En la Patagonia, la mayoría de los peones que participaban en las tareas que más mano de obra requerían, como la esquila, eran proporcionados por los contratistas, también conocidos como “enganchadores”, que asumían el papel de intermediarios entre la sociedad ganadera y los obreros. Era el contratista quien se encargaba de reclutar, pagar y alimentar a los jornaleros, liberando a los terratenientes de tan molesta tarea. Muchos de los peones de las estancias eran chilotes reclutados directamente en Chiloé, como apunta el profesor Luis Mancilla Pérez en su libro "Los chilotes de la Patagonia rebelde": “firmaban un contrato en las oficinas de las empresas de navegación, que realizaban el servicio de cabotaje en todos los puertos de la Patagonia, y en octubre de cada año se embarcaban en Castro para viajar, encerrados cinco días en las bodegas, hasta llegar a Punta Arenas donde las comparsas de esquiladores eran transportadas a las estancias de las sociedades ganaderas”. Sus penosas condiciones de trabajo convierten a estos hombres en parte imprescindible de la historia. La imagen del esquilador es obra del genial fotógrafo Grégoire Korganow (10 de julio de 2015).
El etnólogo suizo Jean-Christian Spahni visitó en 1971 las estancias de Tierra del Fuego: “Provisto de una carta de recomendación, me dirigí a la estancia “José Menéndez” donde fui recibido por los peones que estaban con la tarea de la esquila y que parecían trabajar como esclavos. Tuve la impresión de que estos hombres vivían con miedo. El administrador, al que encontré al día siguiente, se muestra cordial pero no está por la labor de facilitar mi investigación. En realidad, me trata con distancia y solo se ofrece a enseñarme lo que yo mismo soy capaz de ver con mis propios ojos y sin la ayuda de nadie. En ese momento, sentí una impresión desagradable. Y lo que aprendí después sobre la historia de estas estancias no hizo más que confirmar mis temores”. A pesar de que José Menéndez, el rey de la Patagonia, había muerto en 1918, las condiciones de vida de los trabajadores rurales no cambiaron mucho con el paso de los años. La fotografía es de Ignacio Hochhäusler (4 de diciembre de 2014).
El profesor Luis Mancilla Pérez es
el autor de "Los chilotes de la Patagonia rebelde", un libro
publicado en 2012 en el que se describe el perverso sistema de explotación de
los jornaleros, trasladados en barcos desde Chiloé a las estancias de la Patagonia
para trabajar en la esquila, sometidos a agotadoras jornadas de trabajo,
hacinados en barracones insalubres, sin médicos ni comodidades de ningún tipo y
a los que se les pagaba en vales y fichas de las sociedades ganaderas en
lugar de en pesos corrientes. Mancilla aclara: “firmaban un contrato en las
oficinas de las empresas de navegación, que realizaban el servicio de cabotaje
en todos los puertos de la Patagonia, y en octubre de cada año se embarcaban en
Castro para viajar, encerrados cinco días en las bodegas, hasta llegar a Punta
Arenas donde las comparsas de esquiladores eran transportadas a las estancias
de las sociedades ganaderas” Las justas protestas de los peones rurales en
demanda de unas dignas condiciones de trabajo terminarán en diciembre de 1921
en un verdadero baño de sangre, con cientos de obreros asesinados por el
ejército argentino en medio del silencio cómplice de las autoridades de Chile,
tanto civiles como religiosas, salesianos incluidos. En la imagen, esquiladores
de una estancia en plena faena (28 de octubre de 2015).
En las huelgas rurales de 1921 en
Santa Cruz fueron fusilados cientos de jornaleros, que se habían entregado al
ejército argentino. Uno de los asesinados, el más joven, fue Ramón Pantín, un
muchacho de tan solo diecisiete años de edad. Español, originario de A Coruña,
su familia emigró a la Argentina huyendo de la miseria de su tierra natal,
buscando una oportunidad para sus hijos. Llegaron a la Patagonia para trabajar,
primero como jornaleros en Río Gallegos, después en 1913 a Calafate, siendo una
de las primeras familias de pobladores, verdaderos pioneros que vivían y
trabajaban en aquel lugar, haciéndolo prosperar con su esfuerzo. Cuando se
produjo la revuelta de los peones rurales, que protestaban por sus terribles
condiciones de trabajo, sin botiquín, cobrando en vales, con interminables
jornadas de trabajo, sin posibilidad de traer a sus familias, Ramón Pantín se
unió a las filas de los huelguistas. Tras la derrota de la rebelión por el
ejército, Ramón fue fusilado por orden de Robert Riddell, administrador de la
estancia Anita propiedad de los Menéndez-Behety. Sus restos están en una fosa
común, junto a los de cientos de sus compañeros asesinados, chilenos,
argentinos, españoles, alemanes, mientras que los grandes terratenientes están
enterrados en fastuosos mausoleos en los cementerios de La Recoleta o Punta
Arenas. Pero no importa, porque las gentes de Calafate conocen la verdadera
historia y hoy el apellido Pantín es evocado con respeto y admiración, sus
descendientes lo portan con orgullo e incluso la municipalidad les ha rendido
homenaje poniendo el nombre de Ramón al puente de acceso al municipio y de
José, otro de los hermanos, a una calle y un colegio. Gracias a Manuel Raún
Pantín Rivero por conservar intacta la memoria de su familia, a Luis Milton
Ibarra Philemon de la Comisión de las Huelgas de 1921 por la fotografía y al
escritor Mingo Gutiérrez por contar en su blog la historia legendaria de esta
huelga (7 de octubre de 2016).
En las estancias ganaderas de la
Patagonia diciembre y enero son los meses de la esquila. La mano de obra
necesaria para esta tarea era proporcionada generalmente por
los jornaleros de Chiloé, en cuyos puertos los barcos de “La Anónima”
y “La Explotadora” llenaban sus bodegas de hombres fuertes y vigorosos
dispuestos para estas duras faenas. Se trataba de los denominados “peones
golondrina”, esquiladores que eran contratados estacionalmente. Tras largas y
extenuantes jornadas de trabajo, al concluir la esquila, se encontraban de
pronto desocupados y ya no eran bienvenidos en la hacienda, que debían
abandonar rápidamente. La lana procedente de las ovejas será enfardada y
enviada en bruto a los mercados europeos, generalmente Gran Bretaña, donde se
llevará a cabo todo el proceso industrial y manufacturero. La riqueza iba a
parar exclusivamente a las familias de los terratenientes, que cobraban en
libras esterlinas, mientras que pagaban a sus peones con vales y fichitas a
canjear en sus propios establecimientos comerciales. Los obreros tratarán de
protestar contra esta situación tan injusta, siendo acallados a sangre y fuego
y pagando su osadía con la vida, en los trágicos asesinatos de diciembre de
1921 en Santa Cruz. Les recomendamos la lectura de "Los chilotes de la
Patagonia rebelde", libro escrito por Luis Alberto Mancilla Pérez y
publicado por Impresores y Editores Austral S.A., Chiloé, 2012. La excepcional
fotografía es de Robert Van del Hilst (13 de abril de 2015).
Huyendo de la pobreza de su región
natal, miles de asturianos cruzaron el océano Atlántico y se radicaron en la
Patagonia, llevando una vida de trabajo, privaciones y esfuerzo. Del Corralón
de Sama de Langreo era Lisardo Fernández Zapico, minero de profesión que tras
residir un tiempo en Punta Arenas, Chile, se radicó en Puerto Deseado,
Argentina, donde fue Jefe de la estación “Tellier” del ferrocarril Deseado-Las Heras.
Después de la brutal represión de las huelgas obreras de 1921, renunció a su
trabajo en la línea férrea que servía para transportar la lana de las estancias
de los terratenientes y empezó desde cero una vida como granjero. Con su
esfuerzo no solamente sacó adelante a su familia, sino que fue capaz de derrochar
generosidad y solidaridad dando refugio a los líderes obreros que huían del
ejército y la policía. Lisardo jamás tendrá una calle a su nombre ni un colegio
o parque en su homenaje. Sin embargo, su peripecia vital y su gesta es evocada
con respeto y admiración por sus descendientes que, a ambos lados del ancho
océano, en la Patagonia y en Asturias, mantienen intacta su memoria. Desde las
viejas fotografías que atesora su familia, Lisardo nos contempla, cien años más
tarde, con la mirada bien alta. Sin claudicar (7 de mayo de 2015).