganaderos, sobreviviendo solamente
unas decenas de personas. Como este veterano cazador, fotografiado en las
cercanías de la misión de Río Grande, y que se aferra todavía a su arco. Con la
dignidad intacta (14 de febrero de 2016).
Si la historia oficial se ocupó de hacer desaparecer la memoria de los pueblos originarios de la Patagonia, sus costumbres, su lengua, sus rituales, su forma de vida, la invisibilización de las mujeres indígenas fue todavía más absoluta. Sin embargo, en la sociedad selk'nam de Tierra del Fuego el papel de la mujer era extraordinariamente importante. Además de ocuparse de la crianza de los pequeños y de transmitirles las enseñanzas más valiosas, se dedicaban a la caza de roedores, como el tuco-tucu o cururo, y a la recolección de moluscos en las playas y de hongos, raíces y bayas en los bosques. De gran fuerza y complexion física, transportaban los palos y pieles para instalar la vivienda familiar, así como otros enseres domésticos necesarios para la vida diaria. Mientras, el hombre cazador se movía en pos del escurridizo guanaco. En la fotografía, tomada a principios del siglo XX, vemos a una mujer selk'nam llevando a su pequeño y cargando con la tienda (20 de mayo de 2015).
La base del mundo espiritual de
los Selk'nam de Tierra del Fuego estaba formada por los elementos de la
naturaleza que les rodeaba y por los cuerpos celestes que observaban por las
noches. Poseían una religiosidad múltiple en la que Temáukel, el dador de vida,
el origen de todo, ocupaba un lugar supremo, mientras que Kenós era el ser
mitológico que repartió el mundo, entregándoles a los selk'nam la isla que
habitaban. Provistos de un complejo ritual, la ceremonia que nos es más conocida
era el "Hain", que escenificaba el paso de la juventud a la edad
adulta y en la que los jóvenes "klokéten" recibían enseñanzas
relacionadas con la historia, tradiciones y costumbres de su pueblo. Martin
Gusinde, entre los meses de mayo y julio de 1923, fue capaz de captar con su
cámara fotográfica la riqueza simbólica de los “espíritus” de la naturaleza e
inmortalizó lo efímero de sus máscaras y pinturas corporales, con diseños
lineales y geométricos de una notable potencia estética. Páhuil, Shéit, Télil,
Wechùsh, Koshménk, Ulen (en la fotografía), K'ternen o Halahaches son algunos
de los nombres de los espíritus selk'nam que nos hablan de la fabulosa y
sorprendente riqueza cultural de este pueblo legendario (28 de febrero de
2016).
Los selk'nam de Tierra del Fuego
vivieron durante siglos de manera pacífica. Para este pueblo nómada, las
guerras eran desconocidas y sus armas se habían diseñado exclusivamente para la
caza, nunca para matar a otros seres humanos. Sin embargo, a finales del siglo
XIX fueron víctimas de una inusitada violencia, ejercida contra ellos por los
terratenientes ganaderos. Sabemos que los selk'nam se defendieron
valientemente, muriendo muchos de años aferrados a su arcos, que sin embargo se
revelaron inútiles ante la potencia de fuego de los winchester de los empleados
de las estancias. Solo hay constancia de una ocasión en la que los selk'nam
salieron vencedores. El 16 de enero de 1896 cerca de San Sebastián, un grupo de
hombres y mujeres se rebeló contra sus captores, que los trasladaban a la
cárcel-misión salesiana de isla Dawson, matando a dos de ellos, Emilio
Traslaviña y Edward Williamson. La alegría por la victoria duró poco, pues la
policía argentina y los empleados de la Sociedad Explotadora de Tierra del
Fuego llevaron a cabo una sangrienta batida, que terminó con un número
indeterminado de selk'nam asesinados y casi un centenar de prisioneros. Fernand
Lahille, empleado del Museo de la Plata, pudo fotografiar al grupo de presos en
Ushuaia. Como este joven muchacho, retratado delante de una sábana blanca como
era costumbre en la fotografía antropométrica de la época, apoyado todavía en
su manta de piel de guanaco, símbolo del final del modo de vida de un pueblo
legendario (12 de marzo de 2016).
Desde muy pequeños, los jóvenes selk'nam
se adiestraban en el empleo del arco y las flechas. La caza del guanaco era la
actividad principal y requería de una gran habilidad, dado lo escurridizo de
esos animales, siempre alerta y desconfiados. Ademas del alimento, el guanaco
proveía a los selk’nam de su vestido y de otros elementos útiles para su vida
diaria. Los arcos se fabricaban con madera de haya y las flechas llevaban en su
parte final dos plumas que servían para evitar que se desviara su
trayectoria. Los cazadores usaban también el "kóchil", un gorro
triangular hecho de la piel del mismo animal y que les ayudaba a camuflarse.
Los selk'nam era un pueblo pacífico que no tenía otras armas, lo que explica su
rápido exterminio por parte de los cazadores armados de rifles. En la foto de
Martin Gusinde, podemos ver a dos niños en las cercanías del lago Khami, donde
se refugiaron los sobrevivientes de este pueblo milenario (24 de abril de
2016).
La etnóloga francesa Dominique
Legoupil describe muy precisamente el sistema de caza del guanaco empleado por
los selk’nam de Tierra del Fuego: “el cazador partía a la ventura ayudado de su
conocimiento del territorio y de las costumbres de los guanacos. La fase de
búsqueda era muy aleatoria y podía implicar largas marchas. En la aproximación,
el cazador tenía la cabeza cubierta con un frontal de piel de guanaco cuya
finalidad era tranquilizar a los animales. En el momento del tiro, dejaba caer
su capa y tomaba varias flechas entre sus dientes, con el fin de recargar su
arco rápidamente en caso de fallar. El tiro debía ser realizado de muy cerca,
entre 20 y 30 metros, y acertar un órgano vital para evitar la huida del animal.
En caso contrario, el cazador estaba obligado a una larga persecución, en la
cual su perro participaba activamente, y que podía llevarle muy lejos de su
campamento y forzarle a vivaquear sobre el terreno”. La introducción de las
ovejas por parte de un puñado de grandes terratenientes (Menéndez, Braun,
Bridges, Stubenrauch y Montes) significó la casi total aniquilación de estos
cazadores legendarios, cuya población estaba estimada en 3.600 personas antes
de la llegada de la colonización. Fotografía: Martin Gusinde (30 de diciembre
de 2014).
No hay comentarios:
Publicar un comentario