29 de mayo de 2015

Exterminio y persecución del pueblo selk'nam; la colaboración de las autoridades

A fines del siglo XIX, el pueblo selk'nam que habitaba la isla grande de Tierra del Fuego tenía una población estimada en unas 4.000 personas. Era una sociedad de cazadores-recolectores, cuya alimentación giraba entorno a la caza del guanaco, con una compleja espiritualidad en la que destacaba la ceremonia del Hain y que llevaban viviendo en el mismo lugar desde hacía unos diez mil años, en una perfecta adaptación al medio climático que les rodeaba.

Familia Selk'nam, según óleo de Charles W. Furlong

Sin embargo, a partir de la instalación de estancias ganaderas por parte de un puñado de privilegiados terratenientes, los selk'nam van a ser borrados prácticamente de la faz de su territorio. Solo quedarán unos pocos supervivientes, que deberán renunciar a su modo de vida nómada e integrarse en la sociedad que los extermina a través del mestizaje. Hoy sabemos que este genocidio no fue producto de escaramuzas aisladas entre indígenas y colonizadores ni de violentos encuentros con buscadores de oro sino que, por el contrario, fue diseñado concienzudamente por los dueños de las estancias, contando con la necesaria colaboración de las autoridades políticas, que se plegaron siempre al mandato de los estancieros, y de las autoridades eclesiásticas, que participaron en un macabro negocio que hoy cubre a las misiones de ignominia.

Compartimos aquí un documento suficientemente revelador. Se trata de un informe de Manuel Señoret, gobernador de Magallanes entre 1892 y 1897, en el que prepara una "cacería de indios" a gran escala. Señoret reconoce que la instalación de las ovejas en Tierra del Fuego ha supuesto la desaparición del alimento tradicional de los selk'nam, el guanaco y el cururo, lo que lleva a los indígenas a la necesidad de alimentarse con esas ovejas. Por esta razón son perseguidos por los empleados de las estancias que, curiosamente, solo capturaban mujeres y niños. Como principal autoridad del territorio, el gobernador Señoret llega a la conclusión de que es necesario tomar una medida "equitativa y humanitaria". Lo que sorprende es que las acciones que se llevaron a cabo a partir de entonces, lejos de proteger a los selk'nam, supondrán su final como pueblo. Hombres, mujeres y niños serán cazados como animales salvajes y trasladados forzosamente a la misión salesiana de isla Dawson, de donde jamás podrán escapar. Tan solo unos años después, todos estarán muertos y sus tierras ocupadas, casi exclusivamente, por millones y millones de ovejas.

TRANSCRIPCIÓN:

Oficio n.º 516, Punta Arenas, Octubre 8 de 1894
En nota nº. 302 de 16 de junio último tuvo el honor de decir a V.S. lo siguiente:
“En estos días han sido conducidos a la colonia por una goleta un grupo de ocho indios onas, un hombre, tres mujeres y cuatro niños de corta edad. Pertenecían a una partida que en número de cincuenta, más o menos, fue sorprendida por dos ovejeros de la Compañía Explotadora de la Tierra del Fuego en el momento que se ocupaban de robar ovejas. Todos los demás se fugaron.
El suceso tuvo lugar hacia el fondo de Bahía Inútil donde acaba de establecerse la mencionada compañía.
No tengo hasta ahora motivo para establecer que los hechos se hayan desarrollado de otra manera que como los dejo narrados y como los narra el administrador de la Bahía Inútil, pero nace naturalmente la duda de si habrá habido un combate y si muchos indios no habrán pagado con su vida el intento de proporcionarse alimento en esta inclemente estación y en aquellos parajes donde hasta el año pasado encontraba el indígena el guanaco y al cururo, de cuya caza ha siempre vivido. Por de pronto se hace una investigación que dará luz sobre estos hechos, pero en todo caso creo de mi deber solicitar del Gobierno alguna resolución que evite en lo sucesivo la ocasión de encuentros sangrientos entre el hacendado que cuida y defiende su propiedad y el indio, que desde su punto de vista y su estado de barbarie, considera legítimo matar y alimentarse con el ganado que pace en las pampas donde antes cazaba el guanaco.




Es un hecho que en la multiplicación de las haciendas y los alambrados se ha reducido a los más estrechos límites el territorio que antes proporcionaba la vida y caza a los indígenas. El guanaco tiende a desaparecer como así mismo el cururo y es por lo tanto natural que los indios tropiezan con las mayores dificultades para obtener la suficiente carne para su alimentación.
Me parece que sería equitativo y humanitario arbitrar los medios de reemplazarlos lo que paulatinamente se les ha ido quitando. Dejarles el pedazo de territorio que hoy ocupan sería mantenerlos en las mismas condiciones en que hoy se encuentran; subsistirían los mismos inconvenientes y peligros, y apartaríamos del movimiento general del progreso del territorio una sección importante y aprovechable para la civilización y las industrias.



Los indios de que trato, que son los onas, se han mostrado hasta ahora refractarios a la civilización y a la influencia de los padres salesianos. No creo que las misiones entre ellos, en el territorio que ocupan, obtuvieran resultado alguno y estimo, de acuerdo con Monseñor Fagnano, superior de la misión salesiana, que la medida más eficaz y prudente sería recogerlos y trasladarlos todos a la isla Dawson. Imposibilitados así para hacer mal, obligados por su ignorancia de la navegación a permanecer en la isla y a recibir de los padres salesianos su alimentación, irían poco a poco penetrándose de las ventajas de la civilización y adquiriendo hábitos de trabajo y de cultura de que ahora carecen por completo; no pasaría mucho tiempo sin que fuera posible darles parcialmente entera libertad para fijarse en otros puntos del territorio y llegar a ser miembros útiles de la comunidad.


Almirante Manuel Señoret Astaburuaga


La medida que propongo es de rápida y económica ejecución y tendría la ventaja de resolver de una vez el problema. Se calcula que el número de indígenas de la Tierra del Fuego llegue a 1.500 apróximadamente. Bastaría para recogerlos una partida de caballería de 30 a 50 individuos y un escampavía que los fuera trasladando a Dawson a medida que se iban reuniendo y en el próximo invierno todos los onas estarían en la isla Dawson.
Respecto a los ocho traídos por la goleta “Ripling Wawe” me he puesto ya de acuerdo con Monseñor Fagnano para que queden en la isla Dawson”.
Lo comunico a V.S. en contestación a su nota nº. 2543 de 3 de setiembre pasado.
Dios guarde a V.S.

M. Señoret




13 de mayo de 2015

La Historia que fue: testimonios de la colonización de la Patagonia

Los que justifican el violento proceso de colonización de la Patagonia, tanto en Chile como en Argentina, lo hacen muchas veces utilizando como argumento la consabida frase de que “no se pueden juzgar los hechos del pasado desde la perspectiva actual”.

Sin embargo, parecen no tener en cuenta que ya en la época, finales del siglo XIX y principios del XX, multitud de testimonios censuraron y condenaron el exterminio de los pueblos originarios, la explotación de los trabajadores rurales o el acaparamiento de millones de hectáreas en unas pocas manos. Lo que sucede es que la historia oficial, escrita interesadamente por los grandes grupos del poder económico, político y religioso, ha silenciado vergonzosamente esos testimonios.

En el libro “Menéndez, rey de la Patagonia” hacemos un esfuerzo por rescatar del olvido documentos, cartas e informes, algunos de ellos inéditos, que permiten demostrar que los abusos y barbaridades cometidas no contaron con el unánime beneplácito de la sociedad de la época.

Seleccionamos aquí cinco de estos testimonios:

1879, sobre las matanzas cometidas durante la “Campaña del Desierto”

“Hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes de humanidad ni las leyes que rigen el acto de la guerra”.

“Se les quitaba a las madres sus hijos, para en su presencia y sin piedad, regalarlos, a pesar de sus gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigían. Toda la indiada se amontonaba pretendiendo defenderse los unos a los otros. Unos se tapaban la cara, otros miraban resignadamente al suelo, la madre apretaba contra su seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruzaba por delante para defender a su familia de los avances de la civilización”.

Diarios de Buenos Aires “La Nación” y “El Nacional”


1885, sobre el acaparamiento de tierras de José Menéndez en Punta Arenas

“En su febril empeño llegó a suponer que podría burlar los efectos de la subasta pública, y aún llegó a hacer pretender a un dependiente irresponsable y a un hermano insolvente, fueran aceptados como arrendatarios de grandes extensiones de terrenos. Es un elemento pernicioso a los intereses de un pueblo donde no debe perturbarse la concordia y armonía con infundadas quejas que, si algún resultado producen, no sería otra que poner en relieve la sinrazón con que se ofende a las autoridades del país donde han encontrado holgura y comodidades que no les eran peculiares”.

Gobernador Sampaio, Informe al Ministro, Archivo Ministerio Relaciones Exteriores




1896, sobre la detención y confinamiento en misiones de los indígenas

“Horror y pesar que experimenté al ver el abandono, el desaseo repugnante, la hiriente desnudez y miseria en que yacen ciento y tantas mujeres adultas y veinte y más hombres. Los indígenas vigorosos que importan a allá de la Tierra del Fuego, se enferman porque se les recibe en sitios inmundos y nadie desde el principio de su llegada se preocupa de compensar de algún modo la rica alimentación de que disfrutaban esos hombres, ni de combatir con presteza los contagios de diferentes enfermedades que los invaden desde el primer momento de su contacto con las razas civilizadas y por el cambio de vida a que se les somete violentamente. Una vez enfermos en Dawson no reciben atención alguna ni se los aísla siquiera, ni aun en este caso se les da cama y por horrorosa que sea la enfermedad que los ataque, esta sigue su proceso al lado de los sanos o medio sanos agrupados en sitios miserables que son contagiados a su vez, o mueren al lado de sus compañeros como los seres más infelices que hayan habitado la tierra.




¡En cerca de ocho anos los señores misioneros no han podido aún establecer una enfermería a que, de paso sea dicho, están obligados por su contrato con el gobierno de Chile! El único régimen o sistema interno de la misión se reduce a cuidar de una manera altamente deficiente de los niños de cinco años en adelante de ambos sexos y de los mocetones cuyas fuerzas pueden aprovechar fácilmente en la explotación de los negocios establecidos en la isla y a no tener ningún cuidado para las infelices mujeres y hombres adultos que los misioneros, con la notable sagacidad de la que se hayan dotados, se imaginan no poder aprovechar con facilidad. Es así como han muerto abandonados centenares de esos desgraciados que han caído en las manos de la misión”.

Domingo Canales, informe al Gobernador, Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores


1897, sobre las persecuciones de los selk’nam de Tierra del Fuego

“Los empleados de las estancias se ocupan pura y exclusivamente en la caza de indios, ya sea en territorio chileno o argentino. Los indios tomados son enviados mediante una libra esterlina por cada individuo macho y cinco chelines por cada muchacho o mujer. Esto es un abuso que no se debe dejar pasar”.



“¿Pueden ser castigados por las autoridades y ser sometidos a la justicia ordinaria estos indios que, desesperados por el hambre y la miseria, cometen en comunidad robos de haciendas?” Mucho me temo señor ministro que a pesar del celo y actividad que desplieguen estas autoridades no se puedan evitar las raterías de estos indígenas pues, como ya he manifestado, estando acosados por la más espantosa miseria, no desperdiciarán ocasión de procurarse por medio del robo el alimento que les falta”.

Ramón Lucio Cortés, policía, carta dirigida al ministro del interior, Archivo Central Salesiano


1915, sobre las miserables condiciones de trabajo de los peones

“Las habitaciones que esta estancia destina a sus trabajadores son los establos en que guardan sus caballos durante el invierno; son ellas sucias, malolientes, llenas de estiércol, sin forro por dentro y llenas de aberturas por donde se cuela el viento portador de bronquitis, pulmonías, constipados y otras enfermedades derivadas del cambio brusco de aire; el patio que rodea estas habitaciones, si es que pueda dárseles tal nombre, está lleno de lodo, estiércol y desperdicios de comida, que fermentan con los calores del verano haciendo, en los días de calma, una atmósfera asfixiante difícil de respirar.


Los comedores son, como los de todas las estancias, de forma cuadrangular, con dos hileras de mesas; éstas hechas de cuatro tablas mal unidas, la superficie cubierta de una gruesa capa de mugre; en los ángulos, cajones tan sucios como las mesas, destinados a soportar los cacharros del té; el servicio de mesa es de lata estampada y los platos apenas pueden contener algunas cucharadas de sopa, los jarros para el té son también de lata, pero en tan escaso número, al menos cuando nosotros visitamos la estancia, que la mayor parte de los trabajadores se servían de tarros vacíos de leche o duraznos, como tazas. El trato que dan a los trabajadores los capataces y demás empleados superiores es autoritario, humillante, sobre todo para los chilenos a quienes creen afrentar llamándoles chilotes”.

Gregorio Iriarte, periodista, La organización obrera en Magallanes