26 de noviembre de 2016

Jornaleros de la Patagonia

En la Patagonia, la mayoría de los peones que participaban en las tareas que más mano de obra requerían, como la esquila, eran proporcionados por los contratistas, también conocidos como “enganchadores”, que asumían el papel de intermediarios entre la sociedad ganadera y los obreros. Era el contratista quien se encargaba de reclutar, pagar y alimentar a los jornaleros, liberando a los terratenientes de tan molesta tarea. Muchos de los peones de las estancias eran chilotes reclutados directamente en Chiloé, como apunta el profesor Luis Mancilla Pérez en su libro "Los chilotes de la Patagonia rebelde": “firmaban un contrato en las oficinas de las empresas de navegación, que realizaban el servicio de cabotaje en todos los puertos de la Patagonia, y en octubre de cada año se embarcaban en Castro para viajar, encerrados cinco días en las bodegas, hasta llegar a Punta Arenas donde las comparsas de esquiladores eran transportadas a las estancias de las sociedades ganaderas”. Sus penosas condiciones de trabajo convierten a estos hombres en parte imprescindible de la historia. La imagen del esquilador es obra del genial fotógrafo Grégoire Korganow (10 de julio de 2015).


El etnólogo suizo Jean-Christian Spahni visitó en 1971 las estancias de Tierra del Fuego: “Provisto de una carta de recomendación, me dirigí a la estancia “José Menéndez” donde fui recibido por los peones que estaban con la tarea de la esquila y que parecían trabajar como esclavos. Tuve la impresión de que estos hombres vivían con miedo. El administrador, al que encontré al día siguiente, se muestra cordial pero no está por la labor de facilitar mi investigación. En realidad, me trata con distancia y solo se ofrece a enseñarme lo que yo mismo soy capaz de ver con mis propios ojos y sin la ayuda de nadie. En ese momento, sentí una impresión desagradable. Y lo que aprendí después sobre la historia de estas estancias no hizo más que confirmar mis temores”. A pesar de que José Menéndez, el rey de la Patagonia, había muerto en 1918, las condiciones de vida de los trabajadores rurales no cambiaron mucho con el paso de los años. La fotografía es de Ignacio Hochhäusler (4 de diciembre de 2014).


El profesor Luis Mancilla Pérez es el autor de "Los chilotes de la Patagonia rebelde", un libro publicado en 2012 en el que se describe el perverso sistema de explotación de los jornaleros, trasladados en barcos desde Chiloé a las estancias de la Patagonia para trabajar en la esquila, sometidos a agotadoras jornadas de trabajo, hacinados en barracones insalubres, sin médicos ni comodidades de ningún tipo y a los que se les pagaba en vales y fichas de las sociedades ganaderas en lugar de en pesos corrientes. Mancilla aclara: “firmaban un contrato en las oficinas de las empresas de navegación, que realizaban el servicio de cabotaje en todos los puertos de la Patagonia, y en octubre de cada año se embarcaban en Castro para viajar, encerrados cinco días en las bodegas, hasta llegar a Punta Arenas donde las comparsas de esquiladores eran transportadas a las estancias de las sociedades ganaderas” Las justas protestas de los peones rurales en demanda de unas dignas condiciones de trabajo terminarán en diciembre de 1921 en un verdadero baño de sangre, con cientos de obreros asesinados por el ejército argentino en medio del silencio cómplice de las autoridades de Chile, tanto civiles como religiosas, salesianos incluidos. En la imagen, esquiladores de una estancia en plena faena (28 de octubre de 2015).


En las huelgas rurales de 1921 en Santa Cruz fueron fusilados cientos de jornaleros, que se habían entregado al ejército argentino. Uno de los asesinados, el más joven, fue Ramón Pantín, un muchacho de tan solo diecisiete años de edad. Español, originario de A Coruña, su familia emigró a la Argentina huyendo de la miseria de su tierra natal, buscando una oportunidad para sus hijos. Llegaron a la Patagonia para trabajar, primero como jornaleros en Río Gallegos, después en 1913 a Calafate, siendo una de las primeras familias de pobladores, verdaderos pioneros que vivían y trabajaban en aquel lugar, haciéndolo prosperar con su esfuerzo. Cuando se produjo la revuelta de los peones rurales, que protestaban por sus terribles condiciones de trabajo, sin botiquín, cobrando en vales, con interminables jornadas de trabajo, sin posibilidad de traer a sus familias, Ramón Pantín se unió a las filas de los huelguistas. Tras la derrota de la rebelión por el ejército, Ramón fue fusilado por orden de Robert Riddell, administrador de la estancia Anita propiedad de los Menéndez-Behety. Sus restos están en una fosa común, junto a los de cientos de sus compañeros asesinados, chilenos, argentinos, españoles, alemanes, mientras que los grandes terratenientes están enterrados en fastuosos mausoleos en los cementerios de La Recoleta o Punta Arenas. Pero no importa, porque las gentes de Calafate conocen la verdadera historia y hoy el apellido Pantín es evocado con respeto y admiración, sus descendientes lo portan con orgullo e incluso la municipalidad les ha rendido homenaje poniendo el nombre de Ramón al puente de acceso al municipio y de José, otro de los hermanos, a una calle y un colegio. Gracias a Manuel Raún Pantín Rivero por conservar intacta la memoria de su familia, a Luis Milton Ibarra Philemon de la Comisión de las Huelgas de 1921 por la fotografía y al escritor Mingo Gutiérrez por contar en su blog la historia legendaria de esta huelga (7 de octubre de 2016).


En las estancias ganaderas de la Patagonia diciembre y enero son los meses de la esquila. La mano de obra necesaria para esta tarea era proporcionada generalmente por los jornaleros de Chiloé, en cuyos puertos los barcos de “La Anónima” y “La Explotadora” llenaban sus bodegas de hombres fuertes y vigorosos dispuestos para estas duras faenas. Se trataba de los denominados “peones golondrina”, esquiladores que eran contratados estacionalmente. Tras largas y extenuantes jornadas de trabajo, al concluir la esquila, se encontraban de pronto desocupados y ya no eran bienvenidos en la hacienda, que debían abandonar rápidamente. La lana procedente de las ovejas será enfardada y enviada en bruto a los mercados europeos, generalmente Gran Bretaña, donde se llevará a cabo todo el proceso industrial y manufacturero. La riqueza iba a parar exclusivamente a las familias de los terratenientes, que cobraban en libras esterlinas, mientras que pagaban a sus peones con vales y fichitas a canjear en sus propios establecimientos comerciales. Los obreros tratarán de protestar contra esta situación tan injusta, siendo acallados a sangre y fuego y pagando su osadía con la vida, en los trágicos asesinatos de diciembre de 1921 en Santa Cruz. Les recomendamos la lectura de "Los chilotes de la Patagonia rebelde", libro escrito por Luis Alberto Mancilla Pérez y publicado por Impresores y Editores Austral S.A., Chiloé, 2012. La excepcional fotografía es de Robert Van del Hilst (13 de abril de 2015).


Huyendo de la pobreza de su región natal, miles de asturianos cruzaron el océano Atlántico y se radicaron en la Patagonia, llevando una vida de trabajo, privaciones y esfuerzo. Del Corralón de Sama de Langreo era Lisardo Fernández Zapico, minero de profesión que tras residir un tiempo en Punta Arenas, Chile, se radicó en Puerto Deseado, Argentina, donde fue Jefe de la estación “Tellier” del ferrocarril Deseado-Las Heras. Después de la brutal represión de las huelgas obreras de 1921, renunció a su trabajo en la línea férrea que servía para transportar la lana de las estancias de los terratenientes y empezó desde cero una vida como granjero. Con su esfuerzo no solamente sacó adelante a su familia, sino que fue capaz de derrochar generosidad y solidaridad dando refugio a los líderes obreros que huían del ejército y la policía. Lisardo jamás tendrá una calle a su nombre ni un colegio o parque en su homenaje. Sin embargo, su peripecia vital y su gesta es evocada con respeto y admiración por sus descendientes que, a ambos lados del ancho océano, en la Patagonia y en Asturias, mantienen intacta su memoria. Desde las viejas fotografías que atesora su familia, Lisardo nos contempla, cien años más tarde, con la mirada bien alta. Sin claudicar (7 de mayo de 2015).


1 comentario:

  1. Excelente, además, el día elegido para subierlo a FB. Esta es una manera justa de recordar el 1 de mayo, día de luchas obreras, no de "felicidades". Me pregunro yo: a quien se le ocurriría desearle a alguien "feliz día" en el aniversario de la muerte de la madre, el padre o un ser querido?

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