Antes de la llegada de los colonizadores, la población selk’nam que habitaba la Tierra del Fuego podía estimarse en alrededor de tres o cuatro mil personas. A partir de 1886, con la instalación de los terratenientes ganaderos (Menéndez, Braun, Stubenrauch y otros), este pueblo ancestral comienza a ser hostigado sin piedad hasta el extremo de que solamente sobreviven unos centenares de mujeres, hombres y niños. El sacerdote Alberto María De Agostini, uno de los mayores conocedores de la isla y que habló con los supervivientes, escribió: “El principal agente de la rápida extinción de los Onas fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros por medio de peones ovejeros, los cuales estimulados y pagados por los patronos, los cazaban sin misericordia a tiros de winchester o los envenenaban con estricnina, a punto de casi exterminarlos, hasta quedar como únicos dueños de los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos". Un testimonio contemporáneo de la época, silenciado por la historia oficial y suficientemente revelador de cómo en aquellos años muchos ya levantaron la voz contra el genocidio. En la bella fotografía, tres mujeres selk'nam; Ángela Loij en el centro (17 de octubre de 2015).
El explorador sueco Nils Otto Gustav Nordenskjöld visitó la Tierra del Fuego en 1895. Mientras preparaba la expedición al Polo Sur, tuvo ocasión de recorrer la isla y constatar el alarmante descenso de la población selk’nam. Al respecto escribió “este insignificante resto de la raza se extinguirá pronto si no se hace nada para impedirlo. Los onas se ven perseguidos en todas partes por los colonizadores”. El explorador sueco sabía perfectamente de lo que hablaba, puesto que él mismo pudo examinar tres esqueletos de selk’nam que habían sido asesinados por empleados de la estancia Springhill, propiedad de Sara Braun y de los ingleses Wood & Waldron, con un tiro en la cabeza realizado a muy corta distancia. Se trata de un testimonio estremecedor que demuestra la falta de escrúpulos del puñado de terratenientes que se quedaron con sus tierras y para los que los habitantes originarios no eran otra cosa que una plaga a exterminar. En la fotografía, Khaushél con sus hijos (16 de abril de 2015).
En 1897 llegarán a Tierra del
Fuego un grupo de expedicionarios belgas dirigidos por Adrien de Gerlache, cuyo
cometido era reconocer y explorar las regiones polares. Sin embargo, antes de
partir hacia la Antártida, el tiempo pasado en tierra les permitió conocer de
primera mano la persecución de la que eran objeto los selk’nam. De Gerlache
señaló: “la caza indiscriminada de los guanacos es un complemento, menos odioso
que la caza del hombre pero no menos efectivo, de la obra de exterminio de los
indios”. Entre los tripulantes de la “Belgica”, se encontraba el noruego Roald
Amundsen, que en 1911 se convertiría en el primer hombre en alcanzar el polo
sur, y el médico norteamericano Frederick Albert Cook, autor de esta fotografía
(2 de marzo de 2015).
A finales del siglo XIX en la
Tierra del Fuego, en el extremo más austral de América, muchos empleados de las
estancias se convirtieron en verdaderos especialistas en la “caza de indios”,
rivalizando entre sí en tan macabra actividad. Las evidencias que apuntan hacia
un genocidio del pueblo selk'nam, planificado por los terratenientes dueños de
las haciendas lanares y ejecutado por sus empleados, son aplastantes; cartas,
informes, documentos y relatos de los que ordenaron, participaron o fueron
testigos de estas brutales acciones. Como por ejemplo, la carta que en 1898 el
escocés James C. Robbins, empleado de la estancia Primera Argentina, propiedad
de José Menéndez, dirigió a un amigo suyo: “tenemos quince soldados aquí cuyo
deber es cazar indios. Ocho de nosotros salimos de aquí una noche y viajamos al
sur, pasado Punta María, con un indio que nos guía, llegamos al punto más
cercano al campamento indio, dejamos los caballos y caminamos una hora y veinte
minutos a través del monte y pillamos alrededor de setenta. Voy a correr el
velo sobre los siguientes cinco minutos y dejarlo que suponga el resto”. Los
selk'nam solamente podían defenderse con sus arcos y flechas, inútiles frente a
las mortíferas balas, lo que explica que hubiera tan pocos supervivientes. En
la imagen, la célebre fotografía de Alberto María de Agostini (30 de junio de
2015).
Una libra esterlina por cada oreja
de selk'nam. Ese era el precio que los grandes terratenientes ganaderos de
Tierra del Fuego pagaban a sus empleados para que acabaran con los habitantes
originarios de la isla. Este bárbaro proceder está suficientemente documentado
en multitud de testimonios de viajeros de finales del siglo XIX. Así lo asegura
el geógrafo francés Paul Walle, “no hay ninguna exageración en esto porque
hemos visto el regreso de estas partidas de caza”, y lo confirma Lucas Bridges
que conoció a algunos de los más famosos cazadores de indios a los que, sin
embargo, protege en su libro ocultando sus nombres. Según el testimonio de
Federico Echeuline, hijo de madre selk’nam, "las mujeres tenían un precio
mayor, libra y media por cada seno cortado", asegurándose de este modo los
hacendados la eliminación de la generación selk’nam todavía por nacer. James
Radbourne, que trabajó en la estancia Springhill como ovejero, nos dejó
estremecedores relatos de las cacerías humanas lideradas por un hombre cruel
llamado Mac Donald que “no gastaba balas en los viejos ni en las mujeres que
eran dejados atrás sin defensa por los otros indios, pero saltaba de su caballo
y acuchillaba a todos los que podía atrapar, viejos o jóvenes, hombres o
mujeres”. Aunque el récord lo ostentaba el administrador de la estancia de José
Menéndez, otro escocés, el temible Alexander Mac Lennan, apodado “chancho
colorado”. No olvidemos que la despiadada persecución perseguía un único fin:
arrebatarles a los selk’nam sus tierras para que un puñado de privilegiados se
hicieran ricos con la explotación de las ovejas. En la fotografía, tomada por
Martin Gusinde en 1923, vemos a una de las familias selk'nam que
sobrevivió a las cacerías (18 de diciembre de 2015).
En 1868 el antropólogo alemán
Georg Gerland publicó "Über das Aussterben der Naturvölker" (Sobre la
extinción de los pueblos primitivos) donde escribía que "no existe ninguna
ley natural por la cual los pueblos indígenas deban desaparecer. Si los
derechos de los nativos fuesen respetados, seguirían viviendo". Gerland
también desechaba la teoría que aseguraba que desaparecían por su intrínseca
debilidad y concluía que "se los mata, se los destierra, se los proletiza
y se destruye su estructura social" aplicando la violencia de los fuertes
sobre los débiles con un único objetivo: "quedarse con su tierra".
Eso fue lo que sucedió, medio siglo después, en la isla grande de Tierra del
Fuego. Allí, los ganaderos terratenientes llevaron a cabo una brutal
persecución contra los selk'nam, que a punto estuvo de provocar la casi
total aniquilación de este pueblo legendario (9 de enero de 2015).
abyecta y atroz genocidio. amparado por las "autoridades" de la epoca
ResponderEliminarEstremecedor, vaya partida de sinvergüenzas y malnacidos
ResponderEliminaren este articulo ha hay complicidad, no nombran al ejecutor julius popper...por que serã.?..sera por que era juda..?? y eso esta prohibido decirlo...todo esto huele a mierda...MAS DE LO MISMO.
ResponderEliminarEl explorador Julio Popper, que se enfrentó con violencia a los selk'nam en su primer viaje a Tierra del Fuego en 1886, cambió radicalmente de opinión cuando conoció mejor a este pueblo legendario: "Se hallan dotados de elevados y nobles sentimientos humanitarios, tienen raciocinio sensato, son magnánimos hasta el punto de saber perdonar a sus enemigos, más aún, llevan el desdén de la venganza, hasta compensar el mal con el bien, hasta convertirse en protectores de la raza que los persigue, conduciendo a náufragos varados en las playas, hacia los puntos donde pueden encontrar auxilio... No son caníbales, ni los salvajes de los modernos tratados de etnografía, sino hombres afectuosos que tienen un acentuado cariño hacia sus hijos, como los hijos hacia sus padres; que llevan largo luto por sus difuntos pintándose al efecto el rostro de negro..."¡Son ladrones!", exclaman los estancieros que comienzan a radicarse en la parte chilena de Tierra del Fuego, "nos roban las ovejas, destruyen nuestros cercados". Es bien cierto, pero pongámonos en el caso del indio. Desde siglos remotos, el ona caza los escasos y ariscos guanacos de la isla (...) armado de arco y flechas espera a veces días enteros oculto tras alguna mata. De repente un suceso inesperado viene a perturbar su vida de cazadores. Hombres de raza desconocida ponen en sus tierras de una sola vez, tres, cuatro o cinco mil ovejas... "Son para nosotros", exclaman los indios, y se apoderan de algunas. Pero una terrible detonación interrumpe el festín...". El texto corresponde a una conferencia dada por Julio Popper en Buenos Aires el 27 de julio de 1891.
EliminarTerrible realidad...el depredador mas horrendo y que actúa sin humanidad, ética y moral,ha sido siempre el Hombre, especialmente cuando está enceguecido por la avaricia,
ResponderEliminarel poder y sus bajas pasiones...
Demasiado genérico eso: el "Hombre" es el responsable. Los responsables son las Sociedades Explotadoras que responden un modo de producción de visión empresarial y no menor de una visión política ad hoc. Capitalismo básico y depredador.
EliminarEl hombre blanco occidental capitalista,imperialista y patriarcal
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