24 de junio de 2015

Mateo Martinic y "Menéndez, rey de la Patagonia"

Un libro de historia como "Menéndez, rey de la Patagonia", que narra la época de la violenta colonización de la Patagonia, tenía que tener necesariamente sus detractores y críticos. Mateo Martinic, el premio nacional de historia de Chile, el hombre que más ha escrito sobre historia de la región de Magallanes en los últimos cuarenta años, acaba de publicar una negativa crítica del libro en la Revista Magallania, que él mismo creó en 2003. En ese texto, que contiene su respetable opinión, tres son las barreras que sin embargo traspasa con una ligereza impropia de un historiador de su talla: 1) al decir que el libro contiene "afirmaciones falsas o engañosas", cuando las 70 páginas de bibliografía y notas apuntalan la veracidad de hasta el último dato contenido en él, 2) al calificar el exterminio de los pueblos originarios como un "fenómeno colateral", lo que supone insultar la memoria de miles de mujeres, hombres y niños que padecieron terriblemente y cuyos descendientes reivindican hoy sus derechos, y 3) al considerar a los lectores de "Menéndez, rey de la Patagonia" como "incautos y poco informados", despreciando de un plumazo a miles de personas y situándose Martinic, otra vez, un peldaño por encima de la gente. Aquí va la crítica.


Revista Magallanía N° 43-1

MENÉNDEZ REY DE LA PATAGONIA. Por José Luis Alonso Marchante. Catalonia. 15 x 25 cm. 352 págs. Ilustraciones.Santiago, 2014.

En la evolución del trabajo historiográfico la revisión por autores posteriores de estudios precedentes ha sido y es cosa frecuente pero, de pronto, ha devenido una suerte de moda impuesta por ideologías sociopolíticas en boga surgidas a propósito de la conmemoración de acontecimientos del pasado en un país o en regiones geográficas más amplias. Tal, nos parece, haber sido el caso del quinto centenario del descubrimiento de América que a contar de la fecha de su cumplimiento en 1992 generó una serie de estudios, en su mayoría bajo la óptica revisionista, que todavía mantiene vigencia. Su objetivo aparente -y plausible para algunos- es el de restaurar la verdad de lo acontecido en el pretérito afectada como ha sido la misma en su legitimidad o autenticidad por versiones interesadas surgidas desde la "historia oficial", así denominada por esta corriente de pensamiento académico, olvidando sus propugnadores que tal calificación es propia de situaciones sociales desarrolladas bajo regímenes políticos totalitarios y no de sistemas democráticos y representativos. Así resulta muy fácil etiquetar con ese calificativo a todo parecer académico que no coincide con el sostenido por los corifeos revisores y sus seguidores. En este contexto comprensivo se ha replanteado por algunos el reestudio y tratamiento de los hechos acaecidos en el Nuevo Mundo o América desde su hallazgo para la cultura de Occidente, hasta nuestros días, pasando por las archiconocidas etapas caracterizadoras de la conquista y el dominio territorial, la colonización y uso de los recursos naturales, la independencia de los imperios colonizadores y la formación de diferentes estados nacionales, con su entresijo de fenómenos colaterales tales como la extinción de los pueblos aborígenes y la explotación irracional de los recursos naturales. Este, en lo particular, ha sido y es el caso de la Patagonia sensu lato

Instituto de la Patagonia, Punta Arenas
Participando de esa corriente revisionista y reinterpretativa, José Luis Alonso Marchante aborda la historia personal y empresarial de quien fuera, por origen, su doble coterráneo, asturiano y español como él, José Menéndez y Menéndez, inmigrante arribado al territorio en el inicio del cuarto final del siglo XIX donde amasó una fortuna cuantiosa que hace ya tiempo le ganó el remoquete de "Rey de la Patagonia" y que el autor recupera para dar más fuerza al título del libro que comentamos. Comienza pintando una Arcadia feliz como era la Patagonia (y Tierra del Fuego) antes de la llegada de los europeos: país de la abundancia natural, en grandísima variedad específica y en disponibilidad, poblado por aborígenes de cultura material más bien escasa aunque con un rico acervo mítico y espiritual, respetuosos de su entorno, dueños primigenios y legítimos de un tesoro de vida que habían aprovechado desde lo más remoto y que aseguraba su continuidad. Pero todo ese Edén comenzó a cambiar a contar de las postrimerías del siglo XVI para culminar, prácticamente, en los inicios del XX con el virtual agotamiento de los recursos animales y también de los bosques y pasturas, por obra de la codicia insaciable motivada por el afán de la riqueza de los foráneos que se instalaron como dueños y señores de la tierra. Todo ello es expuesto por el autor en un relato que procura ser convincente y que, es obvio, busca predisponer al lector en contra de los autores de tanta maldad exterminadora. Ésta, asimismo, incorporó como variante formal la explotación de los pueblos aborígenes con los que los foráneos entraron de cualquier modo en relación, afín de hacer más eficaz y rendidor a su faena de aprovechamiento de los recursos naturales.

En este particular y en bien estudiado planteamiento, el autor aborda ese trato devenido un calvario para los indígenas con un resultado tan atroz como el conseguido en la explotación económica, como fue la exterminación virtual de las etnias originarias y sus culturas al punto que para la época de la culminación del proceso colonizador una y otras pasaron a ser un mero recuerdo histórico. El resultado final de ese dramático enfrentamiento intercultural feroz fue el triunfo de "la civilización" (los foráneos) sobre "la barbarie" (los autóctonos), que acabó con el dominio absoluto del territorio por parte de cuantos fueron los últimos en arribar al mismo. Y en ese doble relato -explotación de recursos naturales y de los humanos- Marchante con habilidad dialéctica va exponiendo y machacando sus afirmaciones, empleando en ello un cuarto del texto total de la obra. De esa manera, seguro de su éxito, esto es de la predisposición de sus lectores, aborda al personaje histórico de su interés, que conforma el arquetipo del explotador por la codicia y el afán de riqueza de que hizo gala durante sus existencia, obrando según se relata, sin escrúpulo alguno, en un juicio reiterativo donde no ahorra descalificativos para el protagonista y para sus acciones. Y así prosigue la historia -a la manera de Marchante es claro- en un relato donde este utiliza todo su conocimiento, su habilidad dialéctica y su escasa (o ninguna) ética, amén de un lenguaje expositivo claro y sencillo. Al final de tanto despliegue no queda títere con cabeza, pues Marchante avanza a mandoble limpio cual nuevo Quijote matador de gigantes desaforados, endriagos y malandrines, arremetiendo contra Menéndez, sus hijos, su yerno Braun, sus empleados supervisores y sus asociados; contra las autoridades territoriales desde gobernadores a policías, contra los misioneros salesianos o anglicanos con Fagnano y Bridges a la cabeza, incluyendo al célebre Lucas, hijo del ultimo, y otros; ¡si hasta le toca al escultor Guillermo Córdova pues al autor no le agradó la composición artística del monumento a Fernando de Magallanes en Punta Arenas, porque el Descubridor está a más altura que los indígenas patagón y fueguino que lo acompañan con la sirena y otros elementos en la decoración del conjunto, posición que el autor estima es injusta y desdorosa para los aborígenes!

Mateo Martinic
Hay en la argumentación un claro dominio de las fuentes que informaron su conocimiento, pero, de igual manera es claro que esa información es utilizada a voluntad, a veces retaceándola, amañándola e incluso engañando deliberadamente con el propósito de convencer al lector acerca de "su" verdad. La falta de ecuanimidad campea en una relación que enjuicia severamente a personajes, hechos y circunstancias con la visión del tiempo actual en vez de hacerlo, como lo exige la objetividad, ciñéndose a la mentalidad social propia de la época en que aquellos actuaron y las cosas acontecieron. Su insistencia en plantear los sucesos del pasado diferenciándose de la manera que, según él, lo ha hecho "la historia oficial", monserga habitual del revisionismo, sitúa a Marchante plenamente en ese sector del pensamiento representativo. Falta serenidad en la ponderación de hechos y circunstancias y en las acciones de personas, como se advierte de su afán en mostrar el sesgo diabólico o perverso que los habría inspirado o condicionado. Su condena es categórica para   cuantos, habiéndose ocupado con antelación de tales asuntos, no coinciden con su línea de pensamiento. Su ausencia de objetividad cansa finalmente al lector informado.

El autor usa con habilidad la narración de sucesos lamentables y condenables como fueron las exhibiciones de indígenas ante públicos europeos ("zoológicos humanos"), sabedor de su efecto impresionante sobre el ánimo de los lectores poco o nada informado. ¿Qué Menéndez no tuvo nada que ver con esos tristes hechos, a quién le importa si su mención sirve al objetivo principal de la obra que es demoler a una figura histórica y con ella a toda una época? Las afirmaciones falsas o engañosas se suceden y podrían citarse varias como ejemplo, pero basta mencionar las referidas a la asignación de responsabilidad a Menéndez en la desaparición de los aónikenk del área de San Gregorio (pág.68), o la insinuación de la deshumanización y perversidad de Nogueira (pág.116), o la invención de un "retrato" de "cazadores de indios", utilizando para ello una fotografía que diéramos a conocer por vez primera en 1982 en nuestra obra La Tierra de los Fuegos (pág. 159). Así es, Marchante usa y abusa de la interpretación a su amaño de noticias históricas en orden a la afirmación de su pretendida verdad, tanto que cansa y fastidia, reiteramos a quien está informado sobre la materia. Vale, para el caso, la opinión del sociólogo Joaquin Bascopé, que compartimos, manifestada en una carta el director del diario La Prensa Austral de Punta Arenas en la que le exige a Marchante que lo desvincule de la trama argumental empleada en la obra que se comenta, por su manifiesta torcida intensión: "Son tantas las manipulaciones intencionadas de las fuentes, tanta la simplificación de la historia, en el par víctima/victimario que, aunque esto agrega viveza al texto, lo aleja demasiado de la objetividad y de la verdad histórica de la que presume".


Biografía de Menéndez escrita por Martinic, 2001
En fin, agregamos para concluir, no se puede escribir la historia de la forma que lo hace Marchante en el libro que se comenta, en que más que mostrar una faceta novedosa del pasado, sin mengua para la verdad, se evidencia un designio claro y preciso de revisión destinado a impresionar a lectores incautos. Nada más alejado de la verdad histórica que este "libro definitivo" que nos presenta Osvaldo Bayer en su prólogo, por su intencionalidad aviesa. Es un esfuerzo perdido, una obra que nada aporta al mejor conocimiento del pasado magallánico y que sí lo daña con su perturbador contenido. Mateo Martinic B.  



14 de junio de 2015

Henry de La Vaulx, el conde saqueador de tumbas de la Patagonia

A finales del siglo XIX, la Patagonia recibió la visita de un viajero muy peculiar que, como tantos otros exploradores de la época, mezclaba en sus expediciones fines científicos, geográficos y quién sabe qué otras intenciones. En este caso era un francés de origen aristocrático, conde para más señas, que había nacido en Bierville en la región de Alta Normandia en 1870 y que, sin haber cumplido aún los treinta años, se fue hasta la Patagonia en un viaje que habría de durar más de un año. Su nombre: Henry de La Vaulx.


Mujeres y niños tehuelches en su campamento fotografiadas por de La Vaulx



Conocemos bien su recorrido y sus movimientos entre el río Negro y el estrecho de Magallanes, puesto que de La Vaulx escribió un diario de viaje. Comenzó su viaje en marzo de 1896 en la localidad argentina de Carmen de Patagones, desde donde emprendió camino hacia el sur, recorriendo ampliamente la provincia de Chubut. Allí visitó a los principales caciques tehuelches de la época, como Namuncura, Sayhueque o Sakamata, que le acogieron en sus toldos con su ancestral hospitalidad.


Sin embargo, el artero conde lo que hacía en realidad era tratar de averiguar qué tehuelches habían muerto recientemente y dónde se habían realizado sus enterramientos. En una ocasión, localiza la tumba del hijo del cacique Lipitchoum: "Comenzamos la excavación. Aproximadamente a un metro de profundidad encontramos trozos de bambú medio podridos. Cavando un poco más descubrimos un cuerpo envuelto en un cuero de caballo pintado y revestido de telas entrelazadas. Abrimos esta extraña mortaja. Un olor infecto nos llega a la garganta. En la cabeza del cadáver encontramos un cubo oxidado que debía contener alimentos, y el esqueleto de un perro. Una botella de agua de florida y un frasco de aceite se rompen por culpa de nuestros picos. El hijo de Lipitchoum ha sido enterrado con una pipa de madera a su lado, una caja de cerillas e incluso tabaco en tabletas. En su cuello ha sido atado un collar hecho de perlas de vidrio y plata. Su talle está ajustado por un cinturón del mismo metal y sobre uno de sus muslos brillan unos aretes, regalo de algún pariente desconsolado. 


Ruta seguida por de La Vaux en la Patagonia
A sus pies descubrimos una brida y estribos de plata maciza; el muerto lleva en su mano derecha las boleadoras; fue enterrado completamente vestido y su cuerpo está recubierto de una manta ajustada con remaches esféricos en plata y cobre. Recojo con prisa todos estos objetos y, al caer la noche, regreso con Juan por el camino hacia mi campamento. Estoy muy contento porque he podido recoger algunas pruebas que fijan de forma irrefutable las creencias de los indios en una vida material futura. Los caballos que encontré degollados sobre la tumba me intrigaban; después supe por qué los patagones inmolaban bestias sobre las sepulturas de sus parientes. Se hace con la finalidad de que el muerto, cuando resucite, pueda lanzarse rápidamente hacia la profundidad de las cordilleras, el paraíso soñado de los indios".

En diciembre de 1896, el aristócrata se encontraba explorando las cercanías del río Senguer, en la provincia de Chubut, cuando recibió la noticia de que un tehuelche, fallecido hacía dos meses, estaba enterrado al lado de su campamento. “Desenterrarlo, disecarlo y cocerlo para obtener su esqueleto me lleva dos días y dos noches. Este acto útil, pero poco apreciado por los indígenas, me obliga a romper relaciones con ellos y solamente a fuerza de regalos puedo apaciguarlos”. Lejos de su suntuoso castillo normando, el joven noble se dedicó concienzudamente a saquear los enterramientos de la Patagonia. No se trataba de excavaciones arqueológicas puesto que, como hemos visto, en la mayoría de los casos los cadáveres habían sido recientemente inhumados, lo que obligaba al conde a trabajar de noche para no ser descubierto por los tehuelches.

Uno de los cráneos expoliados en la provincia de Chubut

Finalmente, en mayo de 1897 Henry de La Vaulx tuvo que abandonar apresuradamente la Patagonia, tras ser perseguido por las comunidades tehuelches enteradas de sus actividades. El botín que se llevó a Francia ascendía a noventa y seis cráneos y diez esqueletos completos, además de un impresionante ajuar compuesto por centenares de valiosos objetos; estribos, monedas, joyas, anillos, pendientes, medallas, vasijas. La mayoría fueron a parar a los sótanos del Musée de l'Homme de París, mientras que otros terminaron en manos de coleccionistas privados.
El prologuista de su libro escribió: "La antropología es vuestra única pasión. Os tienta, os obsesiona, os posee y os lleva a cometer los actos más repudiables. Profanáis la tierra de los muertos, violáis sus tumbas sin ningún escrúpulo, provocando terror en los indios que os tienen por brujo y un poco vampiro".


Cráneo procedente de Río Negro, en la Patagonia argentina

Sin embargo, a partir de 1900 De la Vaulx se olvidó repentinamente de la Patagonia y se entregó con todas sus energías y su fortuna a la naciente actividad aeronáutica, donde llegó a detentar diversos records. Ese sería también su final, cuando se mató en accidente de avión en Estados Unidos en 1930, a los sesenta años de edad. Muy lejos de allí, en la Patagonia, en los enterramientos tehuelches, la tierra seguía removida y los miembros de las comunidades seguían añorando y recordando a sus seres queridos, cuyos restos habían sido expoliados, robados y trasladados a un país extraño.


De la Vaulx, a la izquierda de la imagen, en una exhibición aerostática

Los funerales del conde de Henry de La Vaulx se celebraron en París, con la presencia de todas las autoridades civiles y militares de la ciudad, que quisieron rendir un último homenaje a tan honorable ciudadano. El discurso solemne fue pronunciado en Les Invalides por el ministro Pierre-Étienne Flandin, quien años después sería encarcelado por colaborar con los nazis.


Exequias oficiales del conde Henri de La Vaulx en París
Más tarde, los restos mortales de Henry de La Vaulx fueron trasladados a un castillo de su propiedad situado en Rozoy-Bellevalle, donde se erigió un monolito en su memoria. Quizá sería buena idea darse una vuelta por allí y, en una noche sin luna, tirar de pico y pala para comprobar si su cráneo era del tipo braquicéfalo o dolicocéfalo. 


Monolíto erigido en memoria de Henry de La Vaulx
De La Vaulx escribió: “después de todo qué importa que este tehuelche duerma en un agujero de la Patagonia o en la vitrina de un museo”, una frase lapidaria que cubre de vergüenza su memoria. Porque hoy los descendientes tehuelches y mapuches, asesorados por los antropólogos del Colectivo GUIAS y con el apoyo del estado argentino, exigen con energía la restitución de los restos del cacique Sakamata-Liempichum. El Museo del Hombre de París y el gobierno francés están obligados a atender tan justa petición. Ese día, será de fiesta y de orgullo en la Patagonia.


Henry de La Vaulx en 1922



Bibliografía:



·     DE LA VAULX, Henry, A travers la Patagonie. Du río-Negro au détroit de Magellan, Journal de la Société des Américanistes, tomo 2, 71-99, París, 1897-1898.
·      DE LA VAULX, Henry, Voyage en Patagonie, Editorial Hachette, París, 1901.
·     MORENO, Francisco Pascasio, Description des cimetières et paraderos préhistoriques de Patagonie, Revue d’Anthropologie, vol. 3, Reinwald et C.ª, París, 1874, 72-90.
·     PEPE, Fernando Miguel, Identificación y restitución: “colecciones” de restos humanos en el Museo de la Plata, Colectivo Guias, Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social, La Plata, 2008.
·     VERNEAU, René, Les anciens patagons. Contribution a l’étude des races précolombiennes de l’Amerique du sud, Imprimerie de Monaco, Mónaco, 1903.