Charles Darwin se equivocó cuando en 1834 calificó al pueblo Yámana o Yagán como: “desdichados salvajes de talla escasa, rostro repugnante y cubierto de pintura blanca, piel sucia y grasienta, cabellos enmarañados, voz discordante y gestos violentos”. Años después el prestigioso naturalista reconoció que su juicio fue hecho a la ligera y que apenas entrevió a los yámana desde la cubierta del bergantín "Beagle", sin que tuviera ningún contacto con ellos que le permitiera formarse una correcta opinión. Y es que los yagán, el legendario pueblo nómada canoero que habitaba el laberinto de islas y canales al sur de Tierra del Fuego, se hicieron famosos por su excepcional capacidad de adaptación física a un medio riguroso con una climatología inclemente. Provistos de una talento natural para la orientación y de una visión prodigiosa, los yagán eran también excelentes pescadores y cazadores. Hasta la llegada de la “civilización” que acabó con su forma de vida, los yámana vivían en libertad absoluta y practicaban una igualdad perfecta, con una gran disposición a compartir lo que tenían con todos los que les rodeaban. Poseían una espiritualidad múltiple, inspirada por Watauineiwa, el creador, y las fuerzas de la naturaleza y en la que la ceremonia secreta de iniciación de los jóvenes ocupaba un lugar principal. En la bellísima foto, tomada en 1882 por los expedicionarios franceses, vemos a Athlinata a punto de lanzar su arpón (12 de diciembre de 2015).
La mayoría de las fotografías de los pueblos originarios de la Patagonia y Tierra del Fuego son anónimas, no sabemos nada de las personas retratadas, apenas la fecha en la que se tomó. Sin embargo, conocemos bien la historia de la muchacha yagán de la imagen. Se llamaba Kamanakar y vivía en los alrededores de bahía Orange, en la isla Hoste, en total libertad, desplazándose con su familia en sus embarcaciones de una isla a otra. Fue fotografiada en varias ocasiones a finales de 1882 por el teniente francés Edmond Payen. De gran belleza y rebosante de salud, se ganó rápidamente la admiración de los expedicionarios franceses por su inteligencia y simpatía. Sin embargo, sabemos por los escritos de Martial y Hyades que poco después fue "captada" por los misioneros anglicanos de Ushuaia y se trasladó a la misión donde, como la mayoría de los yámana asilados allí, enfermó rápidamente y murió de una terrible epidemia de sarampión. Hoy nos queda su mirada que nos llega a través del tiempo (10 de agosto de 2015).
Los yagán, el pueblo más austral
de la Historia, hombres y mujeres que habitaron la zona más remota del planeta,
recorriendo con sus canoas los canales e islas comprendidos entre la Tierra del
Fuego y el Cabo de Hornos, casi a las puertas de la Antártida. Dedicados a la
pesca y la recolección, se adaptaron prodigiosamente a un clima riguroso y
vivieron durante miles de años en una sociedad igualitaria y pacífica, en la
que los recursos escasos eran compartidos por todos. Antes de la llegada de los
colonizadores y misioneros, su esperanza de vida estaba entre los 70 y 80 años
de edad, mucho más elevada que la media europea de entonces. Ahora bien, la
influencia de la “civilización” fue letal para ellos. Los yámana que se
acercaban a la misión inglesa morían irremisiblemente debido a los brotes de
tuberculosis y sarampión ocasionados por el hacinamiento en el que vivían y al
aire viciado que respiraban. El carácter nocivo del establecimiento religioso
para la salud de los indígenas ya fue advertido en la época por el doctor
Hyades: “la tisis pulmonar es rara entre los fueguinos que viven al aire libre;
pero es muy frecuente entre los que habitan la misión inglesa de Ushuaia, que
han adquirido costumbres sedentarias y que viven encerrados”. Se calcula que
hacia 1860, antes de la irrupción de exploradores y misioneros en su
territorio, el pueblo yagán estaba formado por unas tres mil personas.
Para 1913 quedaban menos de cien. En la bella fotografía, tomada en 1883,
podemos ver a una anciana yagán con dos niñas (24 de enero de 2016).
En París se conservan algunas de
las más importantes colecciones de fotografías históricas sobre la Patagonia,
como la serie compuesta por centenares de instantáneas tomadas por los miembros
de la Expedición francesa al Cabo de Hornos, de 1882-83. Los autores de las
imágenes son los fotógrafos Jean-Louis Doze y Edmond-Joseph Payen y permiten
contemplar a decenas de mujeres, hombres, niños y niñas del pueblo yagán, que
vivían libremente en la región de Bahía Orange, al sur del canal Beagle. Los
expedicionarios franceses también pudieron visitar la misión anglicana de
Ushuaia del reverendo Thomas Bridges y constatar la perniciosa influencia que
los misioneros ejercían sobre los yagán, obligándoles a cambiar sus
hábitos nómadas y a vestir sus ropas, lo que a la postre resultó fatal para su
modo de vida. Hoy en París he tenido el privilegio de visitar el Musée de
l'Homme y el Quai Branly, donde se conserva la colección completa de
fotografías. De entre todas las imágenes, destaco la identificada con el número
de catálogo 2690. En ella podemos contemplar a un hombre yagán vestido
con ropa europea pero que conserva en su rostro la pintura blanca propia de su
pueblo. Y una mirada de inmensa tristeza que el paso del tiempo ha vuelto
inmortal (21 de mayo de 2016).
El 5 de septiembre de cada año se celebra el Día Mundial de la Mujer Originaria y, para conmemorarlo, elegimos a la gran Cristina Calderón, una de las mujeres yaganes que más han influido en la memoria de su pueblo, transmitiendo su ancestral conocimiento, su lengua y sus costumbres. Tradicionalmente, los yagán habitaban los canales e islas del archipiélago fueguino, en un extenso territorio que iba desde el canal Beagle hasta el cabo de Hornos. La mujer tenía un papel protagonista en la cultura yagán puesto que, además de ocuparse de la crianza de sus hijos, era la encargada de la pesca de mariscos, esenciales para la dieta de este pueblo de cazadores-recolectores, y de conservar el fuego que llevaban permanentemente encendido en el fondo de su embarcación. Si los yagán sufrieron terriblemente con la llegada de los colonizadores, especialmente debido al cambio de hábitos que les impusieron los misioneros extranjeros, las mujeres de ese pueblo fueron las principales víctimas, sufriendo violaciones de los loberos o siendo obligadas a trabajar por los religiosos. La bella fotografía fue tomada por Grégoire Korganow en 2003, y refleja la sabiduría atesorada en ese rostro de mujer curtido por el viento incesante de la Patagonia (5 de septiembre de 2015).
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